Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La revista “Nature”, que es como el “Hola” de los anticuarios, saca el genoma de un leonés del mesolítico: moreno y con ojos azules (mezcla, pues, de Toni Cantó y Quique San Francisco), pero de una edad de siete mil años, dato que lo sitúa mejor entre Rubalcaba, el Cromwell de Solares, y el Revilla de Beatriz Manjón, un personaje que se alimenta de las anchovas que le echan en las teles por hacer de español que canta las verdades del barquero.
Desde Galba, creador de la Legio VII Gemina, hasta Zapatero el Hechizado, que dejó a los españoles en tanga, a estudiar a León sólo fueron Azorín, que no entendió nada; Gecé, que tártaramente se puso a gritar “¡Milagro! ¡Karamet!”; y don Claudio Sánchez-Albornoz, que optó por contarnos el León de hacía mil años, ampliamente superados por los siete mil de este apuesto galán del yacimiento La Braña-Arintero que sale en “Nature” y que lució su palmito entre el Paleolítico y el Neolítico, es decir, justo antes de la llegada de los toros “lisarnasios” (mezcla de Lisardo y Atanasio) a la ganadería de don Atanasio Fernández.
–Si hay una región históricamente misteriosa y sugestionadora en la Península ibérica, es la de León –nos dice Gecé, para quien todo lo leonés es tránsito: el paisaje, el lenguaje, la cultura, la literatura y la historia.
Es la idea de tránsito que vemos en Revilla, siempre cambiando de plató, y en Rubalcaba, siempre cambiando de principios.
–No se puede decir únicamente que no, no y no a Cataluña –dice este chisgarabís del mesolítico que sacó a los militares a la calle para reprimir una huelga de controladores aéreos que ponía en peligro el puente constitucional de los domingueros del zapaterismo.
Y luego, cogiéndose una manita con la otra manita, como quien tira del plumón de un faisán, lanza al aire esa llamada beatona, mitad Paulo Coelho, mitad Sandro Rosell: “Sentémonos a dialogar”, que políticamente vale como decir “En lo más íntimo quiero Chilly”.