La Flora, donde la víctima confundió a su novia con una banda de fascistas
Matadero de Durango. La ex-novia de de Juana, junto al carnicero de Mondragón
Francisco Javier Gómez Izquierdo
En la tumultuosa semana gamonalera pasó desapercibido un suceso que también tuvo lugar en Burgos y ante el que merece la pena pararse por ser el ejemplo perfecto de esa vergonzosa condición española que sólo ve dos clases de personas en el mundo: los malos y nosotros.
Resulta que un choro de tres al cuarto ingresó en la UCI del Hospital con cuatro navajazos en el costado izquierdo y la víctima, viéndose morir o algo parecido, declaró que le habían apuñalado los fascistas de extrema derecha. Una cámara chivata en la plaza de la Flora ya había contado a la policía la identidad del delincuente en busca y captura, la agresión de una chica a otra moza que estaba hablando con el agredido y por último la acción homicida de la primera contra el que resultó ser su novio. El Diario de Burgos puso que la agresora era más bien celosa y que la víctima felizmente salvó la vida.
Lo que llama la atención del episodio es la denuncia del novio alanceado culpando a esos malos que sus educadores le han señalado y que de manera cada vez más corriente es regla de comportamiento entre los españoles. Vean, si no, esa foto de soldados eméritos especializados en asesinar al descuido, reunidos a mayor gloria de Euskadi en el matadero de Durango, convencidos de su heroísmo y de la mendacidad de los nacidos en Guadalajara ó Palencia. Cuando el Estado que desprecian tuvo a bien poner en libertad sin publicidad a uno de los más desequilibrados de entre los suyos y al poco se suicidó en una leñera no se cortaron al responsabilizar a una pareja de la Guardia Civil que una mañana tuvo la desfachatez de pasar cerca de la casa del suicida. Ellos, disparo en la nuca mediante, no consienten el más mínimo remordimiento. Españolazos mesiánicos, cumplían órdenes divinas. La culpa siempre es del otro. Del malo.
Este fin de semana el recién señalado como presidente del F C Barcelona, señor Bertomeu, que tiene nombre de portero grandote, ha culpado de los presuntos delitos de su más querido colega culé a Madrid. Madrid, como oscuro concepto. Como demonio de la tribu. El malo. El enemigo ancestral al que odiar desde pequeño. No importa que el denunciante sea de la gent blaugrana. De la mejor gent pata negra que pueda imaginarse... y es que hay cabezas que tienden a rechazar lo que son incapaces de asimilar y desde su atrevida ignorancia desbarran sin la menor vergüenza. Viene beligerante y sin conocimiento el españolísimo señor Bertomeu...
A este cada vez mas frecuente sindiós, los profesionales de las Ciencias del comportamiento lo llaman obsesiones, pero los que ya nos sorprendemos por muy pocas cosas, creemos que tan fluido desvarío es consustancial a las disparatadas tribus de la nación y lo que nos distingue de franceses, alemanes o ingleses. Es el natural odio que nos hace españoles y no belgas y al que tanto contribuyen a cultivar desde la más tierna infancia una legión de instructores orgullosa de su misión.
¡Oh Educación, cuántos crímenes en tu nombre!