Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Impresionante ese rostro del doctor Montes, de Leganés, bailando una especie de sardana sindical ante los juzgados leganenses. Con unas barbas luengas y como de brezo, el rostro de ese doctor Montes, de Leganés, cada día recuerda más al del postrero señor Husein, el ex señor de Bagdad. Por si alguien no hubiera reparado en la semejanza física, el propio doctor Montes, de Leganés, se permite la licencia literaria de comparar el caso de las sedaciones irregulares en la comarca pepinera con el caso de las armas de destrucción masiva en la región mesopotámica. La rebelión contra la injusticia es, como se sabe, un privilegio de las izquierdas, y el doctor Montes, de Leganés, es un rebelde contra la injusticia del sufrimiento en la agonía de los afiliados a la Seguridad Social. A combatir esa injusticia el doctor Montes, de Leganés, ha consagrado su elocuente vida, y hoy, apartado de su puesto, no puede ocultar el dolor que como verdadero hombre de izquierdas le produce el sufrimiento ajeno, sentimiento que, dijera Schopenhauer lo que dijera en sus enunciados sobre la compasión, no se da en la gente de derechas. Por no darse, ni siquiera se da en la gente centrista. La compasión es un patrimonio de la izquierda, como el romanticismo lo es de la tisis, el modernismo de la neurosis o el surrealismo de la esquizofrenia. Y al doctor Montes, de Leganés, le dan una pena que se muere los pacientes agónicos que, ahora que no está él para cuidarlos, “sufren más”. ¡Dios, qué buen vasallo, si hobiera buen señor! Estoy pensando en Fidel Castro, de La Habana, cuya agonía se está alargando salvajemente y, desde luego, en contra de lo que prescriben todos los protocolos progresistas para los pacientes agónicos, siempre, eso sí, que los pacientes agónicos pertenezcan a la escala capitalista. Sería francamente emocionante ver al doctor Montes, de Leganés, derramar sus dones paliativos sobre la estantigua verde oliva del invicto líder máximo, y alrededor, las fuerzas sindicales danzando la sardana de la solidaridad internacionalista, de manera que el pueblo, al contemplar el espectáculo, saliera tan edificado que gritara: “¡Socialismo o muerte!” ¿Dónde está la contradicción?

