domingo, 27 de julio de 2025

Elogio de El Cid en Santander

 


José Ramón Márquez

 

El de Victorino está junto al burladero, entretenido por un capote. Da igual qué manos manejan ese capote, porque ahora El Cid ya no va rodeado de aquella cuadrilla, aquella guardia pretoriana, que tan bien le servía. Ahora todo lo debe hacer él. Manuel Jesús, azul pavo real y oro con cabos blancos, se va hacia los medios, la muleta en la izquierda, el estoque en la derecha, dispuesto a iniciar su tarea. El toro, Vengativo, número 36, cárdeno y de escasa presencia, gira la cabeza: ya le ha visto. Sin dar lugar a que se produzca el cite, súbitamente, se pone en marcha en dirección al torero. Éste, simplemente le espera, atento a su incierta carrera, y al llegar a su jurisdicción le tiende el trapo encarnado, recogiendo su embestida, ordenando la dirección de su viaje, sometiendo por completo su embestida, guiándole limpiamente hacia la cadera, resolviendo el pase con un soberbio giro de muñeca: el toreo. Es ese muletazo sobrenatural la clave que explica la epifanía de El Cid en Santander, el muletazo en el que se ha hecho por completo con la voluntad del toro, que de ahí en adelante es una marioneta en las manos de quien desde el primer momento le ha vencido.


No sabemos qué habría sido de ese toro sin ese inicio prodigioso, sin esa precisa definición de toreo, si se le hubiera dejado un resquicio para ilusionarse con que podía vencer en el encuentro, nunca sabremos qué habría sido del toro si hubiera tenido alguna esperanza de ser alguien, porque en ese primer natural Manuel Jesús le roba todo su futuro y le deja listo para servir a las intenciones particulares del torero. Al toro ya sólo le resta obedecer.

 
En un conocido cuento, Borges relata la existencia en una casa de un aleph, una pequeña circunferencia desde la que es posible ver el Universo entero, un breve acceso al infinito, tal y como en la brevedad del su pase natural, guiando la incierta embestida del toro, El Cid nos hace vislumbrar la infinitud del toreo, pues en esa pura expresión de poder, de naturalidad, de hombría, se halla comprendida la Tauromaquia entera, desde el enigmático personaje que se aproxima al toro en la Piedra de Clunia hasta la claridad de Antoñete citando de largo. Y ese muletazo, en el que se contiene el toreo de manera completa, nace del mismo origen de la tauromaquia de El Cid, y nos lleva al inicio de su faena al Guitarrero de Hernández Pla, pero allí el toro acude al cite compuesto por el matador, y aquí la cosa se transforma, pues el toro viene libre atendiendo a su albedrío: el peón no es capaz de sujetarle en el burladero, pero en lo que el toro inicia su carrera, el torero ya ha establecido sus reglas, le espera, le centra, le aguanta, le recoge, le desengaña, le derrota. Jamás nadie osará hablar de esto como “arte”, ese subterfugio cursi, porque aquí lo que se ha revelado de manera neta ante los asombrados ojos del amable público santanderino ha sido el toreo, El puro toreo.


El resto ya está hecho. La sucesión de los naturales que se vienen detrás es la pura concatenación de lo inexorable. El Victorino está vencido y entregado, sólo obedece. Las emocionantes series que se suceden, evocan el natural del inicio, el que fundamenta y ordena la faena, y el público, estupefacto, se entrega completamente a la labor del matador. Cambia El Cid a la mano derecha pero él sabe bien que debe volver al toreo natural, al pase “regular”, que dicen las viejas tauromaquias de hace dos siglos. Justo y medido en el adorno: el pase de trinchera, el afarolado ligado con el de pecho, el de pecho de pitón a rabo pasando el toro entero. Las gentes, ilusionadas, demandan el indulto para el animal. No se han dado cuenta de que la bondad embestidora del toro es la obra del matador, pero El Cid, pura honestidad, no duda: guía el toro hasta los medios y allí, en su terreno, porque todos los terrenos han sido suyos a lo largo de la faena, le cuadra, le iguala y le deja una estocada entera que pone Santander a sus pies. El Cid, cincuenta y un años, veinticinco años de alternativa, ha explicado en el día del Señor Santiago de manera concisa y elemental lo que es el toreo, el que te llega como un golpe directo, la fidelidad a un estilo, la torería que no necesita de subterfugios cursis para ser entendida. La verdad.