martes, 7 de abril de 2015

Garissa



Hughes
Abc

Como tantos, me enteré de la matanza en Garissa por la televisión. Me sorprendió escucharla a mitad de las noticias, después de una tragedia naval en Rusia. Hice «zapping»: lo mismo en otros canales. Acudí al cálculo macabro para entender la proporción: Quizás un ruso interese por tres de Kenia, pensé. Pero seguía confundido porque en la matanza había muchos elementos noticiables: la espectacular barbarie del crimen, el terrorismo fundamentalista, el desequilibrio político de la zona y además, y sobre todo, el aplastamiento de la minoría cristiana. La perplejidad crecía y no ayudó mucho encontrar similar descuido en prensa y radio.

Lo de menos ya es la evidencia de que un muerto africano interese lo que un accidente de bici pequinés; eso estaba claro. Por no tener, ni tenemos a ese negro que nos acompañaba de niño, angelito rodeado de moscas que sacaban en el telediario y que obsesionaba al español, que le obligaba a ser bueno, a rezar por él y a comerse las lentejas. Ese peso moral no se siente.
También está ya más que asumido el abandono de la minoría cristiana, algo que explicó Jon Juaristi en estas páginas y que lleva a preguntarse si después del exceso narcisista del «Je suis Charlie Hebdo» no hay un terror inconsciente a ponerse el «Je suis cristiano» y enfrentar sus posibles consecuencias.

Pero saltándonos todo eso, que ya es mucho saltar, lo que más asombra es la falta de perspectiva. Tenemos el catalejo apuntando a nuestro ombligo. La identidad, el bienestar estatalizado, este paréntesis de inconsecuencia... Apetece poco ponerse a entender lo global, ni su complejidad, ni la despistada ufanía de nuestro eurocentrismo.

Esa noticia hubiese interesado sólo de haber sorprendido allí de vacaciones a un matrimonio de Calasparra. Entonces tendríamos lo que el periodismo, en mezcla difícilmente superable de abyección y bobaliconería, llama «una historia».

Es raro que una noticia que explica los derroteros de un continente y una amenaza de genocidio se esconda entre un accidente, las costumbres del loco Lubitz o un mitin en Algete. ¡Ay si hubiera sido el esguince de un subsahariano encaramado a la valla de Melilla!