sábado, 7 de marzo de 2015

Naranjicas

La doble opinión

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La cucaña se pone caliente y los políticos hacen naranjicas.

Lo que hoy se dice “hacer manitas” se decía “hacer naranjicas” en la época de Lope, que acudió a las fiestas de Denia con la corte y descubrió, con estupor, que la diversión principal era, entre damas y galanes, tirarse y devolverse naranjas desde la calle a los balcones.

Como el pepero Hernando y el ciudadano Rivera.
Hernando es un central de la política que recuerda a Maceda; como portavoz carece de la doble opinión (la pública y la íntima), y esto escandaliza a la tropilla socialdemócrata.

Yo tengo –decía Dumasdos opiniones de la Virgen: una para los periódicos y otra para los amigos.
Rivera es la Virgen de Dumas, y cuando Hernando dice de él en los periódicos lo que todo el mundo dice de él entre amigos, que es un “Naranjito” (por cierto, el primer chafarrinón antitaurino de España), Rivera es… ¡“trending topic” mundial!, cosa que no fue Marsilio de Padua con su principio de la representación política, que haría posible la democracia.

Es verdad que Rivera promete acabar con la partidocracia, pero eso sólo revela que Rivera no sabe qué es la partidocracia.

A falta de ideas, los españoles ofrecen pitillos –observó Alberto Guillén, indio sorayo (“espero alzar el mundo a mi nivel”, decía desde su 1,60), cuando vino a escribir “La linterna de Diógenes”, que es como Hernando también ha pintado a Rivera.

Guillén hace un retablo tremendo de la proverbial hipocresía española en el que una cuarentena de autores (incluido Ortega, el ídolo de Rivera) ofrecen el espectáculo alucinante de la doble opinión.

En su reseña del libro, Manuel Azaña los exculpa de participar “en el infantilismo que aqueja a nuestro pueblo”.

Lo verdaderamente feo es el vicio de disimular la opinión íntima, alabando en público lo que en privado se zahiere, extravío que es prevención para vivir en este pueblo tan chico. La cortedad del lugar es dispensa canónica.
Y socialdemócrata, claro.