Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Como cada 17 de enero (¡desde 1502!), en Gamonal, la cofradía de San Antón reparte de balde diez mil raciones de titos a los peregrinos de Santiago, que hoy somos simples devotos de San Antón, que te bendice el perro, y de los titos (“latine ervilia”, dice Cobarruvias, y decimos arveja), que te colman la andorga.
Por un día, todo Burgos (la vieja “osamenta de piedra abandonada en el camino” del regeneracionista Salaverría) huele a titos (¡el titismo es populismo!), cuyo borboteo parece la metáfora del tránsito del Estado bienhechor de Isabel la Católica al Estado de asistencia del marianismo, aunque en estas marmitas el marianismo no haya puesto ni las guindillas.
El caso es que la filosofía y literatura del mundo provienen del hambre, y si la más bella doctrina del Amor nació a los postres del “Symposio” platónico, de los titos de San Antón podría nacer la más bella doctrina de la Política (“los verdaderos sujetos de la política son los pueblos: ellos constituyen, organizados en unidades políticas, el ‘pluriverso’ del mundo político”): una demostración de que ninguna constitución formal (ni siquiera ese Quasimodo federal que con clarines y timbales anuncia el periódico global) podrá prevalecer contra la constitución material de España.
Qué ocasión, la de los titos gamoninos, perdida por Rivera para explicar, con un mistolobo en una mano y la escudilla humeante en la otra, su proyecto de ley (“veo un perrito y me derrito”, dice su ponente)... “para que los perros sean personas”, superando, al fin, a San Agustín, que reservó el término para el ser humano y las “tres personas” de la Trinidad.
El perrihombre jurídico de Rivera es como el cerdo cocotológico de Unamuno.
–¡Eduardo, le llamo para decirle que acabo de crear el cerdo! –dijo un día Unamuno al hermano mayor de Ortega, Eduardo, con quien compartía destierro tonto en Hendaya.
Había terminado otra pajarita.
En Gamonal terminó San Antón con la rifa de dos soberbios y socarrones cerdos.