José Ramón Márquez
Esa Francia fecunda que, al decir de los Tertulianos, es capaz de alumbrar la Enciclopedie y Charlie Hebdo, esa enemiga constante y secular de esta España nuestra, que lava sus culpas enviándonos desde hace centurias una legión de hispanistas y de sinceros enamorados de la piel de toro, nos servirá para ilustrar en dos trancos un par de asuntos de la actualidad.
En primer lugar tenemos al citoyen Simón Casas que, envalentonado por haber logrado cuadrar sus cuentas, pone en marcha su ofensiva en defensa de la Fiesta tomando las armas contra... el público. Dentro de la más perfecta lógica del mundillo taurino, al bueno de Simón no le da por arremeter contra el fraude generalizado (afeitado, fundas, brunete guateada...), ni contra la anodina ausencia de personalidad en los toreros (Pérez, Gómez, Sánchez...), ni contra el incontestable descaste de la cabaña de lidia (juampedro, juampedro, juampedro...), ni contra los trusts empresariales de los que él mismo participa. Simón derrota contra el público, el que pasa por la taquilla, el que sostiene todo el tinglado, acaso porque ésa es la única parte del espectáculo que escapa a sus manejos. Ignora Simón, o acaso no, que demonizando al público se alinea con Blasco Ibáñez y con Eugenio Noel, acaso tan antitaurinos como el propio Simón, que no duda en ponerse un rato junto a los antis declarados con tal de llevar el agua a su molino, tratando de buscar que en los ruedos impere la Pax Simona que consiste en sólo manifestar la aprobación y el contento. Para ilustrar a Simón citaremos las palabras de Gonzalo Torrente Ballester, publicadas en un viejo número del diario Arriba, a propósito de los públicos: “...la ventaja del público español es que lleva en la sangre el profundo sentido de la justicia del espectador de toros...” y más: “...el público de toros dimite del partidismo ante una gran faena y aplaude al torero detestado o silba al favorito si lo ha hecho mal. ¡Qué gran institución educativa de las masas son las corridas de toros!”
Y luego, la violencia. Lo mismo los moros con sus AK-47 convirtiendo una calle de París en el OK Corral que los antis dejando maltrecho a Andrés en la Universidad San Pablo-CEU, cada uno a su manera y según sus fuerzas, el recurso a la violencia siempre parece ser el más querido por el humano, acaso lo que nos hace humanos, como nos enseñan la Biblia en Gen, 4.8. y Kubrik en “2001 una odisea del espacio”. En París, cuando los toreros Pierre Cacenabe “Felix Robert” y Ramón Laborda “Chato de Zaragoza” se dirigían a la Plaza de Toros de las Arenas de Enghieu a participar en una corrida organizada con motivo de la Exposición Mundial de 1900, fueron tiroteados por un “anarquista” (aún no se había inventado lo de “terrorista”) sueco llamado Iván Aguelli, que de esa manera quería hacer patente su desacuerdo con... lo que fuese. Robert se libró de la balasera, al Chato la cosa le costó un balazo en un brazo y en el costado izquierdo y al sueco una multa de 200 francos y la privación de libertad por tres meses. Nadie se manifestó con un cartel: “Je suis Chato” y la pena impuesta al agresor pareció ajustada, respecto del crimen perpetrado, para la prensa de la época, prensa que es, al parecer, la garante de la democracia según se ha dicho en los días pasados.
A fin de cuentas los tiroteados eran toreros.