viernes, 13 de marzo de 2015

El cartel




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Este año la primavera en Madrid abre y cierra con hombrada: la de Fandiño con seis toros (Palha, Pablo Romero, Victorino, Cebada, Escolar y Adolfo) en Domingo de Ramos y la de El Cid con seis victorinos en San Isidro.
Cuando una cultura siente que su final se acerca manda a llamar, en Europa, a los curas (eso dice el Karl Kraus tremendista), y en España, a los toros.

Aquí, a Dios llegamos antes por los toros primigenios (los de arriba) que por los curas posconciliares.

Moralmente indefendibles, pero estéticamente insuperables –le parecen los toros a Sassone, y es su forma de decirnos que a Dios sólo se llega por la estética.

La belleza es catarsis, pero la socialdemocracia no cree en nada, tampoco en la belleza: toda su emoción estética consiste en tenernos ante el televisor para ver a quién se le cae más el pelo, si a Casillas o a Pablo Iglesias.
Hoy tomé café en un bar frente al cartel que anuncia la hombrada de Fandiño, que es como un Victor Mature de Orduña dispuesto a vérselas a solas en la arena del circo con Drácula, Frankenstein, King Kong, la Momia, el Hombre Lobo y Freddy Krueger, y pensé en el pobre Bogart, que por hacer la rosca a Sinatra quiso afearle a Ava Gardner su locura de amor con Luis Miguel, al que suponía gay:

De todos los hombres del mundo, te tienes que enamorar de uno que lleva capa y zapatos de bailarina.
¿Qué quedaría de Bogart, con sus zapatos con alzas, su palé desde el que besar a la chica y su pistolín, delante de un cárdeno de Escolar?
Una muletilla del taurineo dicta que los lances de Morante de la Puebla son “de cartel de toros”, pero aquí, en el bar, delante del de Fandiño, decir eso sería como comparar el Foreman-Alí de Kinshasa con los Panditas del “pressing catch” mexicano.
Todas las canas que peina Morante le vienen de haber visto una vez en un cartel de Sevilla su nombre al lado del de Victorino Martín.

Porque lo contracultural de los toros de verdad no son los toros, sino la verdad.