Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La primavera árabe grana en París, y en Madrid los románticos y románticas hacen cola para entregar su vida, como Byron, a la causa de la independencia griega.
Byron es un inglés sentimental que muere de malaria (aún no se había inventado el gin-tonic) en la guerra de Grecia, y Carlyle, que es un escocés que no puede con la sentimentalidad, clama en el desierto:
–¡Cierra tu Byron y abre tu Goethe!
Pero el Goethe que prefiere la injusticia al desorden está con frau Merkel, mientras que Byron tuerce por Alexis (“Call me Alexis!”), ese amigo griego de Pablemos que quiere hacer con la deuda (¡olímpica deuda!) un lecho de Procusto, por aquí corto, por aquí estiro, con el apoyo de sus coleguillas españoles, que defienden los tres derechos de los paisanos de Alexis: a pedir dinero, a no devolverlo y a votar por la lista de Alexis.
Después de todo, la verdadera escuela de los griegos es la calle, el mercado, ¡la tertulia!, y nuestros románticos y románticas (Pablemos, Monedero, Colau…) son tertulianos, aunque por darse pote se digan politólogos.
También es griega la democracia directa, como la que pedían los perroflautas del 15-M en la Puerta del Sol (antes de que Pablemos descubriera las ventajas de la democracia orgánica del aquí mando yo): nunca pasó del diez por ciento el número de atenienses asistentes a la Asamblea, que estaba en una loma a la que los viejos no querían subir.
Si yo fuera Wert, que no sé si sigue siendo ministro, o Lassalle, que no sé si sigue de baja por maternidad, ordenaría la creación de un premio Lord Byron, con piñata económica a cargo de Cultura, para distinguir a aquellos intelectuales de reconocido prestigio que se declaren (ya se supone que en los medios de Prisa, donde empiezan a faltar premios estatales) dispuestos a entregar su vida a la causa de la independencia griega.
–Grecia es la bomba de Hiroshima del Cuarto Reich –ha dicho Monedero, que no sería un mal Byron.
El primer renglón ya lo tiene escrito.