Luz de otoño en Junio
José Ramón Márquez
La “tradicional corrida de beneficencia” ha sido desde 1856 la gran corrida de postín de los madriles. Prácticamente no creo que haya un solo aficionado que no tenga guardado en su casa algún cartel de esta corrida, que entre ellos hay verdaderas obras de arte, de los de papel o de los de seda. Yo tengo varios, como es natural, pero casi puedo decir que mi favorito es uno de los primeros años del siglo XX, muy bonito, en seda gris en el que en su parte central está la imagen de un ferocísimo toro que se abalanza sobre el maderamen de la barrera, destrozándolo, y en la banda superior hay dibujada una fila de menesterosos, uno con unas muletas, unos niños pobres, una señora con pañuelo a la cabeza, otro en actitud de mendigar, como representando a los beneficiarios de la Beneficencia, en la que, por cierto, se anunciaban toros de Saltillo, y juro que no es éste un truco barato para traer de nuevo a estas letras el recuerdo de la pavorosa corrida que vimos el pasado lunes en la que Octavio Chacón se dio a conocer de manera fehaciente, porque lo que yo quería traer a cuenta del cartel es la importancia social que en el pasado tuvo esta corrida tan singular y cómo en nuestros días la Corrida de Beneficencia es apenas una mueca de lo que fue, sustituidos los reposteros que cuelgan de las barandillas por unas cutres lonas serigrafiadas; dispuestas en la Plaza, con menos ganas que gusto, unas cuantas esmirriadas guirnaldas de flores de plástico; con todas las banderas de España desgastadas y muchas de ellas blanquecinas en su parte amarilla por efecto de la intemperie y la incuria, que algunas parecen más bien la bandera de Austria o del Líbano que la de España; o con unas pobretonas banderillas de “lujo” baratas, baratas, que tienen toda la pinta de habérselas comprado en el chino que hay al lado del Mercado de Ventas. Se ve que la dichosa Comunidad de Madrid, ese innecesario organismo, tiene otras cosas de más enjundia a las que dedicarse que a la de dar un poco de dignidad al espectáculo que ellos mismos montan y que es presidido, como ha sido inveterada costumbre, por S.M. el Rey.
Otra cosa es la selección de la fecha de celebración de esta corrida y la selección de los actuantes. En cuanto a lo primero, siempre fue celebrarla en jueves y una vez terminada la Feria, hablando de las Corridas de Beneficencia posteriores a la invención de don Livinio Stuyck, y en cuanto a lo segundo lo suyo siempre fue contratar a los toreros que hubiesen resultado triunfadores de la Feria, o que hubiesen dejado el cotarro animado con su actuación durante la misma. Ahora, desde hace unos pocos años, la Corrida de Beneficencia va colocada entremedias de la propia Feria el día que le toque y el cartel de la misma se da ya como opción al adquirir el abono, por lo que es cosa prevista de antemano en la que nada influye el resultado que los toreros hayan ofrecido en sus actuaciones feriales.
La combinación que pensaron los del Centro de Asuntos Taurinos para la Beneficencia de 2018 fue la de los toros de Alcurrucén y, como toreros, Antonio Ferrera, Miguel Ángel Perera y Ginés Marín. De ellos, lo mismo Ferrera que Perera ya habían pasado por la Feria, con las corridas de Cuvillo y de Victoriano del Río, respectivamente, y Ginés Marín se vino de acompañante al engendro mano a mano de la “Corrida de la Cultura”, otro invento de Domb, le Producteur, cuyo fin no declarado era el de aumentar las posibilidades de que Curro de San Blas, King of Seville, pudiese abrir esa Puerta Grande de Madrid con la que está obsesionado y así tener las mismas que Florencio Casado “El Hencho”, pero con menos valor.
De los toros pensamos, como tantas otras veces, que a estos del Centro de Asuntos Taurinos se la cuelan, por lo general, de manera inmisericorde y lo mismo nos estamos equivocando. Siempre hemos pensado que los hermanos Lozano son ganaderos y hombres de negocios taurinos extremadamente espabilados -y me quedo muy corto con ese adjetivo-, muñidores de muchas cosas y poco amantes de las sorpresas, y siempre hemos pensado que, como ganaderos, son de los que tienen en la mano su ganado, esto es que no echan una corrida a ver qué sale, porque ellos saben con bastante acierto qué es lo que sale en el camión desde su casa con destino a según dónde y a según qué toreros, pero con las dos que llevamos vistas nos entra ya la duda de si su olfato les está jugando una mala pasada, porque el pasado día 19 de mayo pensábamos que habían echado la mala en un cartel de pobrecillos y que, probablemente, hubiesen dejado la buena para lucirse en la corrida de Beneficencia y resulta que la de hoy ha salido con unas trazas similares a la de aquella, cuando aún teníamos tantas tardes de toros por delante. La cosa es que aunque salió uno, el primero, Barberón, número 75, manso aunque con nervio y suficientes dosis de agresividad, pero el resto de la corrida se movió entre el descaste y las pocas ganas de correr, que como se sabe la mayor lacra para el toreo contemporáneo es que el toro no repita y se quede parado entre pase y pase dejando al aire las vergüenzas de los toreros. El tercero, Doctor, número 157, era una bolita de carne recortadita con la capa colorada que por un momento, en tres series, sí que regaló su correteo a Ginés Marín, y el sexto, que no fue picado, y cuando se dice “no fue picado” se quiere expresar exactamente eso sin exageración alguna, cobró una viveza, al no haber sido quebrantado, que trajo de cabeza a Antonio Manuel Punta y Manuel Izquierdo en su labor banderillera, y acabó desbordando a su matador. El resto del encierro salió muy parado y sin grandes dotes embestidoras. De la cosa de las varas ni perdemos el tiempo en hablar de ello, que cada cual se imagine lo que quiera.
Antonio Ferrera da la impresión de estar en un laberinto, que él ha dado su mejor perfil con toros de exigencia, y volvemos a traer a colación el toro de Carriquiri que le puso en circulación en Madrid hace una docena de años, pero ahora está en un plan como de viejo maestro que quiere dar su lección de arte, de quietud, de torería académica y eso no le acaba de salir, y hoy deja pasar la ocasión de plantear a la mansedumbre y a la belicosidad de su primero la apasionada receta que tan buenos réditos le produjo con el Carriquiri, para tratar de vender en cambio la moto del asolerado, que de momento no le ha dado nada. La cosa es que por momentos se le ve en el buen aire y en muchos otros, no. Deja algún natural, que el izquierdo era el pitón más aprovechable del toro, pero la mayoría los plantea por afuera y eso desluce su labor. Lo mismo si se bajase del pedestal que se ha hecho o le han hecho podría mandar al tendido un mensaje más sincero. Se embarulló con la cosa del estoque y la cruceta y le dieron dos avisos. En su segundo, no encontró la manera de meter mano a la sosería del burel, que tampoco merecía el esfuerzo. En éste le dieron un aviso.
Perera es ahora mismo como un espectro que se pasea por las Plazas arrastrando las cadenas de su idéntica faena, día tras día, siempre la misma, la misma pierna retrasadísima, la misma ventaja desde el principio hasta el remate de la serie, la misma sensación de déjà-vu, y todo eso, además, con un aire entre místico y tristón. Es que ni se le ocurre plantear otra cosa, como si no hubiese otra vida, él va colocando la misma faena a este toro, a aquél otro y al de más allá. Su nombre suena y él va sumando contratos en su temporada, pero la sensación de alguien muy aburrido es plenamente patente, y no me extraña porque la tauromaquia que practica lo es, y mucho.
Y Ginés Marín, que el hombre se llevó de regalo la ya clásica “oreja de los benhures” por una faena tontiboba a la bolita de carne, que se movió al gusto del toreo moderno. Inició con la típica fantasía que viene a decir que el toro no le impone respeto alguno, dando los muletazos con la parte de atrás de la muleta como en un baile. Luego el toro se movió como de él se esperaba en tres series, organizadas bajo el signo de la ventaja para el torero, ausentes de compromiso y de autenticidad; después el animalejo ya se quedó desfondado y ahí Ginés se esforzó en seguir en las cercanías, acabando con las bernardas que habíamos erradicado en los días precedentes y después de un pinchazo y una estocada desprendida y con la necesaria complicidad de los benhures, don Trinidad le dio la oreja como le podía haber dado una cita para renovarse el DNI sin esperar colas. Su segundo no fue picado, como se dijo antes, y llegó a la muleta con una gran viveza, con una embestida muy alegre y con ganas de galopar. El torrente de vulgaridad que Marín derramó sobre el toro, desde la manera de agarrar la muleta por el extremo del palillo, hasta el trazo lejano y guiado por el pico de la muleta hería a los ojos de tal manera que las ovaciones que recibió fueron de lo más tibias y mecánicas. Él mismo se debió dar cuenta de cómo se le iba pasando la faena sin acabar de cuajar al toro, un toro muy a propósito incluso para el torero con algo de truco, pues el animal ponía la emoción que el toreo de Ginés no daba, pero su colocación era tan mala que hasta dos chinos muy espabilados y orejeros que estaban detrás aprendieron lo suyo y le gritaban:
¡Cluzal, Ginés, cluzal…!
Y ni por ésas.
Lo mejor de la tarde tuvo lugar en el tercero: Ginés deja el toro al caballo que monta su padre con una larga torerísima de la que sale con el capote al hombro como Gallito; el picador pone dos varas de buen hacer y Antonio Ferrera saca al toro del caballo andando, con tres chicuelinas de mano baja y una media verónica de gran empaque, en otro soberbio recuerdo de Gallito. Eso compensó el precio de la entrada.
Hoy tampoco se tomó el olivo, lo cual queda reseñado para público conocimiento.
Otra cosa es la selección de la fecha de celebración de esta corrida y la selección de los actuantes. En cuanto a lo primero, siempre fue celebrarla en jueves y una vez terminada la Feria, hablando de las Corridas de Beneficencia posteriores a la invención de don Livinio Stuyck, y en cuanto a lo segundo lo suyo siempre fue contratar a los toreros que hubiesen resultado triunfadores de la Feria, o que hubiesen dejado el cotarro animado con su actuación durante la misma. Ahora, desde hace unos pocos años, la Corrida de Beneficencia va colocada entremedias de la propia Feria el día que le toque y el cartel de la misma se da ya como opción al adquirir el abono, por lo que es cosa prevista de antemano en la que nada influye el resultado que los toreros hayan ofrecido en sus actuaciones feriales.
La combinación que pensaron los del Centro de Asuntos Taurinos para la Beneficencia de 2018 fue la de los toros de Alcurrucén y, como toreros, Antonio Ferrera, Miguel Ángel Perera y Ginés Marín. De ellos, lo mismo Ferrera que Perera ya habían pasado por la Feria, con las corridas de Cuvillo y de Victoriano del Río, respectivamente, y Ginés Marín se vino de acompañante al engendro mano a mano de la “Corrida de la Cultura”, otro invento de Domb, le Producteur, cuyo fin no declarado era el de aumentar las posibilidades de que Curro de San Blas, King of Seville, pudiese abrir esa Puerta Grande de Madrid con la que está obsesionado y así tener las mismas que Florencio Casado “El Hencho”, pero con menos valor.
De los toros pensamos, como tantas otras veces, que a estos del Centro de Asuntos Taurinos se la cuelan, por lo general, de manera inmisericorde y lo mismo nos estamos equivocando. Siempre hemos pensado que los hermanos Lozano son ganaderos y hombres de negocios taurinos extremadamente espabilados -y me quedo muy corto con ese adjetivo-, muñidores de muchas cosas y poco amantes de las sorpresas, y siempre hemos pensado que, como ganaderos, son de los que tienen en la mano su ganado, esto es que no echan una corrida a ver qué sale, porque ellos saben con bastante acierto qué es lo que sale en el camión desde su casa con destino a según dónde y a según qué toreros, pero con las dos que llevamos vistas nos entra ya la duda de si su olfato les está jugando una mala pasada, porque el pasado día 19 de mayo pensábamos que habían echado la mala en un cartel de pobrecillos y que, probablemente, hubiesen dejado la buena para lucirse en la corrida de Beneficencia y resulta que la de hoy ha salido con unas trazas similares a la de aquella, cuando aún teníamos tantas tardes de toros por delante. La cosa es que aunque salió uno, el primero, Barberón, número 75, manso aunque con nervio y suficientes dosis de agresividad, pero el resto de la corrida se movió entre el descaste y las pocas ganas de correr, que como se sabe la mayor lacra para el toreo contemporáneo es que el toro no repita y se quede parado entre pase y pase dejando al aire las vergüenzas de los toreros. El tercero, Doctor, número 157, era una bolita de carne recortadita con la capa colorada que por un momento, en tres series, sí que regaló su correteo a Ginés Marín, y el sexto, que no fue picado, y cuando se dice “no fue picado” se quiere expresar exactamente eso sin exageración alguna, cobró una viveza, al no haber sido quebrantado, que trajo de cabeza a Antonio Manuel Punta y Manuel Izquierdo en su labor banderillera, y acabó desbordando a su matador. El resto del encierro salió muy parado y sin grandes dotes embestidoras. De la cosa de las varas ni perdemos el tiempo en hablar de ello, que cada cual se imagine lo que quiera.
Antonio Ferrera da la impresión de estar en un laberinto, que él ha dado su mejor perfil con toros de exigencia, y volvemos a traer a colación el toro de Carriquiri que le puso en circulación en Madrid hace una docena de años, pero ahora está en un plan como de viejo maestro que quiere dar su lección de arte, de quietud, de torería académica y eso no le acaba de salir, y hoy deja pasar la ocasión de plantear a la mansedumbre y a la belicosidad de su primero la apasionada receta que tan buenos réditos le produjo con el Carriquiri, para tratar de vender en cambio la moto del asolerado, que de momento no le ha dado nada. La cosa es que por momentos se le ve en el buen aire y en muchos otros, no. Deja algún natural, que el izquierdo era el pitón más aprovechable del toro, pero la mayoría los plantea por afuera y eso desluce su labor. Lo mismo si se bajase del pedestal que se ha hecho o le han hecho podría mandar al tendido un mensaje más sincero. Se embarulló con la cosa del estoque y la cruceta y le dieron dos avisos. En su segundo, no encontró la manera de meter mano a la sosería del burel, que tampoco merecía el esfuerzo. En éste le dieron un aviso.
Perera es ahora mismo como un espectro que se pasea por las Plazas arrastrando las cadenas de su idéntica faena, día tras día, siempre la misma, la misma pierna retrasadísima, la misma ventaja desde el principio hasta el remate de la serie, la misma sensación de déjà-vu, y todo eso, además, con un aire entre místico y tristón. Es que ni se le ocurre plantear otra cosa, como si no hubiese otra vida, él va colocando la misma faena a este toro, a aquél otro y al de más allá. Su nombre suena y él va sumando contratos en su temporada, pero la sensación de alguien muy aburrido es plenamente patente, y no me extraña porque la tauromaquia que practica lo es, y mucho.
Y Ginés Marín, que el hombre se llevó de regalo la ya clásica “oreja de los benhures” por una faena tontiboba a la bolita de carne, que se movió al gusto del toreo moderno. Inició con la típica fantasía que viene a decir que el toro no le impone respeto alguno, dando los muletazos con la parte de atrás de la muleta como en un baile. Luego el toro se movió como de él se esperaba en tres series, organizadas bajo el signo de la ventaja para el torero, ausentes de compromiso y de autenticidad; después el animalejo ya se quedó desfondado y ahí Ginés se esforzó en seguir en las cercanías, acabando con las bernardas que habíamos erradicado en los días precedentes y después de un pinchazo y una estocada desprendida y con la necesaria complicidad de los benhures, don Trinidad le dio la oreja como le podía haber dado una cita para renovarse el DNI sin esperar colas. Su segundo no fue picado, como se dijo antes, y llegó a la muleta con una gran viveza, con una embestida muy alegre y con ganas de galopar. El torrente de vulgaridad que Marín derramó sobre el toro, desde la manera de agarrar la muleta por el extremo del palillo, hasta el trazo lejano y guiado por el pico de la muleta hería a los ojos de tal manera que las ovaciones que recibió fueron de lo más tibias y mecánicas. Él mismo se debió dar cuenta de cómo se le iba pasando la faena sin acabar de cuajar al toro, un toro muy a propósito incluso para el torero con algo de truco, pues el animal ponía la emoción que el toreo de Ginés no daba, pero su colocación era tan mala que hasta dos chinos muy espabilados y orejeros que estaban detrás aprendieron lo suyo y le gritaban:
¡Cluzal, Ginés, cluzal…!
Y ni por ésas.
Lo mejor de la tarde tuvo lugar en el tercero: Ginés deja el toro al caballo que monta su padre con una larga torerísima de la que sale con el capote al hombro como Gallito; el picador pone dos varas de buen hacer y Antonio Ferrera saca al toro del caballo andando, con tres chicuelinas de mano baja y una media verónica de gran empaque, en otro soberbio recuerdo de Gallito. Eso compensó el precio de la entrada.
Hoy tampoco se tomó el olivo, lo cual queda reseñado para público conocimiento.