Gattamelata
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El espectáculo del guerracivilismo batueco (“la gente confrontacional”, según el diagnóstico del más culto periodismo deportivo) asombra al mundo: con medio país viviendo abiertamente ya de la industria de la sedición, despiden al seleccionador de fútbol porque anuncia que, después del Mundial, entrenará al Campeón de Europa, y por ahí no pasa el Barcelona de Piqué e Iniesta, club que, comprometido públicamente con el golpe catalán, considera que los intereses del Combinado Autonómico son incompatibles con los del Real Madrid.
–No se puede dirigir a España con la cabeza en el Real Madrid.
Bueno, eso es como decir que Donatello no puede modelar la estatua ecuestre del Gattamelata en Padua porque tiene el encargo de hacer otra para el príncipe de la casa D’Este en Módena, y otra para Alfonso de Aragón en Nápoles, y otra para Ludovico Gonzaga en Mantua… Vale, Lopetegui no es Donatello, ni siquiera el Donatello de De Gea, el portero que en el United recibe veneración de Gattamelata. Sólo hay dos seres en el mundo incapaces de caminar y mascar chicle al mismo tiempo: el presidente americano Ford y… Lopetegui.
La clerigalla periodística tiró incluso de García, que llegó en la moto del mulá Omar para arremeter contra Lopetegui con los “dictum” marca de la casa: “puñalada trapera”, “ni salir a la calle”, “madridistas bien nacidos”, “si te vistes por los pies”… Todos los frailones de misa y olla del negocio (prestes, doctrineros, mosenes, capigorrones, capellanes y epistoleros) saltaron como gatos monteses sobre Lopetegui, apellido “de oro con tres franjas de azur”, que había cometido el mayor pecado de soberbia, sentarse en el banquillo del Bernabéu, el estadio donde, según Chillida, su paisano, que también fue portero, “sacar de puerta” (ya con la memoria medio extraviada, a Chillida le encantaba recordarse sacando de puerta con la Real Sociedad en el Bernabéu) era lo más grande que había hecho en su vida; más, desde luego, que todas sus lecturas de Heidegger y todas sus artesanías de hierros a la piedra.
–Como ciudadano me fastidia mucho; y como ministro más aún, que la selección haya vivido un momento tan delicado –declara, sin saber por qué, el nuevo ministro de Cultura, que confiesa saber de Lopetegui por lo que ha leído a los patriotas de hojalata en los Fake News, “basilios” que antes denunciaban en el extranjero el peligro que con motivo de la Final de Copa corrían en Madrid las aficiones del Barça y del Athletic por culpa del fascismo de Esperanza Aguirre y que ahora denuncian la traición de Lopetegui… a los valores nacionales.
Decimos “basilios” en recuerdo de don Basilio Álvarez, cura gallego, cojo y lerrouxista que a un diputado que le preguntó cómo era eso de que en la misa, sólo a unas palabras suyas, ¡de don Basilio!, Cristo bajaba al vino, contestó:
–¡Pues se j… y baja!
En las cortes republicanas, don Basilio pretendía que también los sacerdotes pudiesen alcanzar la presidencia de la República, y lo exigió con un discurso tan tremendista que los cronistas glosaron a “un orador anchuroso, que lleva al Parlamento los tonos tribunicios, el amplio ademán, el jadeo de las polémicas”, y cuyas oraciones “parecen tener siempre sobre los hombres una cumplida capa romántica, agitada por el viento de la elocuencia”. Exactamente igual que los sermones periodísticos, estos días, sobre Lopetegui y los valores.
Una vez fuera Lopetegui (“Creo que Rubiales ha estado muy bien”, interviene Xavi, membrillo de España, al que nadie ha puesto la corona del Burger King que anda buscando), la Inquisición de los “basilios” apunta a De Gea, portero de Mourinho (“¡arreniégote demonio!”) pretendido por el Madrid (“Vade Retro Satanás”) que Lopetegui (“De las trampas del demonio, libéranos, ¡oh, Señor!”) llevó al Combinado Autonómico, donde, al decir de Hierro, que hace suya la norma de los Rangers, “no dejamos tirado a nadie de la familia”: a Lopetegui simplemente le dieron esquinazo en la gasolinera, como se hace con la abuela cada verano.
De Gea falló ante Portugal (no más que Piqué). De haberlo hecho ante Rusia, ahora mismo estaría enfrentándose a un proceso por colusión con Putin.
–Nosotros –resume Hierro– en este momento tenemos que ser nosotros mismos.
Mulá Omar
“TODOS AL VAR”
Lo mejor del Mundial hasta la fecha es ese grito esperantista de “¡Todos al VAR!” cada vez que un árbitro se enfanga. Es un momento muy Bryce Echenique. ¡El momento Bryce que necesitaba el fútbol! Homenaje, ya eterno, a Alfredo Bryce Echenique, que en un plató de TV, cuando la presentadora anunció la presencia de don Manuel Alvar, el escritor peruano, refitolero, exclamó: “¡Eso, todos al bar!” Nos vino a la cabeza cuando el árbitro del Perú-Dinamarca, el gambiano Bakary Papa Gassama, pitó, a un guiño del VAR, un penalti contra los daneses que el peruano Cueva falló como sólo se fallan los penaltis que no lo son, y el de Cueva no lo era, o sea, que era un penalti de VAR. El VAR, pues, es como un Jordi Alba con gafas de culo de vaso, un chota que se chiva de De Gea por dejarse un butrón en la barrera.