Abc
Si Aznar, que iba por rutas imperiales, terminó con la boda de su hija en El Escorial, Zapatero, que viene del post-punk, podría terminar con la boda de sus chiquillas en esa joya del gótico que es la catedral de León. Lo que pasa es que los españoles, que husmean el poder como los hurones, ya se están pasando en masa a la niña de Rajoy.
—¿Y cómo saber si Rajoy irá el año que viene a La Moncloa, si ni siquiera sabemos si el sábado que viene irá a la manifestación?
La idea que se tiene de Rajoy no es, ciertamente, la de un tipo valiente. Tampoco es culpa suya, sino del encaste de la raza: históricamente, unos creen que se arreglaría matando a los curas como se mata a las vacas, y otros, saltando la valla con un semental del marqués de Saltillo.
—¿Pero estos no son los que matan toros? —dicen que preguntó Bush al ver a Bono, el Gamo de Mesopotamia, salir de Iraq al cuatro pies tendido entre los cacareos de los marines.
A ver cómo le explica uno a Bush que ni el espectáculo de los toros, espejo orteguiano de la sociedad, es lo que era, porque los toreros huyen de la bravura como de la peste (los carteles del próximo San Isidro anuncian lo que técnicamente se denomina «hecatombe juanpedrera» o matanza de bichejos dulcemente encastados en Domecq), mientras un público extraño a la fiesta acude a la plaza sólo, como dice mi amigo Márquez, a ver posturas, que es a lo que en los cincuenta se iba a los billares...