lunes, 20 de enero de 2014

El síndrome Chitalú


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Sin competición, el fútbol es un muermo.
 
En la Liga española, Madrid, Barcelona y Atlético son como esas figuras del toreo contemporáneo que echan el año despachando juampedros por las ferias mientras un orfeón de revistosos del puchero canta sus gestas: tundir a derechazos a un pobre animal sin casta, doméstico. O como Poli, aquel Potro de Vallecas que apalizaba a un panadero de Palencia, y luego, en América, con un Mundial en juego, recibía la del pulpo (7-0 del Bayern a nuestro campeón de Liga) a manos de Pernell Whitaker.

    Cristiano, Messi y ahora Diego Costa hacen goles en España como Chitalú en Zambia.
 
Godfrey Chitalú anotó 107 goles en 1972, año en que Gerd Müller, el Portillo alemán, dejó 85 en el registro de la Fifa, que ignoró los de Chitalú, conocido en su país por Ucar, un nombre de pila eléctrica.

    Alguna explicación tendrá el hecho de que Messi anote con el Barcelona, en la Liga, goles como si fuera Chitalú, y que después, con Argentina, se vaya del Mundial como si fuera Manolo Clares, aquel delantero culé con la frente de Moe, el del bar de los Simpson, al que Cruyff gritaba en el campo:

    –¡Manolo, marca ya!
 
¿Cómo se pasa de Chitalú a Clares y de Clares a Chitalú?

    El secreto está en la competición.

    Uno ve el gol de Cristiano (el último, al Betis) y te quedas pensando cómo lo hubiera hecho Chitalú.

    En lo que llega lo definitivo de la Copa de Europa, seis partidos de competición (los cruces de Madrid, Barcelona y Atlético) en una Liga de treinta y ocho dejan mucho tiempo libre para pensar.
 
En Madrid esos pensamientos están puestos en el rejuvenecimiento del público del Bernabéu, pero a ver quién es el guapo que le pega al piperío el cambiazo de las pipas por el gerovital de la doctora Asland.
 
Más fantasistas, los culés prefieren matar el rato reinventando su historia, tan adversa, la del País del Pep, Un País Pequeñito de Ahí Arriba, ahora Bastión De La Resistencia Contra Franco, al decir de los progretas de la CNN, que no han leído en La Vanguardia las cosas sentimentales de don Narciso de Carreras, creador del “más que un club” para el Barcelona de su digna presidencia: “Hoy, Día del Caudillo, debemos meditar sobre nuestra conducta para acertar en nuestra actuación. Debemos ofrecer nuestra colaboración y nuestro esfuerzo perseverante, leal y entusiasta. La Patria lo reclama y el Generalísimo lo merece.”

    Mientras, en Madrid, Bernabéu rabiaba con la sorna manchega que recogió Martín Semprún:

    –Hace mucho, mucho tiempo, que le perdí el respeto a la autoridad constituida. ¿Sabes desde cuándo? Desde que, con toda la desfachatez, nombraron delegado nacional de Deportes al gerente del Barcelona, a Juan Gich, y eso me indignó aún más que cuando me denegaron lo de la Torre del estadio. Aproveché una asamblea del Club para poner a parir al ministro y, de paso, me hinché a decir barbaridades contra el régimen. A mi edad, no creí nunca que me metieran en la cárcel, por eso lo hice. Estaba hasta los huevos de tanto favoritismo con los azulgrana, a los que la Delegación Nacional ya les había construido un palacio de hielo para que patinaran.

 Vivir para ver.



MODRIC Y CRISPÍN
    En los 70, la ilusión intelectual de un quinceañero era esperar a los miércoles por la tarde, cuando al kiosko llegaba la entrega de El Capitán Trueno. (“Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno. / Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno. / Ven Capitán Trueno, que el mundo está al revés…”, cantarían luego los Asfalto.) Trueno, Goliath y Crispín eran los Cristiano, Bale y Modric de la actual versión socialdemócrta, con Irina, por añadidura, que no daría mal de Sigrid. Modric/Crispín fue un capricho de Mou contra el piperío patrio, que prefería a Cazorla, Paquirrín del golpe franco. Ahora que, como Crispín en El Capitán Trueno, Modric ha acabado siendo el protagonista de la historieta, la lírica pipera intoxica con que Modric fue un regalo que nos hizo Mijatovic