La escalera de Maribel
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
No conozco la ley hipotecaria de los japoneses, pero el Japón encabeza la clasificación de países suicidas de la Tierra: cada quince minutos se suicida un japonés, y no siempre con el sable de Yukio Mishima.
Y es que hasta para vivir se necesita pasión por la vida.
La vida no debe ser un hábito, decía el Indio Fernández, que detestaba a los que se enfadan con el mundo:
–¡Me dan ganas de matar a todos los que están achicopalados! Por dura que sea la vida, nadie tiene derecho a irse a pique. Los sufrimientos son peldaños para subir, no agujeros para hundirse.
Para el Indio, pues, los suicidas son “¡pinche gente que se raja!”
Ahora que, entre hipotecas y navidades, son muchos los que tienden a achicopalarse, conviene andarse por la escalera de la vida como Juan Luis Martínez recomendaba ascender por la escalera de la memoria: nadie empiece a subir sin haberse provisto de una cuerda, uno de cuyos extremos será sólidamente fijado al piso y el otro enrollado alrededor del puño izquierdo.
–Por no haber tomado esta precaución, muchas personas nunca han vuelto.
España vuelve a ser la historia de una escalera triste y buera (otra vez el buerismo), como defiende el fandango de Ricardo Bada: “Al derecho y al revés, / desde dentro y desde afuera, / la Historia de España es / la historia de una escalera.”
Cataluña, que por estas fechas solía presentarnos a Maribel Verdú bajando (mal) una escalera de cava, es ahora como las escaleras mecánicas del hotel “Buenaventure” en Los Ángeles, símbolo que los viejos “nouveaux philosophes” ponían para expresar el sinsentido de la vida posmoderna, mientras le mueven (los catalanes, no los filósofos) la escalera de tijera a Mariano, que, por gallego, tampoco se sabe si sube o baja.