sábado, 14 de mayo de 2022

San Isidro'22. Corrida de la Cultura con un jandilla de nombre "Tramollista" (sic) para Talavante, que vuelve como se fue, y Ortega, filósofo de Sevilla o de Guadalaja, según esté. Márquez & Moore


 

Vuelve a los toros lo mismo que cuando se fue

 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Hoy, por primera vez en todos mis años de aficionado, he ido a los toros en una motocicleta que, guiada por las expertas manos del aficionado H., ha sorteado las incomodidades del atasco de la calle de Alcalá para poder llegar a la localidad antes de que se iniciase el paseíllo. Hoy, al ser Corrida de la Cultura, no convenía perderse nada, y de ahí las prisas por estar en la localidad antes incluso de que el alguacilillo y la alguacililla iniciasen su paseo a caballo por la Plaza.

Ya hemos dicho hasta la saciedad que nosotros seguimos siendo de los toros de Interior, de los de los tricornios de charol, aunque no nos queda otra que plegarnos a estas nuevas modas culturales que se estilan ahora, así que esta tarde no hay más que hacer que encomendarse a los que siempre salen cuando se habla de toros y cultura, Picasso, Lorca, Bergamín, Valle Inclán, Benavente, Pérez de Ayala, Cavia, Moratín, Eugenio D’Ors, Marañón y Américo Castro, que puestos así en oncena componen un equipo de balompié, el Cultureta C.F., y no pondremos los reservas por no aburrir, que todo el mundo los conoce.
 

La principal característica de esta Corrida de la Cultura, acorde a este siglo de Pericles que nos ha tocado vivir, es que no se difiere en nada a la Corrida de Toros Normal de Todos los Días. Es que nada… ni un gallardete, ni un reparto de canapés de gañote, a los que tan aficionadas son las gentes de la cultura, ni la lectura de unos poemillas en el palco presidencial; nada que no sea exactamente lo mismo de todos los días, de cuando la cultura ni asoma. Apunta, no obstante, el aficionado R. que acaso podríamos estimar toda la mugre que alberga la Plaza en sus paredes, en sus escaleras, en sus herrumbrosas columnillas como una enorme pieza de “junk art” ese movimiento que forma sus obras a base de materiales sin valor, desechos, basura y otros desperdicios. En ese caso, si esa era la intención, vaya desde aquí la más sincera felicitación al Comisario de la muestra.


Para animar la cosa cultureta, digamos para hacerse cargo de la performance, los gestores culturales estimaron que había que hacer un mano a mano que nadie demandaba, pero que iba también en la adecuada dirección cultural, pues ya que tenemos a los Hermanos Quintero que eran dos, ¿por qué no poner a dos toreros, sin tercero en discordia? Así debe ser como llegaron a la idea de que lo suyo era invitar a Alejandro Talavante y a Juan Ortega, lo mismo que podían haber invitado a otros dos. Y para la cosa del ganado ahí estaban los Jandilla, con el viejo hierro de los santacoloma de doña Serafina y doña Enriqueta (qDg) profanado por la eliminación de lo anterior para marcarlo a fuego en los cueros juampedreros de todos los días. Apunta el inteligente aficionado y gran lector T. que la frase que más veces ha leído a lo largo de su vida es la que reza “Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio compró a principios de 1930 la ganadería del Duque de Veragua…”, incluso muchas más veces que la que reza “Life vest is under your seat”, con la que tantas veces hemos viajado por esos mundos.


Antes de continuar con los avatares de la corrida cultural es de justicia manifestar un sentido agradecimiento a Miguel Ángel Perera por su generosidad habiendo dejado sueltos a Javier Ambel y a Curro Javier, que eso redunda en favor de la Fiesta.
 

Sale Sembrador, número 78, a esparcir por la Plaza su siembra de mansedumbre y sus pocas ganas de prestarse al lucimiento propio o de Alejandro Talavante que empieza su faena frente al 7, donde una vez toreó de manera memorable, aunque muy pronto se da cuenta de que hoy no se va a repetir la cosa con el malhadado de Sembrador que no presenta en modo alguno la condición bueyuna, dócil y amable que el torero anda buscando para su triunfo. Más bien parece que él prefiere que sea la bondad del toro la que le vaya solucionando la tarde al diestro, más que sus ganas de meterse con él. La cosa no puede ser y mediante bajonazo pone Talavante la guinda en su primer pastel.
 

Juan Ortega se abre de capote para recibir a Lacero, número 96, y ahí deja unas verónicas de buen trazo y mejor aire ¡Ole! Luego, sin nada particularmente reseñable en la cosa de los pencos y de las banderillas, inicia su faena Ortega con ese clásico inicio que has pensado en el hotel y que en nada mira las condiciones del toro, como significando que él venía con sus cosas en la cabeza a despecho de lo que fuera pasando. Y lo que pasó es que el Jandilla presentaba más complicaciones de las que Ortega quería o era capaz de solucionar y lo que traía pensado para el toro que no crea problemas no le servía para el Jandilla díscolo que tenía enfrente. El toro, astifino del izquierdo, debía estar aquejado de lepra en el pitón derecho, que se le caía a cachos. Pasaporta al toro de estocada entera. Anotemos un cuarto de inicio de un pase con la derecha para que se compruebe lo magro de la labor de este torero, que cuando está bien le dicen que es natural de Sevilla y cuando está mal le afincan en Guadalajara. Mata de estocada entera.
 

Tras los pertinentes toques de clarines irrumpe en la Plaza Follonero, número 10, y ahí está de nuevo Talavante, a ver qué pasa. Y pasa que Miguel Ángel Muñoz no se gana el jornal con la cosa de la puya, siendo censurada su labor por el severo sanedrín. La cosa de las banderillas se pasa como tantas cosas se pasan en la vida y Talavante se va a los medios a iniciar su trasteo, más bien trapaceo, uno por aquí, otro por allá, basado en la mano derecha. El toro le arrebata la muleta o el torero la suelta y luego calienta un poco el ambiente con una trincherilla. Tras intentarlo por la izquierda, se vuelve a la derecha donde el público comienza a jalear los nuevos pases por la razón de que los va ligando, porque a los nuevos públicos lo que más les impresiona es que el toro permanezca en movimiento, o sea que mientras no se pare las buenas gentes estarán satisfechas, independientemente de cómo sea la cosa. Con esa cosecha se dispone a matar a Follonero de una estocada y el animal se va hacia las tablas a entregar su vida a los pies de doña Rocío, la gentil alguacililla. Con esta faena habría brillado un torero de menos fuste, un Álvaro Lorenzo mismamente, pero nadie discutirá que es muy pobre mies para un aclamado espada como Talavante.
 

Manuel, lo mismo que mi hijo el mayor, se llamaba el que hizo cuarto, que portaba el número 15. A este le puso Óscar Bernal una buena primera vara. El animal tampoco pulsó los registros que Juan Ortega andaba buscando para su triunfo. El toro le pedía trabajar y tragar y Ortega, que está más bien en la cosa del arrebatamiento y la del arte, no quería apretar esas tuercass. Ahí estuvo el hombre echando el rato, sacando los pases de uno en uno, mucho enganchón, nada que decir, hasta que se fue convenciendo de que era la hora de poner punto final a aquello. Fue más breve que certero,
 

En quinto lugar de la corrida de la cultura aparece Tramollista (sic), número 21, con esas dos eles que hieren la vista, por si la Real Academia quiere personarse como acusación particular, que al igual que los que le antecedieron y el que le siguió no traía en su mente la cosa de la entrega ciega a los designios que le fijase su matador. De nuevo había que currar y Talavante no pareció estar interesado en ello especialmente y anduvo tirando líneas durante el rato canónico que se aplica para que no le silbasen cuando se fue a por el estoque. La impresión es que Talavante vuelve a los toros lo mismo que cuando se fue. Digamos en su descargo que para una personalidad tan esponjosa como la suya debe ser poco favorable tirarse todo el día oyendo a Joselito Arroyo y a Martín Arranz.
 

Antes de salir el sexto la huida del público de Las Ventas fue patente, sirva eso como explicación práctica de las ganas con las que se esperaba a Ortega tras sus dos actuaciones precedentes. Brillan “El Algabeño” en una espléndida brega y Curro Javier con los palos. Salvo por esto, los que fueron de la Plaza acertaron de pleno porque de nuevo Juan Ortega, a quien el toro le arrebata la muleta en el mismo inicio de su trasteo, volvió a decir con su toreo que a él o le ponen un toro enfrente que se mueva a su gusto y que le permita aplicar su estética acompañando la embestida con su muleta o aquí no hay nada que hacer. Las gentes se impacientaban y Ortega vio que había llegado la ocasión de acabar con Hispano, número 105, y poner el The End a esta corrida de la cultura.


 

La oreja, el puro y el clavel talavantinos,

 un trinomio cultural

 

ANDREW MOORE








LO DE TALAVANTE

 




LO DE ORTEGA






 

El toro le pedía trabajar y tragar, y Ortega,

 que está más bien en la cosa del arrebatamiento y la del arte,

 no quería apretar esas tuercas

[El jandilla, quizás en homenaje Domecq a Azaña, por tratarse de la Corrida de la Cultura, se llamaba "Manuel", Nel en cántabro, Manel en catalán, Manoel en gallego, y en euskera, Imanol]

FIN