lunes, 30 de mayo de 2022

San Isidro'22. Segunda de Rejones. Triunfalismo de gente poco principal


 

 

Pepe Campos

Toros «desmochadísimos» de Carmen Lorenzo y El Capea, nobles «desrazados», de sangre Murube, seleccionada para los eventos de rejones, bajos de agujas, algunos cinqueños pero sin desarrollo propio de esa edad. Menos el cuarto toro, de mayor trapío, todos los toros terciados. Mansos. Flojos. Colaboradores. Alguno que otro llevó crotal. Las Ventas lució un aparente lleno total.

A pocos aficionados se les escapa que la corrida de rejones que ha alcanzado notable desarrollo por la afluencia de público tan poco principal, necesita cambios o una seria reforma. Viene a ser un aspecto importante que ya comentábamos en la anterior crónica, sobre la primera corrida de rejones de este San Isidro de 2022. No es de recibo que a toros tan a modo, en su comportamiento de obediencia ante los propósitos de los jinetes, se les clave rejones, banderillas y rosas por el solo hecho de lograr el caballero un triunfo. Sin que el toro cuente para nada, dado que se le desmocha y se le elige, para este espectáculo señero y antiguo, por su falta de casta y de raza.

 
La corrida de rejones fue una función pública notable en nuestra alta Edad Moderna auspiciada por la Monarquía Hispánica, representada por los nobles de aquella sociedad, que intentaba trasladar, y enseñar, los modelos de vida nobiliaria al pueblo para que adquiriesen a través de la escenificación de las lidias de los toros, en la suerte del rejón, brío, arrojo, orgullo, modestia, sentido de la justicia, equidad, armonía y elegancia. Todo ello en pos de magnificar la belleza (el barroco).

El festejo del toreo caballeresco se representó en las plazas mayores de la península ibérica, y también en la América hispana. Muchos de los personajes nobiliarios que se midieron a los astados en la alta Edad Moderna escribieron reglas (tratados) para que los toreadores pudieran sortear a aquellos toros con éxito y para que el público y los aficionados pudieran guiarse en el suceso e ir aprendiendo.
 

Puede que uno de los motivos esenciales de la corrida de toros consista en ese aprender cómo hacer más bella la vida y en adquirir los principios morales que nos sepan conducir con gallardía por ella. Desde este punto de vista, la moderna corrida de rejones, que surgió con Antonio Cañero, lleva a una mera diversión sin calado en los principios funcionales. Hablamos de cuando la planificación del toreo a caballo la elaboró aquella nobleza principal, de tiempos de nuestro Imperio. Entonces los caballeros toreadores valoraban ir de frente al toro, reunirse con él y clavar el hierro, arriba del animal, a la altura del estribo. Fijémonos en lo que escribió el tratadista Villasante (1659): «Todo el toreo se reduce a una forma de suerte, ésta es de cara a cara, entiéndase el asta derecha (del toro) a la espaldilla derecha del caballo», y, recordemos, lo que aconsejaba el preceptista Gallo (1653), «siempre… ganando la cara al toro».
 

Por ahora no demos más vueltas al asunto, ante un contenido que está en nuestra tradición del toreo a caballo. Ahora bien, vueltas sí que dieron los rejoneadores anunciados ayer en Las Ventas. Fue un mano a mano entre la bella amazona francesa Lea Vicens y el joven caballero navarro Guillermo Hermoso de Mendoza. Al comienzo del acto hubo muchas cortesías, si bien en la plaza no había gente principal; de ahí posiblemente uno de los ligeros motivos del triunfalismo al que asistimos. Las cortesías en origen se hacían ante las instituciones y los notables de la Corte, tras el despeje del ruedo de las personas del pueblo que querían vivir de cerca todos los detalles del festejo. Hoy el despeje o despejo de la plaza en la corrida de rejones no se hace completo, como en la corrida de a pie, a pesar de que el origen cronológico de los festejos sea inverso.
 

Describiendo lo que vimos en la corrida de ayer, observamos, en primer lugar, la cesión del rejón de castigo por parte de Lea Vicens a Guillermo Hermoso de Mendoza, ceremonia que confirmaba la alternativa al joven hijo del excelso caballero de Estella, Pablo Hermoso de Mendoza. La ceremonia de confirmación de Guillermo la iba a realizar el padre, pero no pudo ser, pues una lesión lo impidió. Todos somos conscientes de lo que ha representado Pablo Hermoso de Mendoza en la reciente historia del rejoneo, al conseguir llevar el legado de Manuel Vidrié a un escalón superior, en propuestas y en logros, al pretender torear con lentitud e imán a los astados de nuestra época.
 

Entrados en las lidias, Guillermo Hermoso de Mendoza, mostró una refinada monta de su caballos, de la misma cuadra que su padre, y un aire clásico en sus formas. Un concepto equilibrado, que si no lo abandona le hará situarse en la línea correcta, de que sea el público el que se emocione por lo que haga, y no al revés, que es lo que normalmente vemos en rejones, cuando el jinete busca y rebusca el favor de público, con sombrerazos y constantes llamadas de auxilio para ser premiado. Guillermo Hermoso de Mendoza ha demostrado conocer las suertes de su padre: la hermosina y el toreo por los adentros, montando a Berlín, luso-hannoveriano, de once años. A su vez, ha pretendido en ocasiones torear de frente. Montando a Ilusión, lusitano cruzado, nueve años, ha querido torear como si el caballo fuera una muleta, y con Ecuador, lusitano, doce años, quiso subir el nivel de vibración para tocar pelo. No estando mal no ha merecido las tres orejas cortadas.
 

Lea Vicens, ha mostrado estar pendiente del público y del presidente para obtener orejas, en la línea de obsesión de la neotauromaquia. Se la ha visto con buen dominio de sus equinos, pero sin lograr reuniones ajustadas, ni clavadas al estribo. Con Bético, español, quince años, montura de nervio, y con Diluvio, español, de temperamento, ha intentado atraer la atención del respetable «orejero» para alcanzar una salida «pobre» por la puerta grande de Madrid.