[Publicado el 7 de Diciembre de 1998 ABC Cultural Número 368]
NO ME PREOCUPA LA VEJEZ; LO QUE ME FASTIDIA ES
QUE SE ME OLVIDEN LAS COSAS
Desde las domésticas faldas del
Igueldo reina Chillida como el Dios del Sinaí, a lo grande, y rodeado de
sus horizontes donostiarras más íntimos: «inalcanzables, necesarios e
inexistentes». Es el león en su invierno, todavía con media melena al
viento y con los recuerdos ya «en la punta de la lengua», que es ese no
saber si ver u oír las experiencias pasadas. «He estado trabajando.
Tranquilo y solo. Y tratando de hacer, como siempre, pues lo que no sé
hacer. Porque no creo que haya que hacer lo que se sabe hacer, sino lo que no se sabe hacer. Lo que uno sabe hacer quiere decir que ya lo ha hecho, y eso no hay que tocarlo. Hay que hacer lo que no se sabe hacer»
Ignacio Ruiz Quintano
ABC Cultural
LUCE el sol, al fin, en San Sebastián, y el sol, que pierde materia a
razón de millones de toneladas por minuto, le ha sentado bien a este
Chillida leonino que pierde memoria a razón de no se sabe cuántos
nombres propios por recuerdo, y que ahora se tienta la garganta y
siente, con asombro, como que aquella materia ha sido absorbida y es
energía. Lee y relee mucho. A sus poetas y filósofos: materia y mente
no son más que maneras convenientes de organizar los acontecimientos, y
la característica esencial de la mente es la memoria. (De Swift
se cuenta que un día, cuando empezó a perder la memoria, «como quien se
ancla en su íntima esencia invulnerable», se le oyó repetir: «Soy lo que soy, soy lo que soy.»)
–He
pasado un momento difícil. La garganta, y así. Un momento en que no
podía ni hablar, en el sentido de decir lo que yo quería decir, ¿verdad?
Digamos que he estado apartado de hacer manifestaciones
espectaculares... En fin, encerrado en el estudio con mis problemas.
(En un manuscrito iluminado para René de Anjou, rey de Sicilia,
hay una alegoría del Amor: una de sus pinturas muestra a un viajero, un
caballero a caballo guiado por la Melancolía que tiene que abrirse paso a
fuerza de espada para cruzar un puente de madera enfrentándose a un
adversario con armadura negra que representa los problemas. Igual que De Quincey, Chillida piensa que descubrir un problema no es menos admirable –y es más adecuado– que descubrir una solución.)
–Sí,
para mí el trabajo es eso: un problema cada día. Y si se produce algo
positivo es porque te metes en ese terreno en el cual no tienes mando,
pero que aparece. En cuanto tú cierras las demás puertas y te quedas con
ésa, surge la posibilidad de comunicar. Es una cosa bastante elemental.
En el fondo, es lógica. Lógica pura. Yo estuve muchos años trabajando
en una dirección, y de repente un día me di cuenta de que no era la mía.
Fue hace mucho tiempo ya, ¿eh? Fue cuando yo cogí este tipo de
razonamiento, porque me di cuenta de que era necesario dejar de lado
todo lo que había hecho cada día. Cada día que tú haces una cosa,
dejarla de lado y mirar hacia los lugares en los cuales puede haber otro
tipo de aproximación a lo desconocido, a lo que yo no conozco, que es
lo que me interesa. Lo que pasa es que últimamente, como he estado peor
de salud, pues, claro, me he frenado bastante.
«La portería aún, araña parda»
(Con este sol que luce le tira el mar -«iVamos al Peine del Viento a dar
un paseo!»-, y se encara al viento que corre como el navío de Pantagruel, tratando de encontrar en el aire las frases que el invierno anterior guardó congeladas.)
–Ya lo creo que he leído en este tiempo. ¿Parménides...? Sí..., sí. ..sí... Bueno, he estado con san Juan de la Cruz.
Me lo sé de memoria. Ahora lo he releído. A todos. Poetas y filósofos
es lo que más me ha interesado toda la vida. Españoles y extranjeros.
Trato de buscar correspondencias entre unos y otros. Por no trabajar,
porque no puedo hacerlo como lo hacía antes. Así que he leído mucho.
Siempre vas desechando cosas, claro. Hay algunos que han sido tus amigos
y de repente se quedan atascados. Eso sí pasa. Claro, que yo, como
tengo unas bajas de memoria tan especiales... iNo me salen los nombres!
Me pasa con los nombres corrientes, con los de mis nietos... Es la edad.
Tengo setenta y cuatro.
Peine del Viento
(Ya en La Concha, ante el Peine del Viento –la obra predilecta de su memoria sentimental–, sale a colación el fútbol –«la portería aún, araña parda»– y
su época de portero de la Real Sociedad. «Ya no pones obstáculos de
mano / al ímpetu, a la bota / en los que el gol avanza. Pide en vano, /
tu equipo en la derrota, / tus bien brincados saques de pelota.» Acabó
su carrera desarbolado, no por el viento de los goles, sino por un
menisco «que tenía hecho polvo y que nunca me sanaron: un día, en
Madrid, en un saque de puerta largo hacia la posición del extremo, me
quedé clavado en el pico del área y para siempre». Como en las Olímpicas de Montherlant, donde el portero sólo puede arrancarse los cabellos, como Aquiles, y aparecer ladeado en el suelo, como los soldados de Verdún.)
–Sí,
me acuerdo de las cosas que me han hecho polvo la vida. Hombre, en ese
caso, el del fútbol, no fue malo. Porque estar con un menisco estupendo y
jugando al fútbol con setenta y cuatro años no sería agradable, ¿no?
Pero acabo de pasar una última etapa complicada... Y difícil de
entender.
(Unos chavales abordan a Chillida para retratarse con él en su Peine del
Viento, y Chillida, tan contento, se presta a posar con ellos en
brazos cruzados y alzando la barbilla, a lo portero antiguo: entre
desafiante como el Platko de la oda de Alberti y risueño como el Zamora de Por fin se casa Zamora.
«Te sorprendió el fotógrafo el momento/ más bello de tu historia /
deportiva, tumbándote en el viento / para evitar victoria, / y un
ventalle de palmas te aireó gloria.»)
–¡El
Peine del Viento! Estoy orgulloso de esta obra porque es una de las
primeras. Mi primera visión como escultor es este lugar. Lo que ha
producido este lugar es la visión que yo tenía de él de niño y desde mi
casa. Luego, de novios, con mi mujer, también veníamos aquí a pasear.
Era nuestro paseo romántico preferido.
(Del Peine del Viento a Zabalaga, el casón -1592- con prado donde
reposan tantas «cosas» de las que podría derivarse el más honesto
concepto de materia: ocupan espacio y muestran su existencia mediante
las cualidades de dureza, resistencia e impenetrabilidad. Muchas aún no
tienen nombre, pero son chillidas. «Ésa de ahí pesa sesenta y cinco toneladas. Acaban de colocarla. Tengo que buscarle un nombre.» Y las que faltan andan de tournée, la mayoría por Madrid.)
Portero de la Real Sociedad
–Claro
que me hace ilusión lo del Reina. Se estrenan obras de todos mis
momentos, para que la gente vea lo que he hecho antes y lo que he hecho
ahora. Pero yo no he intervenido en el montaje para nada. Confío en la
gente que lo ha hecho, que sabe bien lo que hace. Hombre, para mí ha
sido un honor. Y un premio. Sí, la verdad es que... ¡tengo tantas cosas!
Tampoco es que me haya acostumbrado, ¿verdad? Porque, hombre, sí, es
bastante raro lo que me pasó a mí. Yo fui el primero que ganó un
premio... Y no sé ahora... Si es que no puedo decir estas cosas bien,
porque se me olvidan los nombres. Fue en una de las capitales alemanas
importantes... Está abajo y a la izquierda en el mapa... Bueno, yo
recuerdo que hice unas cosas que no había hecho nadie allí, y me dieron
el gran premio por algo que expuse en esa ciudad de cuyo nombre no me
acuerdo ahora. En fin, yo sabía que me iba a pasar lo que me está
pasando. Lo siento mucho, pero... Fue la primera vez que me daban un
premio en Alemania, y el que más ilusión me hizo, porque fue el primero.
El primero del que yo tengo conciencia, claro. Después, ¡ha habido
tantos! Acordarse de todos es dificilísimo, y no hace falta tener la
cabeza como la tengo yo ahora... Han sido muchísimos y en todas partes.
Hombre, prefiero un premio a que me silben por la calle, ¿verdad?, pero
yo nunca he hecho las cosas para ganar premios, aunque empecé a
ganarlos en la primera exposición que hice, y fue en esta ciudad
alemana... ¡En el suroeste de Alemania!
(El hierro es el pan del Norte, y en el prado de Zabalaga hasta la yerba
parece ferruginosa, como las criaturas retorcidas procedentes de
«Forjas y Aceros de Reinosa», la barbacoa de Chillida. ChiIIida y sus
Costillas de Hierro.)
–¿El más chillida
de todos los materiales? ¡El hierro! Un material, para mí, decisivo,
porque yo con él he hecho muchas obras, y son las que más he expuesto y
las que la gente más ha valorado. Y el material que más placer me causa
al trabajarlo. Bueno, ahora ya estoy trabajando con dos chicos: les digo
cómo tienen que hacerlo, y acabarán por hacerlo mejor que yo, pero, en
fin ... ¡Como han trabajado conmigo... ! El hormigón también me gusta
mucho. Las cosas que he hecho con hormigón tienen una envergadura
especial delante del horizonte...
(Hay en Zabalaga cierto aire a Gretna Green, la aldea escocesa una vez
famosa por sus casamientos de parejas fugadas que oficiaba el herrero.
Encuentros de hierro y abrazos de hierro entre parejas de hierro.)
–Bueno,
eso del abrazo es muy propio de la escultura. No desde el punto de
vista del abrazo físico, sino el hecho de la escultura. ¿Ves aquéllas de
allá? ¿Son abrazos?
–Y el horizonte.
Elogio del horizonte
–Sí.
Ése me ha interesado siempre. Ya sé que no existe. Pero, en fin, es
importante, sí. Que esté ahí esa línea es importante, aunque no exista
la línea, que no existe. Es cuestión de imaginación. El horizonte es
inalcanzable, necesario e inexistente. De modo que no puede tener
grandes virtudes, y únicamente nos toca por la grandeza que tiene,
¿verdad?, que es la grandeza de algo que no tiene dimensión. ¿Que por
qué es necesario? Pues porque nos coloca en un entorno limitado. En
todos los movimientos que hacemos estamos condicionados por el
horizonte. Fíjate si tiene interés lo que aporta. Estoy yo mirando las
montañas, y mira, todo eso son horizontes. En Gijón, cuando hice el
Elogio del Horizonte, me planteé este problema muy en serio. Empecé a
recorrer toda la costa, desde Bretaña hasta Finisterre, en coche, con mi
mujer. En todos los lugares costeros en que parábamos, había
fortificaciones. O sea, que eran lugares que habían sido utilizados con
fines militares, para zurrarle al contrario. Fue una cosa que me chocó. Y
llegamos hasta Finisterre, que fue donde por primera vez «vi» la
escultura.
–Y la gravedad.
–Es
muy importante, pero en función de los materiales. Porque la misma
importancia que tiene la gravedad puede tenerla la levedad que casi
desaparece en el espacio. Cuando el espacio es lo que te interesa,
llegas a unos puntos en que la gravedad no tiene voto. No puede
intervenir, vamos.
«El collage es una chapuza»
–¿Y el juego de sus Gravitaciones?
–No,
de juego nada. Es muy serio. Viene de hace tiempo. Darle un título era
muy difícil. Me puse a pensar en ello, y las mismas piezas te decían lo
que era con toda claridad. Había hecho muchos collages. Pero siempre
había tenido la sensación de que el collage tenía una cosa falsa. Que
ponía los papeles unos pegados con otros. Eso era un disparate
monumental. Me di cuenta y no volví a hacerlos. Un día me dije: «¿Eres
imbécil? En vez de poner la cola donde la ponías antes, pon el espacio
entre los papeles.» Lo hice, y cuando empecé, ya estaba. No tiene color
la comparación, porque el collage es una chapuza. Un papel pegado con
otro papel no tiene ningún interés. Entonces seguí con eso. Y han salido
variantes, también. Algunas están colocadas ya en Zabalaga. Los papeles
son libres, porque, estando colgados, se pueden mover. Otros, en vez de
cuerdas, tienen una varilla, de la cual está suspendido el papel, que
tiene dos caras, una por detrás y otra por delante, y el espacio sin
ningún aditamento.
(Einstein: «Los filósofos juegan con las palabras como los niños
con un muñeco.» En el mundo de Einstein, que viene a conducirse con
arreglo a una suerte de Ley de la Pereza Cósmica, hay más individualismo
y menos gobierno que en el mundo de Newton. «La vida finaliza definitivamente cuando el sujeto deja de tener efecto alguno sobre su entorno a través de sus acciones.»)
–Claro
que me ha interesado Einstein. ¿Estar de acuerdo? Bueno, los teóricos
hablan del concepto, y yo, digamos, utilizando el concepto, me he
encontrado con ellos, pero no en otros terrenos. He conocido a muchos
filósofos y he ilustrado a Heidegger, y a Cioran, y a
muchos otros, ¿verdad? Pensadores importantes. Pero, claro, eso ya pasó,
desgraciadamente. Fue hace muchos años. Ahora ya no podría hablar con
ellos como hablaba antes. Ahora se me olvidan las cosas. No me acuerdo
de los nombres...
(Que la memoria es la madre de las musas, pero a Borges, sin
embargo, le parecía monstruosa la posibilidad de que la memoria fuera
infinita, y aclaró: «En ese caso, yo recordaría cada una de las
circunstancias del día de mi vida, que son miles, según lo ha demostrado
Joyce en el Ulysses.» Los bergsonianos creen que la
memoria es justamente la intersección de mente y materia, y que los
aparentes fallos de memoria no son en realidad fallos de la parte mental
de la memoria, sino del mecanismo motor que pone la memoria en acción.
Puesto a tener que hacer memoria, Chillida se agarra al tacto, no tanto
un sentido como la verdadera interacción de los sentidos: el suyo es un
alarde de percepciones táctiles y musculares agigantadas por el pavor al
olvido, ay, como la lucha del hombre y el pulpo que describió Victor Hugo en Los trabajadores del mar, donde la blandura se nos aparece como horrible.)
–El tacto funciona por los ojos, también. Y por el oído. La mano...
(El hallazgo de un esqueleto de australopitecino de 3,6 millones de años
complica a los paleoantropólogos el misterio de nuestra andadura a pie:
los evolucionistas sostienen que el momento clave fue el de la erección
del cuerpo, cuando el tamaño del cerebro era aún muy pequeño, que
permitió la liberación de la mano, con su significación decisiva para el
conocimiento reflejado en la palabra «comprender», derivada de
«prender» ...)
– ...Yo
ahora estoy viendo esa escultura y sé cómo es, cómo se toca, lo que
dice cuando la tocas. Ésa que está ahí. Y está ahí por eso. Yo, por la
tarde, me suelo echar un rato ahí, en ese sofá. Echo la cabeza donde
están los almohadones, y me gusta poner la mano encima de la escultura,
así, por detrás. Acaricio esas formas. ¿Qué nombre tiene? No lo recuerdo
ya. Pero sí recuerdo su forma. Mi mano la recuerda. La mano es muy
importante. Tiene unas leyes que se imponen.
(Teoría de la visión de Berkeley: vemos un campo plano, pero
construimos un espacio táctil. La esfera aparece ante la vista como un
disco plano; es el tacto lo que nos informa acerca de sus propiedades de
espacio y forma. Un día, Apollinaire quiso lanzar, sin fortuna, un «arte del tacto»: nada que ver con el Teatro del Tacto -bufonada- de Marinetti. Que la relación de lo táctil con lo visual sólo quedó definida después de Cézanne,
y para la física, que, impasible, avanza, la vista como fuente de
nociones fundamentales sobre la materia parece resultar menos engañosa
que el tacto. Y, sin embargo, todas nuestras concepciones de lo que
existe fuera de nosotros han estado basadas en el tacto hasta Einstein,
para quien no existía el hombre capaz de visualizar las cuatro
dimensiones, excepto por medio de las matemáticas: «Ni siquiera somos
capaces de visualizar tres.»)
–La
cuarta dimensión no me ha llamado la atención excesivamente. Yo no he
andado dentro de la matemática. Yo he estado en las medidas que pueden
ser entendidas y transmitidas a través de la sensibilidad. De la
sensibilidad y de la comprensión de algunas cosas en un nivel en que te
manifiestan algo que tú puedes recibir a través de las manos, de los
ojos... A través de muchas cosas que no tienen que ver con la fuerza ni
con el poderío, ¿verdad? Yo he hecho esculturas de considerables
dimensiones. Y conozco a muchos escultores que no piensan más que en
hacer cosas muy grandes. Pero muy grandes por fuera. Por dentro...
tienen tamaño. Más vale decir dimensión que decir tamaño, ¿verdad?
–¿Qué robaría de los escultores jóvenes?
–¿De
los jóvenes jovencitos, éstos que vienen a conocerse ahora? No
demasiado, la verdad. Conozco a muchos, pero no veo nada así
verdaderamente... Lo decorativo les hace mucho daño. A lo mejor si... Y
el deseo de dimensiones muy forzadas, también les hace mucho daño. ¿Un
consejo? Que se busquen problemas y que traten de resolverlos realmente.
Eso es lo que los ayudaría más.
–La neurociencia sospecha que estamos genéticamente predeterminados.
–Sí. .., sí..., sí...
–¿Asusta?
–Sí..., sí... Verdaderamente, sí. Pero es para todos igual, ¿eh?
–¿Y la vejez?
–No, no, no. No me preocupa la vejez. Lo que me fastidia es que se me olviden las cosas.
(Sabe que no está bien creerse siempre una persona de alta tragedia con
el Eclesiastés como libro de mesilla: «No hay nada nuevo bajo el sol. No
existe el recuerdo de las cosas pasadas. Odié todo el trabajo que había
hecho el sol, porque tenía que dejarlo a los hombres que me
sucedieran.» Etcétera.)
–Aún
hay proyectos que me hacen ilusión. Lo del Tindaya, en Fuerteventura,
tiene sentido para mí, si se puede hacer. Y después hay una cosa en
Japón, que está en camino, que es una pieza de acero dentro de muros de
hormigón que recoge el espacio y lo proyecta hacia el Fujiyama. Se llama
Homenaje a Hokusai.
(Hokusai, ay, el maestro de las estampas Ukiyo-e, autor de Treinta y seis vistas del Fujiyama, mostrando los numerosos rostros de la montaña sagrada cuya diosa, adorada por los artistas, domina el paisaje.)
–Es
un lugar especial. Es el proyecto que más ilusión me hace. La obra está
a medias, y yo no sé si al final la vaya acabar yo o la va a acabar
otro, ¿verdad? ¡He tenido tantas cosas y lo he pasado tan mal! Pero en
fin, por lo menos ya tiene una estructura. Allí los obreros trabajan muy
bien.
La gran ola de Kanagawa Hokusai