domingo, 19 de enero de 2025

Hamilton



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


La Nación, acezante, aguarda esta noche una consigna del Sabio de Hortaleza para defender sus símbolos amenazados por bandas de merluzos que, en lugar de arrojar cócteles Molotov, se los beben. Ausente del debate público la intelectualidad, España confía su porvenir al casticismo maleducado del seleccionador nacional de fútbol, cuya obra cabe en dos versos sueltos de Joaquín Martínez Sabina: “¡qué manera de perder!” y “¡qué manera de aguantar!” Cuando Larra dijo que en España escribir era llorar, pensaba en esos pobres cronistas del Combinado Autonómico de Fútbol. El balompié ha dejado de ser fiesta nacional.


¿Fiesta nacional? La derecha que gobierna en Madrid tiene al frente de la jefatura taurina de su TV a un empleado que, en virtud de una militancia decididamente de progreso, niega el carácter nacional a la fiesta de toros. Pero ése empleado es un progresista que ignora las fuentes progresistas, como Bergamín, que en su graciosa analogía de don Tancredo y la torre Eiffel escribe: “De estos dos signos iniciales del siglo veinte, el uno, aunque construido por un americano, es el exponente europeo, occidental, del mundo ante el nuevo siglo. El otro, nuestro Don Tancredo, es todo lo contrario: no tiene ni razón ni sentido fuera de lo que suele entenderse por más particularmente español de todo; de lo que suele llamarse, en este sentido y por esta razón, nuestra fiesta nacional.”


Al margen de los toros, nuestra fiesta nacional está hoy en esa pelea de chóferes que se traen por el mundo entero el español Alonso y el inglés Hamilton, un negro de padre dominante que ha convertido al muchacho en el Pantojo de la Fórmula 1, cosa, ésta del padre dominante, que, al parecer, gusta mucho en Inglaterra, el primer país que definió al automóvil como coche en que los animales, en lugar de ir fuera, van dentro.


El pene de mi padre medía treinta centímetros y medio –arrancan las memorias póstumas de J. R. Ackerley, tituladas “Mi padre y yo”.


El padre de Hamilton hace potitos, enreda, sonríe, posa y denuncia, gracias a lo cual su chiquillo puede coronarse campeón del mundo. “Pilotos así surgen cada diez años”, es la consigna de la prensa británica, haciendo suya una observación de Sonny (Chaz Palminteri), el mafioso local de “Una historia del Bronx”, que confía al pequeño Calogero el secreto de que los grandes amores, como los grandes boxeadores, surgen, a lo sumo, uno por década.


Pobre Alonso, tan cerca de Sonny y tan lejos de Hamilton.