Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La utopía de un universo donde ya sólo reinarían la amabilidad, la ternura y las buenas intenciones (¡ese centrismo liberalio que sufragamos todos!) debería producir, según Muray, escalofríos dorsales de forma natural:
–Es el más temible de todos los sueños, porque es realizable.
Muray lo denunciaba hace veinte años como “proyecto terapéutico” y “complot prohibicionista” (¡conspiranoico, conspiranoico!) cuyo fin es transformar a una mayoría en militantes de la Virtud, contra una minoría de representantes del Vicio, “que serán liquidados poco a poco”.
–El fanatismo de la Salud cuenta con el entusiasmo que sentimos la mayoría de nosotros ante toda nueva perspectiva de servidumbre voluntaria. ¡Nuestra existencia va a alguna parte! ¡No sabemos dónde, pero allá va! ¡Al servicio de la especie! ¡Firmes! ¡A las órdenes del Consenso! ¡Siempre!
Los gobiernos tratan a los súbditos (que quiere decir “sometidos”) como enfermos, había advertido Michael Oakeshott, que se fue en lo mejor, cuando el mundo llegaba a creer que la libertad venía de serie. Hoy, la única sociedad recalcitrante en la resistencia que hay en el mundo es la americana, que además está armada (explíquele usted a un español la Trinidad, pero nunca la Segunda Enmienda).
En América una estrella de la TV es Tucker Carlson, que en hora punta pone el foco sobre la colosal industria farmacéutica y el pandemónium político-económico-científico de las vacunas del pangolín chino.
En España una estrella de la TV es Jordi Évole, que aprovecha la derrota de Djokovic en Madrid para apañar el chascarrillo de Humorista Oficial del Régimen que hace troncharse a todos los escribientes Bartleby del 78: “¿Lo de hoy le puede contar como vacuna a Djokovic?”
Vivimos en un país cuyos filósofos ibéricos de recebo fantasean en sus dehesas del pensamiento con la cárcel para los no vacunados, señalados, en nombre de la Ciencia, con los motes de “lunáticos” y “chalados”. Es lo que tiene vivir en un país espiritualmente muerto.
[Miércoles, 11 de Mayo]