sábado, 5 de julio de 2025

Villena



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


El chascarrillo laico mostraba al palurdo que, ante el cepillo de la iglesia con la leyenda “Para el culto”, preguntó quién era el culto, y le contestaron: “El cura, que habla latín.” Al poeta Villena lo han invitado en un cuestionario Proust a ponerse una medalla, y el poeta Villena ha cogido la más gorda:


Dicen que soy muy culto.


Ser “culto”, explica Steiner, requiere mucho más que erudición y elocuencia: más que ninguna otra cosa, significa cortesía y respeto. La cultura, como el amor, no posee la capacidad de exigir, y el poeta Villena, que se considera sexualmente epicúreo (?), como Epicuro, y senilmente idealista (?), como Platón –comparaciones, por cierto, que resistiría Sofía Mazagatos–, exige que los católicos acepten el laicismo.


Con un solo justo que Dios hubiera encontrado en sus calles, Sodoma y Gomorra no hubieran perecido bajo el fuego. Bastará, por tanto, con un solo culto –“muy culto”– para que este Siglo de Oro español, rematado con la media verónica del Nadal para María Dolores Torres Manzanera, nos sobreviva.


Dicen que soy muy culto.


Grau, un poeta con lentes y carita de papagayo que creía que con alterar el orden de las palabras hacía poesía –“yo tengo que perfumarme para poder escribir”–, le dijo a Alberto Guillén en “La linterna de Diógenes”:


Como usted sabrá, yo soy un genio. Dicen que yo digo: “Shakespeare, Esquilo y yo.” No; yo no he dicho eso. Lo que yo digo es: “Después de Shakespeare, yo.” Yo espero el fallo de los siglos.


Grau, sin embargo, carecía de la paganía del poeta Villena, quien a lo mejor pertenece a esa abundante clase de caballeros que, según Nicolás Gómez Dávila, se creen enemigos de Dios y sólo alcanzan a serlo del sacristán. Esperemos al fallo de los siglos. De dar crédito a los geólogos, la peonza de la tierra tiene cuerda para sostener 1.800.000.000 de culturas, y sólo han transcurrido unas veinte. Cocteau lloraba por nuestra civilización, porque físicamente le dolían las sinfonías de Mozart, el cristal de Venecia y la liturgia católica. Pero el poeta Villena tiene una china en el zapato: “Lo que más me molesta es la intransigencia de la Iglesia católica.” Ya lo dijo el Séneca de Pemán:


Siempre lo que había molestado en el Evangelio era que no nos dejaran amar a todas las mujeres. Ahora resulta que lo que más molesta es que nos manden amar a todos los hombres.