lunes, 10 de diciembre de 2012

Aire

Miguel Delibes

Pedro Ampudia

Uno iba al Nuevo Estadio José Zorrilla siendo niño a ver a Pato Yáñez, a Da Silva y al Loco Fenoy, un portero que jugaba de libre y tiraba los penaltis, y se encontraba con Delibes en la tribuna principal. Como en aquel tiempo lo más parecido a un ordenador eran las calculadoras y la única consola que conocíamos era el mueble del pasillo en el que dejábamos las llaves ya habíamos leído El Camino y mirábamos a aquel hombre enjuto con la misma adoración que a aquellos jugadores que nos hacían ir los domingos a pasar frío cuando los fondos aún no estaban cerrados y corría el aíre del páramo acuchillando nuestras caras. “El Mochuelo” era por aquel entonces nuestro Holden Caulfield rural y cantábrico hasta que descubrimos al otro y empezamos a soñar con rascacielos y a preguntarnos a dónde van los patos de Central Park cuando se hiela el lago. En aquel estadio vio uno ganar al Valladolid el único título que adorna su vitrina y que apenas luce porque aquella competición de la Copa de la Liga se dejó de jugar enseguida. Vio uno debutar a Eusebio, a Torrecilla, a Juan Carlos, a Fonseca y al recientemente fallecido Manolo Peña. Vio uno jugar a Fernando Hierro con el Valladolid Promesas y dormitó en la grada durante la breve estancia de Pacho Maturana, del sopor de cuyo juego sólo nos desperezaba alguna locura de René Higuita.

Delibes escribió mucho y bien de fútbol y algunos comparan su contribución intelectual a este deporte con las de Camus y Montherlant, sin el contenido épico de estos, diría yo. En respuesta a unas declaraciones de Di Stefano publicó La Misión del Entrenador, cuyo contenido podemos resumir en una frase: “El alma de un equipo es el alma de su entrenador”. Don Miguel sentía verdadera devoción por Helenio Herrera y esa forma especial que tenía de entender el fútbol y no deja de resultar chocante que la exuberancia retórica y gestual de Herrera le resultara tan atractiva al recio y estoico castellano viejo. El Valladolid fue el primer equipo español del que se hizo cargo HH y de aquella época tiene palabras Umbral que dichas ahora podríamos aplicar a José Mourinho. “La vida de Helenio en Valladolid no fue nada tranquila, sino que siempre vivió el escándalo deportivo, porque perdía o porque ganaba, y otros escándalos más secretos, concéntricos al principal y llenos de sederías y ambigüedad”. No conviene añadir más.

Vimos el sábado un partido de fútbol de los que le hubiera gustado ver a Delibes, que ya en los 80 se adelantaba a lo que después vendría y que nos han vendido como el único fútbol que merece ser considerado como tal. “El fútbol español de hoy resulta pueril, enjuto e inoperante. La cabriola, el regate en corto, el pasecito horizontal, la triangulación del juego en el centro del terreno no conducen a nada práctico». Se enfrentaban dos equipos de autor, creados a imagen y semejanza de sus entrenadores, y se propuso un partido serio y sincero. El otrora denostado Manucho, aquel que prometiera 30 goles por temporada a su llegada a Valladolid, marcó dos veces a la salida de sendos corners ante la pasividad de un Casillas que prefirió las dos veces quedarse a la abrigada de los tres palos en vez de salir a poner orden en aquel caos. Entre ambos goles aprovechó Callejón un fallo de la defensa pucelana para asistir a Benzema y volvió a empatar Özil tras una jugada que me trajo a la mente el verso de Guillén que inspirara a Chillida: “Lo profundo es el aire. La realidad me inventa. Soy su leyenda. ¡Salve!”. Ante las dificultades planteadas tuvo que sacar Mourinho un conejo tras otro de la chistera provocando la indignación de los plumillas, que hubieran preferido una derrota que colocara de nuevo al portugués en la picota. Volvió a ser Mesut el que cerrara el partido con un lanzamiento magistral de falta que esperemos le despierte definitivamente de ese trance sufítico en el que lo encontramos demasiadas veces.

A este Madrid del todo o nada le viene bien la frase futbolística de Montherlant en Las Olímpicas: “Es correcto, es saludable, sentir que mañana podemos o nos pueden matar. En las manos de la vida amenazada podemos encontrar un cuerno de la abundancia. Mirar, amar, poseer siempre como si fuese la última vez. '¡Más tarde!' murmura la esperanza, que es la voluntad de los débiles. Pero no hay un más tarde y por ello se hacen las cosas. Hay un instante. ¡Que sea mío!”.