Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Genaro Gattuso, el pivote defensivo o bolardo del Milán, ha escrito un libro, y hace bien. Antonio Gala debe de llevar escritos lo menos cuarenta, y no hace la mitad de gracia. Además, Gattuso presume de su pueblo, Corigliano, en Calabria, mientras que Gala nunca ha hecho gala de su cuna manchega, Brazatortas, haciéndole creer a la posteridad que es cordobés y epígono de algún califa.
En el campo, Gattuso se mueve como un mapache encerrado en un bidón. Ése era, hasta ahora, su encanto: el encanto calabrés. En Madrid, allá por los ochenta, había un café, el Café de los Artistas, en la antigua calle de la Ese, frente al puente de Juan Bravo, que tenía un camarero calabrés, cuya simpatía atraía, al caer de la tarde, a todas las becarias bonitas de ABC –“corzas mellizas de dormir morenos...”–, que acudían a la terraza a escuchar las pláticas de... Hoy, en ese rincón, sólo hay guardias de Gallardón poniendo multas a los infelices “skaters”. Por cierto, que un día de estos voy a enviarle a Gallardón ese espejo que venden de Burt Simpson con la leyenda “skateboarding is not a crime”, pues me dicen que en inglés se entiende mejor.
El nuevo encanto de Gattuso es la literatura. “Quien nace cuadrado no muere redondo”, es su lema literario, aunque parece pensado para Oleguer –“Ulagá”, para el vulgo–, por poner el caso de otro futbolista con pluma. Nacionalista, pero pluma, al fin y al cabo, y en la lengua de Peret. No es que Gattuso no ame a su pueblo. Al contrario: “Pienso en calabrés, juego en calabrés, sueño en calabrés”, tiene declarado. También Oleguer/Ulagá piensa en catalán, juega en catalán, sueña en catalán..., sólo que, cuando Dios repartió la gracia, Oleguer/Ulagá estaba en la “madrassa” de Pérez, el hijo del guardia, el del estanco, y Gattuso se puso en la cola dos veces. Porque Gattuso es muy gracioso. De hecho, Gattuso sería en el fútbol lo que Yogi Berra fue en el béisbol. Dos genios de las ocurrencias, aunque mal conocidos. Antonio Muñoz Molina, por ejemplo, ha atribuido ocurrencias de Yogi Berra a Yogui Bear, quizás porque la dirección del Cervantes en Nueva York tampoco da para mayores prospecciones en la lengua de Churchill. ¡El Cervantes! “Chiringuito para solaz de Rodríguez y sus limpiabotas”, en palabras de Juaristi. En el Cervantes de Madrid hemos visto a Rodríguez parodiar a aquel rey del cuento de Wilde, que al oír la rendida alabanza de un paje ordenó: “Que le doblen el sueldo.” (Lo hicieron así; pero como el paje no cobraba nada, siguió sin recibir un céntimo.)