lunes, 16 de marzo de 2015

Gato blanco, gato negro




El conejo



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Las dos grandes sociologías de la España contemporánea son el franquismo sesentero y el felipismo ochentero, o sea, el de Felipe González: “Isidoro” para Franco, Felipe para la Santa Transición (“¡oye, Felipe!” le decían los periodistas castizos en las ruedas de prensa) y Gonzalón para la posteridad, que somos nosotros.
    
Gato blanco, gato negro, no importa. Lo importante es que cace ratones –dijo a la vuelta de un viaje por la China, y la prensa adicta al régimen (¡al felipismo!) se prosternó al grito de “¡Es Maquiavelo!”

    Maquiavelo carga con un dicho que Borges prefería atribuir a los jesuitas, “el fin justifica los medios”, pasando por alto el gran matiz maquiavélico: el fin justifica los medios… si se consigue el fin.

    Es lo que sucede en el Madrid.

    La consecución de la Décima, que era el fin, justificó el primer año de Ancelotti, el entrenador que le hace subir una cuesta a Pepe, “tres millas subiendo, tres millas bajando”, como era conocido por la Compañía Easy de la 101 Aerotransportada (“Band of Brothers”, de Stephen Ambrose) el ejercicio preferido por el capitán instructor Sobel, subir todos los días a la cima del Currahee en Camp Toccoa.
    
Pero, con Maquiavelo en la mano, la no consecución de la Undécima dejaría sin justificación el segundo año de Ancelotti, que con la mejor nómina de futbolistas del mundo subiendo y bajando la cuesta de Pepe, “tres millas subiendo, tres millas bajando”, se expone a que Luis Enrique, que en el fondo es madridista, gane el Triplete con el peor Barcelona que se recuerda.

    Y el piperío entra en pánico y pita, con lo que el pito del pipero impresiona en el Madrid posmoderno (el de después de Bernabéu), porque en el Madrid premoderno lo que impresionaba era el silencio, y el propio Bernabéu tiene contado lo del bárbaro silencio del estadio la noche del 0-5 de Cruyff.
    
El piperío no ve que Ancelotti tiene un equipo con siete innegociables: Casillas, Pepe, Ramos, Bale, Cristiano, Benzemá… e Isco, el gambeteador que acude a su trabajo, subir y bajar la cuesta de Pepe, en un Ferrari.

    “Innegociables” se llaman con Ancelotti los que con Del Bosque se llamaban “Galácticos” (“Yo no soy galáctico, yo soy de Móstoles”), término cuya acuñación reclama ahora el “As” para sí (él es como el “Cuéntame” del pobre), aprovechando que Marx no habló de Copyright, con lo que facilitó la vida a esos que Emilia Landaluce llama “okupas de las ideas ajenas”, desalojados por Hughes (“la prensa es el casticismo con el que se enfada Florentino”) en menos de lo que un politólogo de la Complu tarda en echar a perder en gintonics una botella de Martin Miller’s:

    –El término “galácticos” aplicado al Real Madrid fue una ocurrencia de Jaime Ortí, presidente del Valencia.
    
¿Gato blanco o gato negro? ¿Mano dura o mano blanda?

    El mismo Hughes sostiene que, en este juego de chinos perverso, la mano dura, la de Capello, Camacho y Mourinho (añádase la de Toshack), es la que hace ganar a la mano blanda, la de Heynckes, Schuster y Ancelotti (añádase la de Del Bosque).
    
Esta controversia sólo se soluciona, al menos hasta Semana Santa, con una “manita” blanca en Barcelona.
El bogavante
VIENTO DURO
    Al alba, con viento duro de Levante, un ministro español aficionado a Shakespeare hizo realidad en el peñasco de Perejil su sueño de Coronel Kilgore en “Apocalypse Now”. Y al Levante, como a hierro ardiendo (“hierro ardiendo” suena a las “hierrinas” con que Hierro trata de arengar a las estrellonas merengues cuando las tiene delante), se agarraba ayer el Madrid de los Innegociables de Ancelotti. El Levante viste como el Barcelona, con lo que el Madrid se preparó para la gran cita del Clásico como esos campeones de boxeo que, ante la pelea por el título con un zurdo, contratan a un sparring zocato para habituarse a atacar, con viento duro, a una guardia invertida.