Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En Segovia, la provincia con que allá por el 78 Modesto Fraile quiso hacer una nación, un cura de pueblo (“Segovianos, segovianos, / somos gente comunera”) niega la comunión a un alcalde socialista, que recurre al gobierno para hacer cumplir la Constitución escrita en vida de Berlanga por Abril Martorell, ingeniero agrónomo, y Alfonso Guerra, director teatral.
–La Iglesia Católica no es más que un monstruoso compromiso entre dos fuerzas que se destruyen: el Derecho Romano y el Evangelio –escribió Unamuno, fecundo en paradojas.
Unamuno contaba que, “casi un niño”, al volver de comulgar, abrió el Evangelio al azar y leyó: “Id y predicad el Evangelio por todas las naciones” (eso incluiría la “nación” de Modesto Fraile, y el resto de “naciones” españolas que se sacaría de la manga otro segoviano, y socialista, Anselmo Carretero). Pero el pequeño Unamuno tenía novia, y quiso probar otra vez con el Evangelio, donde esta vez leyó: “Ya os he dicho y no habéis entendido; ¿por qué lo queréis oír otra vez?” Y esta angustia, según Pemán, motivó la tristeza agónica que acompañó siempre a Unamuno.
En la sierra segoviana las tardes de invierno deben de hacerse largas, y cabe figurarse a un alcalde socialista, pillado como el asno de Buridán entre el Derecho Romano de Bolaños y el Evangelio de San Juan, dejando volar la imaginación con las cosas de Freud sobre lo fielmente que el rito de la comunión cristiana repite el sentido y el contenido del antiguo banquete totémico, aunque tan sólo en su sentido tierno, de veneración, y no en el sentido agresivo. Que luego, en su simpática ignorancia, la ministra de no se sabe qué se ponga farruca con una fantasía freudiana y proclame que en España la comunión católica la decide el gobierno de Madrid sólo es otra conquista de la patocracia que entre todos nos hemos dado.
¿Acabar con la Iglesia? A Ratzinger le gustaba una anécdota de Napoleón, a quien un día se le calentó la boca y dijo que iba a exterminar a la Iglesia. “Eso no lo hemos conseguido ni siquiera nosotros”, contestó un cardenal. Pero al sanchismo Napoleón se le queda pequeño. El 78 se comió la Nación y ahora anda a dentelladas con el Estado. La Iglesia, dice el teólogo Cavanaugh, tiene que liberar su imaginación de las garras del Estado-Nación, que nunca ha trabajado por el bien común.
–En su forma más benigna, a lo que más se parece el Estado-Nación, según la apropiada metáfora de MacIntyre, es a la compañía telefónica, un gran proveedor burocrático de bienes y servicios que nunca llega a ofrecer una buena relación calidad-precio.
El Estado como compañía telefónica. ¡Oh, justicia poética española! MacYntyre deplora que el Estado-Nación se presente a sí mismo como el guardián del bien común y el depositario de unos valores sagrados. Así las cosas, la tarea urgente de la Iglesia, insiste Cavanaugh, es desmitificar el Estado-Nación y tratarlo como a la compañía telefónica.
[Viernes, 24 de Enero]