jueves, 12 de mayo de 2022

San Isidro'22. Quintos ovejunos y mal lote para Morante, verbena de Julián (sin Puerta) a julipiés y un bonito vestido de Aguado. Márquez & Moore

 

¡Qué buen aficionado es el Espíritu Santo de Las Ventas!

 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

La cosa no podía empezar bajo mejores augurios que los de un estupendo almuerzo en el Jai-Alai, la mesa redonda de la esquina, de una docena de aficionados de diversos pelajes y edades unidos bajo el signo común del sentido del humor y de la afición desmedida por la Fiesta. Tres apostamos a mano alzada por que este año, viendo la deriva que va tomando la cosa, nuestros ojos verán el primer indulto en Las Ventas y nueve prefirieron apostar por lo contrario. Quedamos emplazados para después de la Feria a deliberar acerca de este asunto. 

Pepe Campos, tras su travesía de años y años en Taiwan, nos confiesa que hoy es la primera vez que va a ver a Julián de San Blas como matador de toros, aunque alcanzó a verle de novillero en aquella presentación en Madrid previa a su alternativa donde la prensa seria, que siempre ha estado tan declaradamente de su parte, nos vendió que íbamos a ver la resurrección de Gallito: “Talavera nos lo quitó, San Blas nos lo devuelve”, y lo que vimos fue un tostón del quince. Para mí, personalmente, la ilusión que llevaba a esta tarde de “No hay billetes” era ver si por fin Morante de la Puebla, tras sus casi veinticinco años de alternativa, y en esta temporada en la que según me cuentan ha estado inspiradísimo en Sevilla, era capaz de empatar y hermanarse a Puertas Grandes de Madrid con Julián, que le gana por una y única.


Para la cita a las siete en Ventas de este miércoles los gestores de Plaza 1, que también vale Mugre 1, habían programado una corrida de toros de La Quinta, los mismos La Quinta que tanto nos gustaban en las novilladas, para Morante de La Puebla, Julían López y Pablo Aguado. Respecto de los toros hay que volver a señalar una vez más la relatividad del peso de la báscula de Las Ventas, esa rifa en la que le salieron al primero de la tarde los números cinco, cuatro y tres (543) que son exactamente los mismos números que le salieron al primero de El Pilar de ayer, Bastardero, el cinco, el cuatro y el tres (543) y, como decíamos ayer, ahí están las nítidas fotos de Andrew Moore por si a alguno le interesa comparar kilo a kilo los dos toros. Al respecto de esto, me dice un señor que la báscula de Las Ventas es un mito creado por los aficionados, que ese artilugio no existe y que son los camperos, achinados y expertos ojos de don Florencio Fernández los que van adjudicando el peso conveniente a cada res en función de unos oportunos cálculos cabalísticos bajo la supervisión de los doctos veterinarios del equipo.
 

Al parecer Morante se buscó una jardinera para venirse hasta Las Ventas desde el Hotel Wellington por la calle de Alcalá, que es Cañada Real y las mulas no tienen problemas para circular por ella aunque no porten la etiqueta ambiental esa del alcaldín, y con eso dejó escrito el primer capítulo de su personaje, que el hombre está componiendo un personaje de lo más simpático con estas cosas. Luego ya, una vez fuera de la jardinera de los toreros, se encontró con Julián, torero sin personaje, y con Aguado, que ahí está el hombre a ver si la cosa es de galgos o podencos y los tres se fueron tras el alguacilillo y la alguacililla en el paseo ritual que antecede al inicio de la corrida de toros.


La corrida de toros como tal ha sido de lo menos interesante, si la comparamos sin ir más lejos con lo que vimos el día anterior, ni por presencia, ni por comportamiento, ni por intenciones. Los ganaderos se habían puesto discretamente en el burladero de los mayorales para ver qué hacían sus pupilos, dos negros y cuatro cárdenos, y no creo que anden muy felices con lo que han visto, porque si pensamos en Santa Coloma, en esa inteligencia y esa viveza que se les presupone, podemos decir que no es nada de eso lo que los de La Quinta han traído a Madrid esta tarde. El primero, Lorito, número 94, el del cinco, cuatro, tres, de ovejuna embestida ayuna de intención; el segundo, Bellotero, número 28, el típico tonto del bolo que tanto se aprecia para el toreo del momento presente; el tercero, Camarero, número 39, soso y sinsorgo; el cuarto, Ladrillito, número 12, blando y reservón con alguna mala intención; el quinto, Gañafote, número 47, incierto y mirón; el sexto, Jaquetón, número 1, iba y venía. Como se puede ver el resumen de la cosa del toro no es ni mucho menos como para tirar cohetes.

 
Y en cuanto a los toreros, pues qué decir. En seguida se vio que la mente inescrutable de Morante, que lo mismo está con Trevijano que con una pitonisa, no estaba hoy ambientada como para su tarde grande. Como él tiene algo que prácticamente nadie tiene en el mundo taurino a día de hoy, que es una acusada personalidad, puede decirse que eso le sirve en estas ocasiones para ir llenando el hueco que no cubre con los métodos naturales del toreo, que son el capote y la muleta y dejar por ahí sueltas unas miguitas dulces que a nadie amargan, con las que se puedan ir extasiando los muy seguidores. En su primero dio la impresión por momentos de que estaba a punto de cortar la faena en cualquier instante, cosa que no hizo, alargando el trasteo de acá para allá sin buscar emoción ni compromiso, primero con la derecha y después con la izquierda, de uno en uno. En su segundo, dos verónicas en un terreno imposible medio de frente, pura inspiración del momento a toro arrancado, es lo que dejó de obsequio a la cátedra. Se le agradeció que, viendo las condiciones del burel no tratase de ponerse pelmazo, porque allí no había tela que cortar para él. El que las pasó canutas con este toro fue el Lili, que tras sus canónicos restregones del aparato genital se dispuso a banderillear al cuarto y, en su primera entrada, el animal le midió bien de cerca la cadera y la riñonada con la cornamenta sin consecuencias, afortunadamente.
 

Ahora hablaremos brevemente de Pablo Aguado que es torero en el que muchos tienen puestas sus esperanzas, para decir que su paso por Madrid en esta tarde ha sido fantasmagórico, sin dejarnos anotar algún apunte de lo que tanto nos convenció en el año 19: su verdad, su naturalidad, su torería... el tener algo que decir y decirlo, lo que viene siendo el toreo. Es como si tras su manoseo por todas esas garras del taurineo, en estos dos años le hubiesen quitado el alma y la frescura. La verdad es que lo más reseñable es que venía estupendamente vestido y que traía en su cuadrilla a Iván García que hoy volvió a cosechar sinceras palmas por su buena actuación.


Y ahora vamos con este Julián de nuestras entretelas, al que Madrid ha dispensado una buena acogida, siendo recibido con simpatía y sin acritud alguna, como uno que se presentase en la Plaza. En su primero, Julián ha adoptado esos nuevos modos que ahora se gasta, basados en una suerte de verticalidad sui generis y dándole al toro su fiesta particular de la ventaja y del feísmo, extasiando al público cuando el toro estaba en incesante movimiento, como suele. Una especie de doblones por bajo marcaron el inicio de su faena, que luego continuó por la derecha, todo ventajas, y después por una izquierda despegadilla y facilona, sin compromiso. Acabó con unos derechazos de brazo telescópico y unas trincherillas y cuando mató al toro menos feamente que otras veces, la banda le pidió la oreja y hasta ese mamarracho audiovisual que se llama Emilio Muñoz, desde su palco de gañote se desgañitó, por lo que don Jota el Orejero, que hoy presidía por lo que pudiera pasar, la concedió magnánimamente sin que los benhures de la mula tuvieran que ganarse la propina con sus cucamonas.

 
En su segundo la cosa cambió. El toro, que había andado bastante sueltecito, se le coló una vez al torero en el mismo inicio de la faena y a continuación, cuando volvió a presentarle el trapo, le hizo un feo amago que provocó un respingo del torero que, lejos de amilanarse comenzó a construir una faena muy técnica, muy sólida, primero tratando de fijar al toro y luego, una vez conseguido ese objetivo, tratando de enseñarle a embestir y después conduciendo su embestida y planteando los muletazos de uno en uno sin tratar de ligar los pases entre sí. Una vez que el torero estimó que su labor estaba cumplida, dejó dos series de naturales ahí sí que ligados, tres y tres, como signo de dominio y de haber podido al toro. Faena a más, de mucho oficio y de mucho esfuerzo. La mejor faena que uno ha visto a Juli en toda la vida de aficionado. Falló a espadas y se quedó sin la oreja, pero vale la que se le había concedido sin mérito en el primero por esta faena tan torera, tan inteligente y tan excelentemente resuelta.

 
Hoy Juli ha demostrado que a los toros más vale ir siempre sin prejuicios y que siempre hay que ser del que lo hace, cuando lo hace.
 

"Si pensamos en Santa Coloma, en esa inteligencia y esa viveza que se les presupone, podemos decir que no es nada de eso lo que los de La Quinta han traído a Madrid esta tarde"
 

ANDREW MOORE

 





LO DE MORANTE

 


LO DE JULIÁN

 







LO DE AGUADO

 



FIN