miércoles, 27 de junio de 2018

La Hammer



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Iván Redondo, el doctor Frankestein que pasa consulta en esa Hammer que es La Moncloa, puso sobre la pifa de Sánchez unas anchoas para pintarnos un Kennedy “Rottweiler” despachando fotocopias con un Danny DeVito y le salió un Putin comprado en los chinos.

Parecía el ensayo de asalto a Cuelgamuros.

Hombre, Sánchez. Con Franco, la cosa era sacarlo de El Pardo, no del Valle de los Caídos. Profanar muertos será socialista, pero no inteligente, y si hojea “La rama dorada” verá la mala suerte que da. ¿Qué? ¿Van a arrojar la cabeza a los pies de la “frau” de Triana? ¿No les llega con el astronauta, para echárselas de lunáticos y meter miedo?
Los ingleses, que inventaron el “terror gótico”, sacaron el cadáver de Cromwell de la abadía de Westminster y escenificaron su ejecución póstuma, con decapitación y exhibición de la cabeza empalada hasta su enterramiento, en 1960, en Cambridge, donde luego, con una beca de Blesa, posó Pablemos diciendo que, para Universidad, la Complutense, a cuya célebre morgue podrían ir a parar ahora los restos de Franco (los del franquismo siguen vivos) en la caricatura de Nuremberg que prepara el sanchismo, rama cani del socialismo.
En el 36 un Tribunal Popular condenó a muerte a un ex ministro de la Gobernación de la República, Salazar Alonso, por tres acusaciones: aceptar un reloj del estraperlo; dar protección a ABC durante la huelga de artes gráficas convocada porque un obrero del periódico, Jesús Navarro, se negaba a afiliarse a la Ugt; y prohibir el enterramiento de los golpistas de Jaca, capitanes Galán y García Hernández, “padres” de la República (con lápida en el Congreso), en la madrileña plaza de la Independencia, bajo la Puerta de Alcalá.
En una democracia, subirían a Sánchez a lo alto de Cuelgamuros y le dirían lo que el capataz de una grande constructora a sus albañiles recalcitrantes: “Hasta donde la vista alcanza, todo se ha hecho sin ti. Y se seguirá haciendo. Coge tu cuenta y vete.” En una democracia.

Para anchoas, las de Putin