El Bernabéu, antes del partido
Una vez dentro, sonó Frank Sinatra con My way
Y, por primera vez, para no despertar a los piperos, la megafonía eludió
el nombre de Mourinho en las alineaciones
Una vez dentro, sonó Frank Sinatra con My way
Y, por primera vez, para no despertar a los piperos, la megafonía eludió
el nombre de Mourinho en las alineaciones
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo dijo nada menos que Gregorio Corrochano, harto del piperío que afeaba la chulería de Luis Miguel:
–En los toros es modesto quien no pude ser otra cosa. Dios nos libre y, sobre todo, libre a las empresas, de toreros modestos.
Corrochano es el crítico más grande de la tauromaquia. Puro ABC, cuyo fundador, Torcuato Luca de Tena, lo designó sucesor del crítico Dulzuras: “Me basta con que no confunda usted un par de banderillas con una estocada”. Escribía tan bien que el sueño de los toreros era: “Que nos cante don Gregorio.”
Frente al belmontismo de Juan Belmonte, que hoy es un ismo literario de Chaves Nogales, Corrochano fue gallista del soberbio José Gómez Gallito. Y frente al ordoñismo de Antonio Ordóñez, que hoy es un ismo literario de Hemingway, Corrochano fue dominguinista del soberbio Luis Miguel.
El defecto privado de la soberbia como virtud pública por obra del arte y del valor.
Mayo del 49. Madrid. En el cuarto toro, de la viuda de Galache, faena apoteósica y Luis Miguel, espectador de sí mimo, se dirige a los piperos venteños y se proclama el número uno. Porque el toreo no es loable ejercicio de humildades, sino gesto, reto sostenido. “Reto a todo. A todo, para triunfar sobre todo. Así eran los toreros de otro tiempo”, aclara el crítico Giralillo.
(De las dos orejas cortadas, tiró una: paseó el ruedo entre el sostenido clamor –¡ah, esas broncas piperas!– del público venteño, tan clavado al del Bernabéu.)
Hasta en lo de Lucía, que ahí está Irina, nos recuerda a Luis Miguel el gran Cristiano, solo contra la república bananera de Blatteria y Platiniria, que tuercen sin pudor por el pequeño (en el sentido navideño/dickensiano) Messi, colocado en el libro Guinness de los records goleros entre Muller y Chitalú, pues este año lo que cuenta para el Balón de Oro no son los títulos, sino los goles.
Pero ¿qué goles?
¿Cuentan los penaltis?
¿Todos los penaltis que le pitan a Messi lo son?
¿Cuesta las mismas patadas un gol de Messi que uno gol de Ronaldo?
¿Y la propaganda?
En lo que Messi, que hace de gallina de la fábula, pone un huevo y lo cacarea a los cuatro vientos, Cristiano, que sería la sardina, pone un millón y nadie se entera. La falta de Messi al Madrid, que pasa entre las caras de Khedira y Benzema en la barrera, se cacarea como obra de arte. En cambio, de la falta de Cristiano al Atlético casi no nos enteramos, porque los gritos caen sobre el pobre Courtois, que ha de escapar del Twitter a uña de caballo, entre los ladridos de los piperos de la democracia igualitaria.
–He necesitado años de reflexión y de lucidez antes de osar poner en cuestión el igualitarismo sacrosanto que fue mi leche y mi miel hasta los últimos y recientes años –confiesa Jean Cau en “El tiempo de los esclavos”.
¿De goles hablamos?
Los goles de Cristiano son los de un atleta en forma (“en forma”, expresión spengleriana). Pero los goles de Messi me suenan a superstición estadística, como los salmones de Franco.
REPORTERISMO
Los árbitros serían como los porteros de finca, que no necesitan conspirar para saber qué vecino manda. El re-porterismo invade el fútbol, desde Casillas, que sale menos de su portería que El Cachorro en Sevilla, hasta el periodismo, convertido en un “Sálvame” para maridos. Estamos como en la grillera que describiera don Ramón Pérez de Ayala: “Todo español, por el hecho de ser español, es un hombre disminuido, un ochavo de hombre… Somos como comadres que vivimos de la vida ajena a falta de la propia. Murmurando de todo. Ensayando el palillo de dientes en el nombre del amigo. Dando mordisquitos de ratón en...”
Caballos en paso de cebra
Los árbitros serían como los porteros de finca, que no necesitan conspirar para saber qué vecino manda. El re-porterismo invade el fútbol, desde Casillas, que sale menos de su portería que El Cachorro en Sevilla, hasta el periodismo, convertido en un “Sálvame” para maridos. Estamos como en la grillera que describiera don Ramón Pérez de Ayala: “Todo español, por el hecho de ser español, es un hombre disminuido, un ochavo de hombre… Somos como comadres que vivimos de la vida ajena a falta de la propia. Murmurando de todo. Ensayando el palillo de dientes en el nombre del amigo. Dando mordisquitos de ratón en...”
Caballos en paso de cebra