Foxá con Manuel Rodríguez, el español con más poemas dedicados
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cercado en Tenochtitlán, Cortés consulta a su astrólogo, un tal Botello, la fecha más indicada para huir. El astrólogo da la noche del 30 de junio, aunque poco le aprovecha su astrología: muere con su caballo. En su petaca encuentran unos papeles como libro, con cifras y rayas y apuntamientos y señales, que dice en ellas: “¿Si me he de morir aquí en esta triste guerra?” Y en otras rayas: “No morirás.”
Aunque Cuba fuera su favorita –“Cuba es España en vacaciones”–, una tarde, en Méjico, después de los toros, Agustín de Foxá, el que no perdonaba a los comunistas haberse tenido que hacer falangista, fue al pueblo de Tacuba, al árbol de roja corteza, viejo de dos mil años y preso en una verja de hierro: bajo sus ramas pasó Cortés, el 30 de junio de 1520, su Noche Triste.
–La muerte es distancia.
Y Ruano, que naciera el mismo día que Foxá, escribió en su necrológica: “Le envidio su destino final: desnacer en los brazos donde se ha nacido. Dios da premios así.”
Foxá murió hace cincuenta años.
¿Cincuenta años?
Anota en sus memorias Stefan Zweig que entre 1900 y 1914 nunca vio citado el nombre de Paul Valery como escritor ni en “Le Figaro” ni en “Le Matin”; Marcel Proust pasaba por un pisaverde de salón y Romain Rolland por un musicólogo erudito; tenían casi cincuenta años cuando el primer tímido rayo de fama iluminó sus nombres y habían creado su gran obra en la sombra, en medio de la ciudad más curiosa e intelectual del mundo.
La gran obra literaria de Foxá, tercerista prodigioso de ABC, es Madrid, de corte a checa”, escrita en el café “Novelty” de Salamanca y editada en Pamplona y cuya primera parte hacía babear de gula a aquel fox terrier de pelo duro que fue Eduardo Haro.
A Foxá, que hubiera querido ser el marqués de Santillana, lo sorprende la República en Bulgaria.
–Me dio la noticia un judío. Vi la venganza contra los Reyes Católicos.
“Si no fuera Malaparte, me gustaría ser Foxá”, dice su gran amigo Curzio. Y le contesta Foxá: “Si no fuera Foxá, me gustaría ser Bonaparte.”
Secretario de embajada, critica Foxá la política de Pío XII con España. El Nuncio dulcifica: “El Papa no es infalible en esas cosas de pura política humana. Pero siempre tiene alguna asistencia del Espíritu Santo.” Y Foxá, con algo de falso Sha de Persia: “¡Pues si esas cosas se las inspira el Espíritu Santo, yo me hago del tiro de pichón!”
–Cuando murió –escribe Ruano–, nos pareció como si le hubieran dado “el paseo”.
[Publicado en ABCD las Artes y las Letras, 908, Semana del 27 de Junio al 3 de Julio de 2009]