Francisco Javier Gómez Izquierdo
Contaba y cantaba Kiko Veneno que “se juntaba con topo tipo de delincuentes”, pero ni él ni un servidor, que está en las mismas, nos hemos encontrado nunca con un delincuente muerto y resucitado, como les ha pasado a los funcionarios de prisiones de Villabona, al médico o los médicos de aquella cárcel asturiana y por fuerza de ley, protocolo y procedimiento al juez que levantó el cadáver de un Montoya del Norte. Les habrá llegado la noticia contada con las exageraciones que se acostumbran en este tipo de episodios, pero analicemos los pasos que se tuvieron que dar ayer domingo por la mañana para hacerse una idea certera de lo que pudo pasar.
En el recuento de las ocho menos cuarto, el funcionario vio al interno inmóvil sentado en su silla y con el cuerpo echado hacia la cama. Comprueba que no tiene pulso y llama al médico, que se persona inmediatamente. Allí acudiría más de un funcionario, el Jefe de servicios, incluso podría estar presente algún ATS. Varias personas que pueden tener disparidad de criterios en muchos temas, pero que no dudaron de la muerte del preso. Me llega que alguno de los testigos ha manifestado que el “cadáver” era ya de color azul. Ante la supuesta evidencia del cuerpo presente, se procedió a llamar al juez para levantar el cadáver, cosa que Su Señoría hizo, imaginamos que sin ninguna duda, procediendo la Dirección de la prisión a solicitar un vehículo, seguramente ambulancia, para su traslado al depósito de cadáveres donde se le realizaría la autopsia como es preceptivo en casi todas los decesos penitenciarios. El traslado se hizo dentro de una de esas bolsas que ustedes conocen por televisión y colocada, al parecer, sobre la mesa de autopsias el muerto roncó y despertó a la vida.
Dice la familia, no es noticia contrastada, que su pariente tiene las marcas en el cuerpo por donde el forense iba a abrir y que ¡cómo no! va a denunciar. Hasta aquí la noticia que no sabemos cómo acabará.
Ahora bien, a mí lo que más me interesa en la situación del Montoya resucitado es su novedosa situación penitenciaria. Supongo, y digo supongo, que firmada la defunción por el juez, el reo se considera excarcelado y así se dejaría diligenciado en el expediente del interno, por lo que la resurrección desconocida en los códigos y reglamentos ha de ser aplicada en beneficio del condenado, como refleja el principio del in dubio pro reo. Un juez lo excarceló y sólo una sentencia judicial, supongo, puede volver a encarcelarlo. Aunque a ustedes les parezca un disparate lo que se me ocurre, no crean que es tan descabellado el razonamiento.
Es más, en atención a lo misterioso, romántico y novelesco del caso, abogo por la puesta en libertad del Montoya asturiano por entrar en colisión con uno de los vacíos legales más estupefacientes que pueda imaginarse.