Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Del “ruido de fondo” del real Mensaje (el Mensaje es el Estado de Partidos, McLuhan) al “ruido de forma” de la plebeya Nochevieja (con Broncano de bufón de Estado comiéndose las uvas del ciego/contribuyente), que no es otra cosa que el ruido de las ruedas al cambiar de vía.
–Mirad a ése –decían unas charos de Verona, según cuenta Bocaccio–, mirad a ése –refiriéndose al Dante–, que va al Infierno y vuelve cuando quiere.
En los 80 el Infierno era la ruidajera de la Nochevieja, que tenía su cachito de Cielo en el “Pachá” de Marilé Zaera. Uno salía todas las noches del año, menos en Nochevieja, que se quedaba en casa hecho un Juan Ramón, aislado de los ruidos de las sirenas y de los voladores de pólvora que enloquecen a los perros. A la calle en Nochevieja sólo se echaba José Alfonso Morera Ortiz, o sea, Pepe el Hortelano, para despedirse de la noche de Madrid porque marchaba a Nueva York con una beca de pintor. Aquella Nochevieja hizo migas en Sol con un rufián que bebió por la exaltación de la amistad hasta que se le terminó el dinero al artista. Pepe cometió el error de ir por más dinero a casa, en la calle Mayor, circunstancia que aprovechó el rufián para apalizarlo y rendirle la hucha. El episodio traumó al Hortelano de tal modo que, para ahuyentar a los malos, en Nueva York se disfrazó de skin, y un grupo de “black panthers” le propinó otra paliza.
El “ruido de fondo” citado en el Mensaje ha sido la excusa para colocarnos la Censura (democrática, por supuesto) como el “ruido de sables” inventado por Carrillo fue la excusa para colocarnos el Consenso. El españolejo es domesticado desde que nace para “no querer ruidos con la Inquisición”: de aquí nuestra obediencia enfermiza a cualquier cosa que parezca tener mando, razón por la cual Valencia, que una vez dio Borgias, ahora da Mazones.
Por miedo a los ruidos podemos llegar a ser tan neuróticos como aquel amigo alemán de Santayana, el barón Westenholtz, que no dormía por miedo a que algún ruido lo despertara: viajaba con unos gruesos cortinones para cubrir las ventanas y las puertas de sus cuartos de hotel, y en su casa los suelos estaban alfombrados con goma para amortiguar las pisadas de los invitados…
–Y solía bajar corriendo más de una vez, después de estar metido en la cama, para cerciorarse de que había cerrado el piano, porque de lo contrario podía entrar un ladrón y despertarlo al sentarse a tocarlo.
Cuando nuestro filósofo le sugirió que podría superar esa idea absurda simplemente contraviniéndola, el barón reconoció que quizá lograra superarla, pero que entonces desarrollaría alguna otra obsesión en su lugar. Uno no es barón ni alemán ni cuenta con amigos como Santayana (¡un bostoniano de Ávila!), pero tengo la idea absurda de que la Nochevieja está hecha para coger la neurastenia y el perro y meterse con los dos en la cama, mientras en la calle prospera la elocuencia del ruido con los “bruiteurs” de la alegría. Feliz Año Nuevo.