JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Hay que reseñar inmediatamente el hecho extraordinario de que hoy ni se ha guardado un minuto de silencio por nadie ni se ha sacado al tercio a saludar a nadie al romperse el paseíllo. Acaso hoy habría una conjunción astral o cosa así, pero el hecho es que hoy, ni silencios ni palmas. Al llegar a la localidad nos enteramos de que han quitado a Diego Carretero, que padece una lesión, y le han sustituido por Javier Cortés, o sea que la terna toricida queda ahora compuesta por López Chaves, el ya citado Cortés y Jesús Enrique Colombo. El ganado, de Pedraza de Yeltes, lo que permite a los redactores del Programa Oficial volver a insertar su famosa morcilla de que “Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio compró a principios de 1930 la ganadería del Duque de Veragua…”, por si aún hay alguno que no se haya enterado. Juampedreo salmantino por la vía de Aldeanueva.
El toro de Pedraza de Yeltes tiene la fama de que sólo le gusta Francia y constantemente lees reseñas de tremendas corridas de este hierro en los más diversos lugares de la Galia taurina. A lo más que se prestan, a veces estos toros, es a cantar sus bondades en el Señorío de Vizcaya, pero lo que ellos aman de verdad es el lío ese de la igualdad, la libertad y la fraternidad del país de Sarkozy, ese Pepito Aguayo de la política. Es por eso que nos vamos a la Plaza un poco contritos sabiendo que las mejores cosas de los Pedraza no serán contempladas por nuestros ojos, ya que hay una legión de aficionados franceses a los que no pueden defraudar. A lo mejor también es que en Francia pagan con euros más abundantes que los de los Carpanta de Plaza 1 y el ganadero, don Luis Uranga Otaegui, que es un industrial de tronío, y el representante, que es el matador de toros José Ignacio Sánchez, ya saben a qué dirección deben mandar sus cabezas de camada para no defraudar a sus fieles clientes. La cosa es que en seguida se afincó la mosca tras de la oreja al ver las condiciones blandurrias del primero de la tarde, Burreco, número 78, aunque por fortuna no fue ése el tono general de la corrida que finalmente se caracterizó por su seriedad, su falta de homogeneidad en la presentación, su pequeña chispa, menos chispeantes de lo que a uno le hubiese gustado, y en algunos casos su calidad para el último tercio.
Si queremos hablar de ese olvidado tercio de varas, al que apenas nadie atiende ya, tendríamos que el primero, el Burreco, no fue picado en el primer encuentro por Óscar Bernal, que le lanceó en la paletilla y, con agilidad felina, rápidamente colocó la vara en su sitio y que acudió solícito a por la segunda ración de puya donde apenas se le quebrantó. El segundo, Brigadier, número 41, entra con fuerza y empuja al aleluya mientras Marcial Rodríguez agarra el puyazo arriba y se emplea en taparle la salida, tal y como siempre hacen con los toros que se emplean. Acude de nuevo con ilusión el toro al segundo encuentro y de nuevo Marcial le coloca otro puyazo arriba. El tercero se llamaba Huracán, número 32, y también entra con alegría al jamelgo de José Palomares, que agarra una buena vara arriba y, como el toro se emplea, le tapa canónicamente la salida, lo que Cossío llama “la suerte del señor Atienza”. Acude Huracán alegre a la segunda cita recibiendo una vara trasera y vuelve el picador a la suerte de Atienza, que se ve que le va. Al cuarto, Mirador, número 14, Manuel Bernal le receta un puyazo bajo y rectificado que no le debió hacer gracia porque ni en éste ni en el siguiente se empleó ni cantó sus bondades. El quinto era Tontillo, número 10, que acude disciplinadamente al primer vis a vis con Israel de Pedro, donde se deja pegar sin más, de forma sumisa y, ya que había hallado ese nirvana, actúa de igual manera en la segunda convocatoria, pero entrando al penco con menos ganas. Y por fin, el sexto, con el número 45, Bellito, que acude a la primera vara empujando y suspendiendo al caballo por los cuartos delanteros para, a cambio, recibir de nuevo la suerte de Atienza ejecutada por Gustavo Martos en la que aprovecha para pegarle con ganas. En la segunda entrada también metió los riñones el toro mientras el picador le atizaba con el chuzo.
Como se puede ver de ese breve resumen de los avatares relativos a la suerte de varas, se puede aventurar que los seis de Pedraza cumplieron o más que cumplieron sobre lo que es el tercio de varas de otras ganaderías de las que hemos ido viendo en estos días pasados y que cada cual ponga aquí los nombres ganaderos que le parezcan más adecuados.
Domingo López Chaves se vino a Madrid vestido de azul azafata y oro y queremos anotar eso porque lo más señalado de la tarde de López Chaves es lo bien vestido que venía. Recibió a su primero, Burreco, con esas verónicas de pegolete que decía el abuelo del aficionado V., que son las que se dan con los pies juntos. Tras su paso por la comisión equina el toro es una especie de muerto viviente o no-vivo, y eso que hoy veníamos por el tercio torista. El animal está demandando la extremaunción, pero curiosamente mantiene la boca cerrada aunque no puede ni con su alma. Ante esa prenda, López Chaves ensaya diversas posturas, que es como pretender invitar a ir de copas a un enfermo terminal, y luego ensaya una suerte de arrimoncillo con Burreco, como quien se lo hace a los toros de Guisando. Con un bajonazo libera al toro y al público del peso de contemplar a Burreco y luego se ve obligado a descabellar por veces V, que va en romano por ser número de muy fácil rima.
Apenas merece la pena demorarse en la labor de López Chaves con su segundo toro, Mirador. Le dio esos gritos tan propios del gremio de la albañilería, versión andamio, de ¡aahh! y ¡eehh!, así una y otra vez, pegó un descomunal tostón y no supo o no quiso explotar el filón del poquito de picante que tenía el animal, que el toro tampoco fue un Hércules y, además, se le colaba. Cuando le pareció oportuno, le atizó un bajonazo en los blandos y puso el letrero de FIN.
Javier Cortés siempre es la promesa de algo. Sus maneras elegantes y su forma de estar con el toro parecen presagiar lo bueno y luego, por lo que sea, no sale. Tras un brindis a una señora que deambulaba por el callejón ensaya un inicio de clasicismo con el que se saca el toro andando hasta los medios. Allí da distancia al toro, que es el toro de la corrida para el torero, y le cita de largo con limpieza de no ver enganchada su muleta, pero sin profundidad, sin la hondura que nace del compromiso y del riesgo. Cortés pone todos los huevos en la cesta del toreo lineal, sin ceñirse nunca al toro, prefiere dar pases a torear. Por segunda vez ensaya la distancia larga y por segunda vez el toro acude presto para que le eche afuera sin quebrantar su recta embestida. Se pasa la herramienta a la izquierda y de nuevo se quita de encima al animal y este le arrebata la muleta en una tarascada. Faena sin hondura y sin pasión, mecánica, termina con una nueva serie en la derecha y un final gourmet para aficionados de Madrid, con sus canónicas trincherillas. Actitud muy conformista la de Cortés, que remata su actuación de muy baja intensidad ante un toro muy interesante con una estocada atravesada. Su segundo, Tontillo, puso a las cuadrillas en guardia a la hora del banderilleo, y la cosa fue bastante agónica cuando Ramón Moya y Javier Gómez Pascual quisieron clavar las banderillas en su espaldar: dos banderillas en dos pasadas, tres banderillas en tres pasadas, tres banderillas en cuatro pasadas y, finalmente, cuatro banderillas de una en una en cinco pasadas. Magra cosecha. Como dijo el clásico “el toro es peor y el torero es el mismo”, y ahí está el torero abundando en sus modos rectilíneos y centrando sus miras en torear hacia afuera, y sigue, y sigue, y sigue, y la Plaza en un cariñoso ejercicio de contención le deja acabar su salmodia sin meterse con él hasta que se le ocurre lo de la estocada baja que acaba con el plomazo. En dos actuaciones Cortés ha tenido toros para dejar algo en el corazoncito de la afición, pero se va con lo puesto y con la carrera un poco más cuesta arriba.
Y ya como colofón, Colombo. Su primero es Huracán, un toro con mucho cuajo que, de salida, clava los pitones en la barrera junto al burladero del 6. Colombo banderillea al toro con mucha velocidad y pasándose, a la hora de clavar, del lugar donde se reúnen los pares buenos. En el tercer par hace el esfuerzo de querer reunir más en la cara, pero lo que más queda es la sensación de unos pares muy acelerados, muy atléticos y más bien poco certeros. Plantea su trasteo con argumentos de la misma significación que los de Cortés en el toro segundo, pero con menos arte, hasta lo de citar en los medios. Decide Colombo tirarse por la calle del toreo hacia afuera y bien despegado, por el callejón sin salida del toreo rectilíneo y de la cansina insistencia. Acaso el toro tenía más condiciones para la muleta de las que demanda el toreo de Colombo, al que se presume que puede brillar más con el toro más bronco donde saque a pasear su valor que con el toro de carril, que le deja bastante en evidencia. Sigue con lo del pico y lo de echar al toro hacia afuera y así va cundiendo la percepción de que el toro se va sin torear. Cuando se apresta a dar las bernardinas de cada día, el aficionado M. le espeta: ”¿Pero qué te hemos hecho nosotros?”, que es un buen resumen. Mata con eficacia de estocada desprendida y algo delantera. En su segundo, que Dios le perdone, nueva entrega de banderillas y luego faena deslavazada, sin ver la manera de solucionar las dificultades que el toro Bellito le ponía. A esas horas todo el pescado estaba vendido y, por lo menos, no se puso en plan pelmazo, antes el toro le arrebató la muleta de un cabezazo y Colombo salió de naja hacia el burladero acosado por el burel. Mata de estocada baja y cuando está descabellando el toro le da una voltereta fuerte. Y, una vez repuesto, con un descabello da por acabada esta entretenida y calurosa tarde de toros en Madrid.
ANDREW MOORE
LO DE CHAVES
LO DE CORTÉS
LO DE COLOMBO
FIN