sábado, 14 de marzo de 2015

Herencias


Bertrand Russell


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El candidato de Ciudadanos en Madrid, Aguado, opina que las herencias no deben ser para los herederos.

¿Para quién han de ser las herencias, si no son para los herederos?

Para el Estado.

Cosa del cambio climático.

Muchas ideas han cambiado en el mundo, decía hace ochenta años Fernández Flórez a propósito de un Aguado de la República, y el concepto de la herencia figura en ese enorme montón.
Todo se reduce a este fenómeno: en los demás climas de Europa el sudor de los antepasados se evapora con mayor rapidez que en el nuestro.
Pero desde Rajoy a Pablemos, pasando por Rivera, Snchz y la “señá” Rosa, España es una socialdemocracia reventona que puede codearse con los países donde el Estado va apoderándose de los sudores de los tatarabuelos con sus impuestos sobre las herencias.

Después de todo, España nunca dejó de ser católica, y la Iglesia carece de un elemento hereditario.

Aguado, el clon de Rivera en Madrid, acaba de incorporarse a esa charlotada que es la carrera de sacos por no parecer de derechas que se celebra en España desde hace cuarenta años. Su compromiso con la modernidad se agota en vestirse de Garci (vaquero con americana y corbata), y pone en solfa el principio hereditario porque carece de herencia (“no tenemos pasado”).

A Bertrand Russell, que heredó un título de sir del que uno sólo puede desprenderse por delito de traición (lo que conlleva decapitación en la Torre de Londres), le llamaba la atención el hecho de que el principio hereditario hubiera desaparecido bastante de la política (¡las repúblicas!), pero estuviera muy lejos de empezar a hacerlo de la economía.

Todavía consideramos natural –decía– que un hombre deba dejar sus propiedades a sus hijos, aceptando el principio hereditario en lo referente al poder económico, mientras lo rechazamos respecto al poder político.
Bueno, pues ahí está Aguado, que no sabemos si viene a traernos la república o se conformará con llevársenos  el piso del abuelo.