Felipe IV / Diego Velázquez
Pepe Campos
Toros desmochados de Fermín Bohórquez, nobles «desrazados» propicios para el rejoneo contemporáneo. Cinqueños. Bajos de agujas. Terciados. Mansos. Flojos. Apagados. Lucieron crotal.
Terna de jinetes: Sergio Galán (azul metalizado), Leonardo Hernández (gris oscuro) y Juan Manuel Munera (tinto de Villarrobledo).
La corrida de rejones necesita una reforma urgente, no puede ser que a toros desmochados y a modo (tan seleccionados y disminuidos) se les someta a tal envite de suertes y castigos. Vendría bien volver a los orígenes de toros en puntas y suertes con rejones según las condiciones o juego de los astados. En el espectáculo actual sabemos que los aficionados a la corrida a pie huyen y regalan sus entradas a amigos y conocidos. De esta forma las plazas de toros en día de rejones presentan un aspecto de enorme amabilidad hacia los caballeros toreadores con su consiguiente triunfalismo. Aún así, en la corrida de ayer, en Madrid, no hubo corte de orejas, ni vueltas al ruedo, ni ovaciones cerradas.
El espectáculo fue pobre a pesar de la belleza de los equinos y de su elegante empleo para lograr un toreo a caballo según las normas que ya dejaron escritas los caballeros de antaño cuando el rey Felipe IV, por ejemplo. Toreadores, aquellos, que dictaron en plaza y en papel que el toreo en la suerte del rejón debía plantearse de frente (cara a cara) para enroscarse al toro y clavar arriba rejones, las veces que fuera conveniente. El tratadista Cárdenas (1651) hablaba de entrar al toro y «dar una vuelta i aún dos, estrechándole» al poner el rejón. El toreo en círculo se prefiguraba y existía. Lo leemos en el preceptista Contreras (1661): «es cosa muy airosa ponerle los rejones —al toro— uno sobre otro, de suerte que en el tercero se vuelva a hallar en el mismo sitio donde tomó la suerte primera». Cierto que los lacayos (hoy peones) ponían en la mano del caballero el nuevo rejón cuando lo necesitaban tras clavar el anterior.
Tal vez, en aquellos tiempos, no hubiera tantas dilaciones con cambio de caballos, carreras y llamadas al público, como hoy, con tocado y sin él, por parte de los jinetes para calentar el cotarro. En definitiva, el espectáculo del toreo a caballo es antiguo, no debemos insistir en ello, pero aquel rejoneo ya perseguía ese «toreo en redondo» que ahora parece ser la piedra filosofal de lo que se pretende sea «el anodino neotoreo actual» de la tauromaquia a pie. Pensamos que siempre se ha buscado torear hacia adentro y que la emoción nace de la seriedad del toro, del riesgo, de la colocación del toreador y no consiste tanto en lograr —simplemente— reiterativas imágenes circulares sin atender a normas con ética.
Ayer tarde fue día de fracasos, los rejoneadores no estuvieron lucidos, más bien todo lo contrario. Tuvimos que asistir a multitud de pasadas en falso sobre el toro, rejones caídos y traseros al clavar, y cornadas de los toros sobre los caballos. Un sinfín de entradas y suertes. En cada toro se situó una media de un rejón de castigo (sustitución de la suerte de varas), sólo uno porque los toros no tenían pujanza, más seis banderillas largas (suerte de la muleta), dos de ellas a dos manos según inventara Ángel Peralta, y finalmente, dos o tres banderillas cortas y el rejón de muerte. Un montón de castigos, en lidias largas y mecánicas.
De la labor de los rejoneadores nos llamó la atención que Sergio Galán esperara a su primero a la puerta del toril y encelara al morlaco en tres vueltas circulares al ruedo, llevándole prendido a la cola del caballo en su intento de clavar el rejón de castigo. Pudo ser el momento más brillante de la corrida, que se fue apagando entre suertes marradas y galopadas interminables de los equinos. Para apasionar al respetable Galán en sus dos toros tiró el tocado al albero. Destacó el juego de su caballo «Bambino», tordo lusitano, que se sintió artista y poeta ensayando piafé eléctrico.
Leonardo Hernández quiso conectar en todo momento con los asistentes, en algún instante para lograrlo pareció practicar una especie de «Cristo» a lo «Joaquín Blume», que teatralizó según correteaba su equino de punta a punta de la plaza. Lo más brillante de su actuación llegó cuando montó a «Eco», castaño de capa, una montura vibrante al reproducir varios giros de 360 grados alrededor de sí mismo al ir en banderillas hacia «Vocinero II», quinto de la tarde. Un virtuosismo. Si bien, a continuación, su caballo «Xarope», tordo lusitano, de dieciséis años, recibió una cornada de este burel.
Por su parte, el caballero Juan Manuel Munera desarrolló lidias frustradas, una y otra. Pero nos gustó su caballo «Arrebato», castaño lusitano, que quiso competir en habilidades con sus colegas arriba citados mediante la escenificación de un baile piafado.