miércoles, 24 de febrero de 2021

23-F

 

 

Francisco Javier Gómez Izquierdo

 
      Tras el impacto de la muerte de otro hermano el 8 de enero, viernes de la nevada que me tuvo varado en Chamartín sin poder llegar al entierro en Burgos, volvía ayer a Córdoba con la radio del coche saltando de emisora conforme se pasaba el Duero, Somosierra, las afueras de Madrid o Despeñaperros. En todas hablaban de lo mismo. Del 23 de febrero de 1981. Me asomo a
Salmonetes... y prefiero recordar aquella tarde-noche como en las emisoras, porque comentar el fútbol de Champions me descorazona y porque creo formar parte de una de las gavillas de "chorchis" licenciados en enero del 81 que recorrimos toda una gama de sentimientos e inquietudes que sólo a nosotros atañía.


     ¿Qué estaba haciendo usted el 23 F?, preguntan locutores veteranos desencantados con el nuevo siglo y "charlapuñaos" que creen que "aquéllo" fue un Madrid-Barcelona de los de Guardiola y Mouriño. Con mi hermano José en la mollera contesto en alto -bajo sólo en el coche- "cosiendo zapatos".


       Como ya he contado en otras ocasiones, en mi casa se trabajaba "en negro" para pagar las necesidades familiares y los pequeños caprichos de los seis hijos (los carnés del Burgos, el AS color, una cazadora...) Mis dos hermanas no cosían y César vino tardío y era muy pequeño. Estábamos a la faena mis padres, José, Carlos y servidor, los cinco tirando de cabo y ajustando las "tapas" de los mocasines cuando el locutor de la cadena SER enmudeció y nos paró a los cinco. Sobre todo a mí, que recién licenciado se me vino el mundo encima. Tenía "la blanca" desde finales de enero, pero sabía que aún era soldado y que tenía que acudir a la Agrupación Mixta de Encuadramiento de Vitoria nº6 si nos movilizaban. Leía y releía la cartilla blanca y todos los parrafillos me atrapaban. "Mientras dure el servicio eventual -situación de los licenciados- debe comunicar cambios de residencia, pedir permiso para salir al extranjero.." pero lo que me tenía acongojado era lo de ir a Vitoria, "el sitio donde debe incorporarse en caso de movilización". Mi padre y José y Carlos, más jóvenes que yo, me miraban y creo recordar que no sabían qué decirme. Me puse muy nervioso y sobre las nueve decidí salir a la calle instruyendo a los de casa que si llamaban dijeran que estoy en el pueblo y que allí no tenía teléfono. Mi torpeza consideraba que en los pueblos no se enteraba la gente de lo que estaba pasando en el Congreso. En la esquina de la iglesia de Gamonal vi a un señor de paisano fumando. Lo reconocí como uno de los guardias del Morco (Cuartel de la Guardia Civil en Burgos). No me dijo nada, pero me obsesioné con que estaba vigilando y como yo era el único paseante me volví asustado junto a la familia. "No estoy en casa, si llaman" repetía poseído de una angustia que remitió conforme entraba la noche y el Rey habló por televisión. Se me borran los sucesos del día siguiente, pero recuerdo la salida de los guardias por las ventanas, a José María García y la tranquilidad que volvió a mi más que dudoso ardor guerrero. José y Carlos harían "su" mili con los generales de la mía neutralizados y apartados de la circulación en una operación que supongo, como parece suponer Javier Cercas en Anatomía de un instante, de una inteligencia quizás más necesaria que justa.


      De los cinco zapateros de aquella tarde de hace cuarenta años sólo quedamos mi madre y yo. Mi padre tendría hoy 90, José 60 y Carlos 59. A cavilaciones sobre la fragilidad y vulnerabilidad humana me lleva este aniversario de un golpe de Estado que mentes quizás mucho más perversas que la del tecol. Tejero van perpetrando "a marchas forzadas".