lunes, 9 de mayo de 2022

Cómo explicar a Ancelotti


 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    La palabra más repetida para definir los éxitos de Ancelotti (“Carletto”, para los que creen estar en la pomada) es… “inexplicable”.


    –I whis he would explain his explanation! –escribió lord Byron en la dedicatoria de su poema satírico “Don Juan” a Coleridge.
    

Es decir, que le gustaría que le pudiese explicar su explicación, pero como queriendo decir que ya le gustaría. Y así estamos con Ancelotti, ahora que ha llevado a Cibeles su primera Liga, título muy despreciado por el Madrid en su época de vacas gordas.
    

Ancelotti volvió al Madrid con sus “Memorias” ya escritas (muy bien, por cierto), y su Madrid ha sido una especie de Foreman en su retorno, ya cuarentón: en el cuadrilátero se movía como un hipopótamo, pero tenía una derecha que al estirarla era un jamón y noqueaba al adversario. “¿Qué es boxear bien?”, preguntaba Foreman a los recalcitrantes. “¿Qué es jugar bien?”, pregunta Ancelotti a los plumillas crecidos tras el 0-4 del Barcelona en el Bernabéu.
    

La ruidajera mediática del fútbol está tan controlada como la de la política, y es curioso que desde que se filtró su continuidad en el cargo todo han sido retratos ecuestres del entrenador italiano a cargo de los mismos que andaban diciendo que no era un entrenador top: Klopp, Tuchel, Nagelsmann, Guardiola…, teniendo en cuenta la calidad del juego de sus equipos. Sin argumentos futbolísticos serios, se ha desatado una ola de mala literatura a base de mitos estropajosos y metáforas ratoneras sacadas de la orza donde las guardan en manteca colorá. Eso mismo lo hemos vivido varias veces en los toros: cuando se suelta la literatura periodística es que no hay toreo que contar. Quienes fungen de Siete Sabios de Grecia sostienen con audacia que el mejor entrenador para el Madrid es el que no hace de entrenador, y ponen sobre la mesa los nombre de Molowny, Del Bosque y Ancelotti, en quien el piperío cree reconocer al Abuelo de Heidi.
    

El Madrid de Ancelotti se ha sostenido en un tío que las para, Courtois, y en un tío que las mete, Benzemá, más la alegría atronadora de Vinicius. Courtois se ha impuesto por narices (no las tiene pequeñas), pero le dieron un primer año muy feo con las viudas de Keylor. Y con Vinicius, que a su edad lleva unos números de fenómeno, no van a dar nunca su brazo a torcer los que lo recibieron como a un tuercebotas que le hubieran colocado a Florentino en una rifa del Rastrillo.
    

Para explicar a Ancelotti se ha hablado de la exuberancia física de Pintus y, en general, de la suerte (justo lo que quería Napoleón: generales con suerte).
    

Quien dijo que más vale tener suerte que talento conocía la esencia de la vida –tiene dicho por ahí Woody Allen–. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte; asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control.
    

No lo dirá Woody Allen por el pipero, personaje que, en vez de asustarse por la suerte, se crece, como ocurre en esta Champions, cuando el Milagro Económico Alemán queda en un chascarrillo de la Historia al lado de las remontadas del Madrid (algunas tan cómicas como las de Peter Sellers en “El guateque”, que lo matan y se levanta con la trompeta una vez y otra vez).
     

El Madrid de Ancelotti ha recibido correctivos futbolísticos muy serios en España del Athletic de Marcelino en Copa, y en Liga, del Villarreal de Émery y del Barcelona de Xavi; y en Europa, del PSG de Pochettino, del Chelsea de Tuchel y del City de Guardiola (corrió seis kilómetros más que el Madrid), sin haber pasado por la piedra del mejor, el Liverpool de Klopp. Sin embargo, de todos estos revolcones salió vivo por lo que Woody Allen llama suerte y Jordi Cruyff llama carácter.
    

Lo de Manchester fue un “catakroos” histórico (¡Kroos de “5” contra el equipo más tocón del fútbol actual), que dejó sensaciones semejantes a las del Tyson-Spinks de junio del 88: quienes aprovechamos el himno para levantarnos por una cerveza de la nevera, nos perdimos el combate. Spinks estaba en la lona, como el Madrid, sólo que el Madrid, con dos ocurrencias de Vinicius y Benzemá, se levantó, y sigue la pelea, que se reanuda el miércoles. Guardiola, que es listo (y empieza a ser viejo), se dedica a “comprar escenario” a base de adular al madridismo, pero futbolísticamente pinta seria la cosa, salvo por el lado paranormal. El piperío se apunta a Lo Inexplicable para redondear una temporada absurda como un zapato impar, pero con Doblete: Liga… y Champions. Si Ancelotti ganó la Décima en el minuto 93, la Décimocuarta puede caer en el minuto 120. “One trhriller a minute!” Felicidades.


 


EL PASILLO


    La plantilla atlética no es partidaria del pasillo al Madrid en el Wanda: “Respetamos mucho a nuestra afición”. Y de respeto, precisamente, hablamos. En los 30, según Camba, se confundía ser demócrata con ser maleducado, y Giménez, autor de la frase, puede confundir ser maleducado con ser atlético. Simeone, estratego que para cazar un conejo cerca toda la provincia, podría valerse del pasillo como castigo a sus futbolistas por los últimos chascos ligueros. Los futbolistas, que lo toman como una humillación (cosas de futbolistas), pasarían por el aro, y Simeone quedaría como un campeón del fair-play en esta España victoriana de Rubi y Geri.

[Lunes, 2 de Mayo]