miércoles, 9 de julio de 2025

Zerolo



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Al concejal más pijo de los de Madrid, Zerolo el Apóstata, cuya demagogia municipal y rosa lo tiene en las encuestas a dos palmos de la vara de Gallardón, le ha parecido un “ataque al buen gusto”, y por tanto “inaceptable” –tolerancia progresista–, que una chirigota gaditana apuntara en Ceuta al Islam.


¡Ave María Purísima! –se habrá escandalizado Zerolo–. ¡Al Islam!


Como lo que la Naturaleza no da el Ayuntamiento no lo presta, Zerolo no sabrá, porque eso no viene en su Gala, que los carnavales no son sino la forma de encauzar la expansión paganizante de las antiguas saturnales. Tampoco sabrá, porque eso tampoco viene en su Villena, lo que un teólogo alemán que volvía de visitar las comunidades jansenistas de Holanda exclamó al entrar en Colonia y dar con una cabalgata carnavalesca: “Al fin, una ciudad con procesiones y con carnavales... ¡Al fin, una ciudad católica!” En cuanto al buen gusto, entendido como un modo de hablar de las cosas sutiles y elegantes, ¿sabe Zerolo quién lo inventó? Pues la Reina Católica.


Esto lo tenían muy estudiado Cejador, Pemán y Sainz Rodríguez, que invitaba a almorzar en “Jai Alai” sólo para discutir del asunto. Valga el “bon goût” del neoclasicismo raciniano, venían a decir ellos, pero sépase que éste fue muy antecedido por la lírica de Gil Vicente, Juan de la Encina y todos los poetas del “Cancionero”.


Exponía Pemán:


Hay en la literatura española treinta o cuarenta años, durante el traspaso del siglo XV al XVI, en que todo se desarrolla bajo la divisa del “buen gusto”. Pero llegaron luego las Indias, el Imperio, la Contrarreforma, la mística, que enrabiaron el estilo y se aislaron del Renacimiento Europeo con cables de alta tensión verbal.


Seguía Sainz Rodríguez:


Probablemente en la política ha ocurrido lo mismo: los caminos clásicos y progresivos de los Reyes Católicos fueron cortados por barricadas de orgullo y fantasía. Y todavía continúa el juego con fichas trucadas.


Y constataba Cejador:


Azorín, por ejemplo, fue subsecretario de don Juan de la Cierva, y para muchos es un izquierdista. A Gerardo Diego, católico practicante, hombre excelso de rigores y despistes, le cuelgan la etiqueta izquierdista; lo mismo que a Eugenio Montes, cuando éste lo que tiene es una profundísima formación clásica. Los hombres que parecen de dos verdades, son hombres de una sola verdad más una útil falsificación contigua...


Hablábamos del concejal más pijo de Madrid, que se llama Zerolo y que atiende por el Apóstata, pero... ¿qué puede decir uno de este buen hombre?