Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
La otra tarde, la de la despedida de Liria y Esplá, estaban las cuadrillas aguardando la señal para hacer el paseíllo en Las Ventas cuando salió al ruedo una mujer india del servicio de limpieza con una escoba y barrió todos los papelitos que los toreros tiran a la arena para saber de qué lado sopla el viento. Bueno, pensé, he ahí un personaje de los de Alberto Salcedo Ramos.
A Alberto Salcedo Ramos me lo tiene recomendado Ricardo Bada, para quien el periodista barranquillano se cuenta entre los tres a cinco grandes reporteros de nuestro idioma, y como muestra me envía un botón, que es la crónica “Gitanillo, tremendo y vagabundo como él solo”, que es un retrato a primera sangre del torero Óver Gelaín Fresneda, Gitanillo de América para el arte.
–Tiene tres tornillos incrustados en la mano izquierda y uno en la derecha; tres ganchos de metal en un muslo y una costura en la mandíbula. Viendo las muchas marcas que le ha dejado el toreo, uno de sus colegas le dijo hace poco que parecía “un sobrado de tigre”.
Así arranca Alberto Salcedo Ramos su alucinante crónica de Gitanillo, al que “un toro babeó como para humillarlo y otro le echó tierra en los ojos”.
–¡Coño, lo que me pasa por no haber estudiado! –exclamó Gitanillo el día en que recibió del matador Roberto Domínguez la explicación de que catorce cornadas demostraban más brutalidad que coraje.
Gitanillo tiene en su casa una colección de más de doscientos cheques falsos, que le gustaría enmarcar para inaugurar con ellos el Museo Nacional de la Vergüenza. Y Alberto Salcedo Ramos relata la movida de Cúcuta, el pueblo infantil del bogotano Gitanillo: “Llegó a Cúcuta el español Manolo Cano al mando de una cuadrilla de toreros compuesta por ocho enanos y ocho chimpancés. Cuando Óver Gelaín vio aquello, sintió que no tenía cuerpo para contener tanta alegría. Para celebrar el hallazgo como correspondía, no se le ocurrió mejor idea que robarse una caja de whisky y repartirla entre los micos bufones. La borrachera, lejos de resultar cómica, fue dañina: los chimpancés no quisieron torear sino que se dedicaron a abrazarse y a vomitar. Sólo al tercer día se curaron de la fiebre y de la resaca.”
Que un buen relato literario sea aquél que parece verdad, y un buen relato periodístico, aquél que parece mentira. Del poeta Jorge García Usta aprendió Alberto Salcedo Ramos que el buen periodismo debe ser una fuente de belleza estética.