Pajarilla en el alero de la iglesia de Tábara, Zamora
Ignacio Ruiz Quintano
El domingo, en Las Ventas, en el minuto de silencio (ese padrenuestro de la nada) por Belmonte, que cumplía cincuenta años de muerto, uno del 6 gritó: “¡Viva Joselito Gallo!”
Belmonte se voló la sien impresionado por la visión del cadáver de su amigo Camba, comido por la enfermedad. Mondeño cuenta que, poco antes, en la copa de un festival en El Puerto, apareció Belmonte:
–El maestro preguntó a un médico que había en el grupo si moría en el acto uno, si se pegaba un tiro por la sien. El doctor dijo que la muerte más segura era por detrás.
Ese viva venteño a Joselito Gallo en el minuto de Belmonte es el otro cainismo español, que tan felices nos hace.
Dicen que la competencia entre dos parroquias de Arcos de la Frontera, San Pedro y Santa María, llevó durante un tiempo a los feligreses de la primera a decir “San Pedro, Madre de Dios, ruega por nosotros” en el rezo del Rosario.
¿Quién recuerda aquí el verso final del “Edipo” de Sófocles: “Nadie se llame feliz hasta el último día”?
Precisamente contra ese verso de Sófocles se reúnen en Madrid los peces gordos de la industria de la felicidad, que sostienen que con un dinerillo de bolsillo se puede ser feliz todos los días. Traen a un campeón del mundo, el monje Matthieu Ricard, y a un campeón nacional, Arsuaga, feliz desenterrando huesos como “George”, el fox-terrier de Cary Grant y Katherine Hepburn (cainismo blanco, americano) en “La fiera de mi niña”.
Qué bonita, la felicidad, ahora que, gracias al zapaterismo, vivimos “como una pajarilla en el alero de un tejado”, en metáfora de San Bernardo.
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