martes, 10 de abril de 2012

Historia (increíble) de un caballo


 J. R. M.

Historia de un caballo. Parece que el último día de mercado, se presentó en el barranco de Embajadores un gitano, montado sobre un jaco castaño, cuya biografía, según relación del mismo, es digna de ser escrita.

Nació en la provincia de Córdoba y en la yeguada del marqués de las Atalayuelas; al cumplir las tres yerbas fue conducido con otros sus hermanos a la feria de Mairena, donde lo compró un labrador de Estepa, hombre aficionado e inteligente, que conoció desde luego la adquisición que había hecho. En efecto, desarrollado completamente el potro y metido en el picadero, se hizo el mejor caballo de Andalucía, por sus buenas piernas, por sus mejores brazos, por su escuela, por su ligereza en el correr y por todas las demás condiciones que en un jaco se requieren.

Llevándolo un día su dueño desde Estepa a Écija, el famoso bandolero José María, que ya tenía noticias de él, y que por segunda mano lo había mandado comprar a cualquier precio, sin haber logrado que se lo vendieran, sabedor del viaje proyectado, le salió al encuentro al labrador y deteniéndole le preguntó que cuánto quería por él, y desde aquel momento había resuelto hacerlo suyo. El de Estepa, que conocía al bandolero, apeándose del jaco, conociendo que toda evasiva era inútil:

Si hubiera sabido que tú lo deseabas, yo mismo te lo hubiera regalado antes de ahora -le contestó-. Ahí lo tienes.

Gracias, on Migué -le respondió José María-. Pero como no es rigulá que su mersé siga er viaje a pié, móntese en er mio, que también es buena prenda, y yo se lo regalo a su mersé, en señar de mi agradecimiento.

 Y hecho que fue el cambio cada cual tiró por su camino.

Poco tiempo después tuvo el salteador una refriega con una de las partidas que andaban en su persecución, y viéndose cercado por todos lados, metió espuela al caballo, que lo sacó sano y salvo de la tropa por la ligereza de sus pies, y en muchas ocasiones más le volvió a deber la vida.

Cuando su indulto se le regaló a una persona muy distinguida de esta corte, que fue la que más trabajó para que se lo concedieran, y en lo cual le dio la mayor prueba de gratitud que se podía esperar de él, porque aquél caballo era toda su ilusión. Cuentan que cuando le vió salir de la cuadra, se le abrazó al cuello, besándolo y llorando lo mismo que hubiera podido hacer una mujer. Por regalo también, pasó dos años después a las caballerizas de un mayorazgo de Sevilla y al principio de la guerra civil, cuando la requisa de 1834, fue a parar a un comandante de la Guardia Real, que se halló con él en las principales acciones de Navarra. Hecho prisionero el comandante en una de ellas, pasó el caballo, por su hermosa estampa y buenas cualidades, al poder de uno de los cabecillas carlistas, quien creyó hacer un obsequio de gran valía, regalándosele a su amigo el general Cabrera, que lo estimó sobremanera, pues por lo regular siempre dicen que montaba en él.

    Concluida la guerra se lo llevó a Francia, y enamorado de él un personaje francés, parece que se lo compró por una cantidad considerable. A pesar de sus muchos años el caballo se encontraba bueno, pero muerto el francés, su viuda, que no sabía del mérito del hermoso animal, lo vendió por una miseria a un tahonero de Burdeos, que lo puso a moler trigo, desmejorándose de tal modo y poniéndose tan flaco que no parecía el mismo.

    Por una casualidad, hallándose en Burdeos el personaje de Sevilla, en cuyo poder estuvo el caballo en 1834, lo vio y lo conoció, y tratando al instante de su adquisición, no le fue difícil conseguirla.
    Venido a esta corte, lo sacó varias veces al Prado, donde a pesar de su vejez no podía menos de llamar la atención de cuantos lo veían; pero habiendo principiado a enfermar, y teniendo su dueño que deshacerse de él por marcharse a su país, se lo vendió a un chalán cordobés, que lo había conocido en sus mejores tiempos y que sabía muchos pormenores de esta historia; de éste pasó al gitano que el último día de mercado le presentó al público para su venta. Nadie lo quería porque ya el caballo no sirve para nada. Natural será, si antes no lo mata la vejez, que muera al fin de una cornada.

     EL Enano, 24 de agosto de 1852