Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Bienvenidos a 2015, Año de la Revolución.
Vista con la resaca de Año Nuevo, la Revolución es una gamberrada francesa que desemboca en ese franquismo de mano en el pecho que Napoleón impuso al continente europeo… hasta hoy.
La pérfida Albión no cuenta, porque sus hijos siempre se dejaron la piel por la libertad, completada por sus primos de América, los únicos que la disfrutan en plenitud, luego de inventar la democracia a fuerza de huir de Europa.
En Europa estamos más por la cosa de la igualdad, que es nuestra manera de eliminar a la competencia. Usted será muy listo, pero me quedo yo con la beca, y así ya somos iguales, que es lo que se lleva.
La gran fiesta española de la igualdad es el magno botellón de Nochevieja, que ahora, en el Madrid de Ana Botella y Tono Martínez, se ensaya la víspera. Como en la ópera, los “pobres” acuden al ensayo el día 30, reservándose la función del día 31 para los “ricos”, y todos perfectamente intercambiables.
Como los falangistas, que detestaban las improvisaciones porque les parecían secuelas de lo romántico, Botella y Martínez quieren una Puerta del Sol donde nadie dé un paso sin la supervisión del comité revolucionario, pues ya decimos que el 15 es la Revolución.
“¡Bombona y República!”, dijo Hughes para resumir el ardor revolucionario de España cuando el espontáneo de Teruel entró en la sede pepera de Madrid con dos bombonas de gas.
Qué tontería, pensarán ustedes, pero ahí está la declaración institucional del comunista andaluz Valderas:
–No puedo sentirme de la casta: repartí butano y fui camarero.
Hombre, Valderas. La casta (como la traición) es cuestión de fechas: en el mayo francés, los agentes del orden estatal (burgués) fueron los comunistas.
A todo esto, la única canción-protesta sobre el reparto del butano (¡y contra la corrupción!) que uno recuerda es el “Aleluya” de los Hermanos Calatrava, que me parece, por cierto, un himno más subversivo que “La estaca”, el motete de Llach.