Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Más que a un nublo temo al avión, y quizá por eso me aficioné a una serie de National Geographic que vino a convencerme de que, una vez en el cielo, sólo nos pierden (¡o nos salvan!) manos humanas: “Mayday: catástrofes aéreas”.
La máquina apenas falla. Y si lo hace, está la pericia del piloto, como en el Vuelo 1549 de US Airways, que a los dos minutos de despegar del aeropuerto de La Guardia, en Nueva York, dio con una bandada de gansos que, aspirados por las turbinas, inutilizaron los dos reactores, “inspirando” al comandante un exitoso amerizaje de emergencia, con el avión inclinado contra el agua para que la cola hiciera de freno, en el río Hudson.
En el episodio, la investigación del accidente es un espectáculo grandioso de pesquisas e intríngulis con arreglo al puro orden de la ciencia y la inteligencia, sin la obscenidad de políticos tomándose la ocasión para hacer declaraciones de buenos sentimientos (¡oh, ese Mas extraviado y palurdo, “fent país” sobre cadáveres!), cuando de ellos lo único que se espera es que el teléfono para los familiares funcione y, si acaso, preservarlos del acoso de la prensa apostada en el aeropuerto en busca de planos de gente llorando.
–Maldita sea esta sociedad capitalista donde una compañía aérea antepone el beneficio empresarial a la seguridad de los pasajeros –tuiteó ayer Eduardo Garzón nada más salir la noticia del accidente en los Alpes, no se sabe si muy lejos de Ötzi, u Hombre de Similaunla, momia ideológicamente contemporánea (3300 a. C.) de Mas y los Garzon Brothers, que al rato aclararon (los Brothers) que lo suyo “se llama perseguir la prevención de accidentes, no politizar una tragedia”.
Parece miseria moral, pero sólo es indigencia intelectual: la que lleva a una persona con pinta de adulta a redondear su estúpida teoría de los pobres con que en las compañías de bajo coste se vuela sin alas (¡los recortes!) como en los restaurantes de menú se serviría gato por liebre.
Mayday, mayday.