sábado, 12 de julio de 2025

Gómez Carrillo



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Vuelve Enrique Gómez Carrillo a los escaparates de las librerías, y lo hace con “El Japón heroico y galante”, un libro de sables, suicidios, porcelanas, cerezos y putas.


Usted no comprende nuestro modo de ver a las mujeres. Las que viven en nuestra casa, no tienen más misión que la de perpetuar nuestra raza. Pero el placer, la alegría, la voluptuosidad, no anidan jamás bajo el techo conyugal. Son cosas que deben buscarse fuera, y nosotros buscamos en los barrios que se llaman ciudades sin noche.


Gómez Carrillo, que iba a los duelos a primera sangre hecho una cuba, vivió en amor y en belleza: fue amado por más mujeres que libros escribió, y sólo Rodolfo Valentino conmovió más corazones en su muerte.


En el Madrid heroico y galante, el poeta y sablista Taso de la Rivera, que un día se comió asado un perro de la pintora Bettina Jacometi, dijo a Gómez Carrillo en una barra:


Usted, que ha vivido tanto, no me negará un duro, don Enrique...


Quien mejores cosas tiene contadas de Gómez Carrillo es Ruano, a quien Raquel Meller, ex esposa del D’Artagnan de las Letras, presentaba un Gómez Carrillo inédito, enamorado y no enamorador, desdeñado y preterido mil veces.


Me pareció que la gran pasión, por esos tiempos de Carrillo, de Raquel Meller había sido Joaquinito Sorolla, el hijo del pintor. Así, a distancia y estando fuera de la cuestión, era difícil comprender e imaginarse al arrogante y donjuánico Gómez Carrillo rogando deferencias que le eran más sencillas a Joaquinito Sorolla, que físicamente era un canijo con aire de gato escaldado.


A mí me encanta la historia de Raquel, que era muy aficionada a leer las líneas de la mano y a echar las cartas, con Ruano en su casa francesa de Villafranche, la noche del 18 de julio de 1936, cuando alguien les vino a decir que en España había estallado la guerra civil y que en Madrid, a instancias del director del diario “La Tierra”, los milicianos buscaban a Ruano con la poco elegante idea de quitarlo de en medio.


Nos miramos nosotros sorprendidos, entre incrédulos y emocionados. No sabíamos qué hacer. Era imposible tampoco pensar en otra cosa. Raquel mandó subir de su bodega lo mejor que tenía: champañas ilustres, venerables coñacs... Y nos mareamos de alcohol, de patria, de nostalgia y de incertidumbre.


Por Ruano sabemos que Gómez Carrillo parecía un tigre cansado (vestido de un voluntario descuido muy cuidado) y llamaba al camarero con un beso en el aire.