jueves, 29 de enero de 2015

Cornejas




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

En España el dilema es dejarnos fascinar por los emprendedores, como el jovezno Nicolás y su colección de selfies con Arturo, o dejarnos fascinar por los filósofos, como el viejuno Monedero y su colección de selfies con Habermas.
“Potencia mundial Habermas”, escribió para su 80 cumpleaños el periódico “Zeit”, cosa que aquí (falta de valor) aún no se ha escrito de Arturo.

Monedero y Nicolás son la variante española de la corneja de Horacio, famosa por su simpática afición a adornarse con plumas ajenas.

En las empresas no reconocen a Nicolás y en las universidades no reconocen a Monedero, pero los dos dan el pego, y el dar es el fundamento de la economía del prestigio.

Quien quiera formar un capital de prestigio tendrá que distinguirse como dador –dice un filósofo alemán que quiere sustituir los impuestos con dádivas.

Me da que el dar alemán de Peter Sloterdijk es el mandar español de Curro Fetén: “Para ser figura del toreo hay que mandar, y aquí no manda nadie. Y si manda, no nos ha llegado”.
Para figurar hay que mandar y para mandar hay que figurar. Monedero quiere figurar que es profesor en la Humboldt de Berlín para poder mandar en esos estudios de la Hammer que es la Complutense de Madrid, con su gótico de momias, gusanos y Carrillos. Da el pego. Y además da la lata, porque el prestigio está en el dar.

A dar, precisamente, dicen que viene a Madrid el chino Jianlin. Dinero. En billetes de cincuenta. Unos tres mil millones de euros. La décima parte de lo prestado por España a Grecia, que no se recuperará ni vistiéndose Guindos de cobrador del frac.

Sólo los leninistas finolis de Podemos, que no saben que los chinos disparaban alegremente la pólvora cuando los europeos no habían inventado la ballesta, se oponen al negocio, y todo porque Jianlin les parece un cateto maoísta.

La conservamos porque los soviéticos no creemos en la inmortalidad del alma –explicó a Curzio Malaparte el obrero que ponía las inyecciones a la momia de Lenin.