jueves, 16 de enero de 2025

Guernica



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Así tituló José-Miguel Ullán uno de sus chinchosos artículos: “Como el Guernica”.


Como el Guernica, ¿qué?


Repasaba la España de los noventa. El alcalde Gil y Gil, destapándose como un apasionado de la escritura: “Yo soy adicto a los bolígrafos. Tengo miles, pero escribo con los cariocas de capuchón largo que pido en los bingos.” Y la cantante Lola Flores, aquel Cristo de Velázquez cabreado, volviendo de Fátima un poquito decepcionada porque la Virgen “está en una urnita de cristal y casi no se la puede apreciar”.


O sea, todo como el Guernica.


¿Otra vez con lo del Guernica al Prado?


El Guernica sólo es una estampa taurina: el estrépito que sucede al derribo del picador por el toro, y, además, con el nuevo reglamento vasco (hasta en eso sería moderno Picasso), que aligera la coraza del jaco. El resto es leyenda.


Y he tenido muchas mujeres, pero jamás entregué mi corazón. A propósito... ¿tiene usted una leyenda? –dijo a Ruano el viejo Vargas Vila–. Si no tiene usted una leyenda monstruosa, horrible, no será nunca nada.


Sobre el Guernica ha caído, a favor de obra, toda esa leyenda que en un momento dado le permite a Arzallus encaramarse a la zarza ardiente y proclamar a los cuatro vientos, para que arda mejor:


Euskadi se lleva las bombas; y para Madrid, el arte.


El Guernica es el tótem culto de una generación de viejos que en su juventud completaron el salón de casa con un póster del Guernica encima del sofá, sin saber que Picasso tenía la superstición de lo viejo.


Siempre creemos que los que envejecen son los demás y nosotros permanecemos como al principio... Siempre me negué a ver a personas muertas.


Lo tiene contado Olano en “Picasso y sus mujeres”: Picasso jamás quiso tener cerca a un hombre de su edad, por superstición, que mantuvo hasta el final de su vida. No toleraba a los viejos.


Tenía, además, miedo a que se le muriesen dentro de casa, lo cual era un signo indudable de mal fario.


El Guernica es ya como un viejo picassiano que el Prado quiere llevarse a casa a morir. Pero no sabemos lo que quiere Zapatero, que es un hombre que mira al Guernica y dice: “No te puedes imaginar, Sonsoles, la de picadores que podrían pintarlo.”