viernes, 1 de junio de 2018

San Isidro'18. XIX de Feria. Corrida de las Seis Naciones, con un Adame II vestido de “faja de señora mayor y oro” que quitaba el hipo

Los Tres Caballeros

Bautista, Bolívar, Álamo, Galdós, David y Colombo


José Ramón Márquez

“La corrida de la OTI” la bautizó con acierto el aficionado R. “La corrida de las seis naciones” es el título colocado por el ingenio Dombiano a este inexplicable cartel del cual lo único que resplandece es su baratura, que la gran apuesta de Domb era la de ver cómo hacer para poder dar otra corrida que a él le salga a precio irrisorio y que le reporte beneficios copiosos. El invento consiste en traer a seis matadores de toros: un francés, un colombiano, un español, un peruano, un mejicano y un venezolano a matar un toro cada uno y colocar en las balaustradas de las salidas de los tendidos altos unas banderas de los correspondientes países, y con eso ya tenemos liada la corrida de la OTI. Faltaba la representación portuguesa, que bien podía haber venido de la mano de Palha, pero prefirieron irse al Puerto de la Calderilla en Salamanca a traerse un saldo ganadero de El Pilar, que les habrá salido bien apañadito en precio, caracterizado por las carencias de los toros en cuanto a presencia y trapío. Sin circunloquios, lo que El Pilar trajo a Las Ventas fue impropio de la Plaza, y es chocante que los eminentes profesores veterinarios que con tanto esmero se aplican a la evaluación de las reses, que el año pasado se vieron impelidos en aras de su deontología profesional a que no se lidiase completo el encierro de Rehuelga, hoy hayan aprobado esas cinco cabras y esa bola de sebo que, dicho de manera harto abreviada, es la corrida de esta tarde, sin entrar en lindezas.

Los de Plaza1 deben tenerle afición a esto de El Pilar porque el año anterior, el primero de la era Dombiana, la primera corrida de los varios hierros que están en manos de todo ese conglomerado familiar salmantino apellidado “Fraile” fue precisamente una de El Pilar. Y hoy, a repetir un año más tarde y aprovechar lo del señuelo de las seis naciones para enviar a la capital seis que pasaban por allí. El programa avisa de que en esto de El Pilar hay un certero blended entre los coquillas de Fonseca y los juampedros de Domecq y ahí hay tema como para echar la tarde intentando ver qué hay de los unos y qué hay de los otros en aquello que corretea por el ruedo, y lo que pasa es que luego te distraes con lo de que no les piquen y ya ni te acuerdas de Fonseca, ni de Domecq y al final el que está de espectador sólo se queda con lo de la mala presentación y los toreros con lo de la mala colaboración, y entiéndase esto último como la poca inclinación a correr tras el trapo que se les presenta de manera perruna y obediente.

El primero que salió a torear fue Juan Bautista, en representación de Francia, del cual podemos decir sin temor a equivocarnos ni a mentir que no hizo en su toro nada digno de ser reseñado. Bien es verdad es que el toro era un soso y un aburrido, pero tampoco las acciones de Juan Bautista estaban orientadas por una neta decisión de poner él lo que el toro no ponía. Se pasó el rato, por cumplir el expediente y el francés se embarulló con la cosa del estoque y se volvió a entre barreras como si no hubiese estado en la Plaza.

Bolívar, que venía en representación de Colombia, estuvo aseado con el capote y al inicio de su faena de muleta, cuando toreaba por ayudados por alto, fue derribado y zarandeado en el suelo por el de El Pilar, que se llamaba Jacobo, como el hermano del Duque de Alba, y que portaba marcado a fuego el número 114. Este toro sacó sus cositas que no fueron del agrado de Bolívar, lo primero porque parece que no acabó de recuperarse del susto que le metió el toro mientras estuvo en el suelo a su merced, y lo segundo porque ahí le esperan a la vuelta de cuatro días los albaserrada de Pepe Escolar, que es un reto más serio que el de las seis naciones. Por unos breves momentos pareció que Bolívar daba el paso adelante y hubo tres redondos que tuvieron buen son, pero la verdad es que la condición complicada del toro no fue suficiente acicate como para que Bolívar decidiese entrar en la pelea. El toro miraba mucho y se revolvía y Bolívar, ya definitivamente fuera de la corrida, acabó con él dejándole una estocada baja.

En tercer lugar ahí tenemos a Juan del Álamo, español y mirobrigense, del cual recordamos que el año pasado abrió la Puerta Grande de Madrid, sin que fuésemos testigos de dicho momento de éxito por no haber estado en la Plaza ese día. Su propuesta para hoy consistió en un sacarse al toro a los medios medio flexionando la pierna y en tomar las precauciones oportunas para mancharse lo menos posible el vestido blanco que traía, lo cual quiere decir que toreó de manera extremadamente despegada, muy por las afueras, llevando al animal con el pico de la talega. Le jalearon los consabidos muletazos empalmados, como ya va siendo tradición en esta Plaza, y luego se cambió la muleta a la izquierda donde lo intentó sin lucimiento. Cuando volvió al toreo en redondo el toro había cambiado, parándose tras cada pase, con lo que ni empalme ni aplausos. Y de matar, echándose afuera por dos veces y dejando el estoque a ver dónde cae.

Pasado el “ecuador de la corrida”, lo cual nos viene bien para decir que no tuvimos en este Festival de la OTI ningún toreador ecuatoriano, es decir Guillermo Albán, que es el único que nos suena de los de por allí, llegó el momento de Joaquín Galdós, del Virreinato del Perú. Al toro le puso Campanero el mayoral, y le marcó con el número 60, aunque le habría valido mejor el nombre de Goliat, porque era un grandullón gordinflón que demandaba un nutricionista a su lado más que un torero. El bicho iba a la muleta como el que va a por un Whopper a la hamburguesería, que hay hambre y eso es alimento, sin ilusión ni entrega y arrastrando sus lorzas. Tampoco Galdós dio esa impresión de que si no embiste el toro, embiste él, y más bien ofreció una imagen de si mismo acomodaticia y poco ambiciosa. Inició su faena con los ya consabidos pases de rodilla flexionada y entre medias dejó un cambio de mano y una trincherilla de buen aroma, siendo eso lo más señalado de su toreo en esta tarde. Con el estoque, mal.

Y en esto llegó el quinto, que “no hay quinto malo”, cuya muerte correspondía a Adame II, Luis David. El toro, con el número 59, atendía por Cotidiano, como el “panem nostrum” y tampoco fue el entregado y repetidor torito que Adame hubiese soñado para su trasteo. El animal nunca fue obligado por su matador, que buscaba lo que buscaba, esto es la maldita repetición de la embestida, para poder tundirle a muletazos. Como no se dio, la faena no fluyó y aunque el hidrocálido consiguió recabar algunos aplausos cuando se produjo el empalme, y aunque se tiró a matar con fe en clavar el estoque hasta la gamuza, sus argumentos no fueron suficientes como para que naciese una petición, inmerecida a todas luces, sin que ni siquiera el indecente chantaje que los benhures de la mula ejercen casi diariamente contra la Presidencia tuviera efecto. Luis David dio una vuelta al ruedo, que es un hermoso galardón en peligro de extinción. Se me olvidaba decir que no fuimos capaces de saber el color del vestido que portaba, que quedó perfectamente definido por la aficionada T. como “faja de señora mayor y oro”.

Y como colofón el venezolano Colombo, que en dos días es la segunda vez que le vemos. El toro, Medicillo, número 59 fue picado de pena por Andrés Nieto, quedándose Colombo con la cosa de las banderillas donde reiteró lo visto el día precedente en cuanto a que un matador no debe tolerar que los peones le “aparquen” el toro, que debe esa ser una labor del propio espada si decide banderillear. Puso tres pares, en el primero de los cuales tomó el olivo, y como la colocación de las banderillas del tercero, par al quiebro por los adentros, no fue muy correcta, decidió poner otro más, pura rabia, en el que rompió una de las banderillas, de la fuerza con la que las clavó. Colombo presentó un aire bullidor, muy en novillero con ganas, adoleciendo de muchos de los defectos contemporáneos en cuanto a colocación. En el remate de una serie, en un pase de trinchera, el toro alzó la cara y le arreó un golpazo en la mandíbula con la pala del pitón que fue como el K.O. de Mike Tyson a Tony Tubbs y Colombo se fue a la arena desplomado. Tras unos segundos se reanimó y volvió a la cara del toro a manifestar sus ganas de agradar y como mató de estocada entera con su habitual facilidad las gentes pidieron una oreja, que el usía no concedió con buen criterio, y finalmente el joven torero venezolano dio una vuelta al ruedo, la segunda de la tarde, que eso sí que es raro de ver.

La cosa del olivar entre el peonaje se la llevó de calle hoy El Pilo, que tomó el olivo dos veces de dos pares, aunque bien es verdad que en el segundo de ellos no había nadie en su sitio a hacerle el quite y tuvo que ser el alguacil quien distrajera al toro con las plumas de su sombrero. José Manuel Más también optó por tomar el oprobioso olivo banderilleando al quinto.

Tendedero de capotes

Pies de foto
Las 5 Naciones