miércoles, 8 de abril de 2015

La zona Messi

Messi

Pepe Campos*

La relatividad instalada en los tiempos actuales ha convertido el fútbol en un juego de zonas, con defensa zonal, ni tuyo ni mío, con libertad de espacios para que se circule por ellos a las anchas de cada jugador, sin interferencias de propuestas obsoletas, digamos de marcaje de individual, que puedan impedir el espectáculo de ver a ciertos jugadores introducirse como Pedro por su casa hasta la cocina de cualquier área rival. Para deleite de públicos piperos que quieren ver goles de fútbol sala, sin añoranza de goles auténticos, trabajados, épicos, que remitan a cuando había tensión en el fútbol, pongamos como ejemplo el conseguido por Thiago Silva, de cabeza, ante el Chelsea en el mes de marzo pasado. Una acción que recordó a Luis Pereira, el jugador del Atlético de Madrid, que jugaba siempre con una sonrisa en la boca, al estilo Antonio Bienvenida, y que era capaz de hacer lo mismo que su colega brasileño, T. Silva, marrar en la propia área y acertar en la contraria, en un breve suspiro, llevado por la casta. Un golazo el de T. Silva que vale por todos esos que hacen sumar tantos récords en la escala estadística que vivimos. Hoy se fabrican goles como churros, goles de los que nadie se acuerda una vez terminado el partido. Como ocurre en los toros con los toreros que fabrican pases al modo de hacer chorizos y que se olvidan al mismo tiempo que se están viendo.

El amor propio, el pundonor, el orgullo se ha perdido en el fútbol. Ahora se prefiere perder por goleada, incluso por eso se reciben críticas piperas favorables, y se producen renovaciones de contrato para el entrenador. Porque el resultado demuestra que el equipo pequeño ha intentado jugar al toque, pasarla con elegancia, irse arriba de manera atolondrada. Dejar espacios libres, y dejárselos a esos jugadores que se colocan en zonas intrascendentes del campo, sin vigilancia, para desde allí trazar una diagonal hacia afuera que le sitúe en la zona pequeña de la cancha de fútbol sala. Donde se les permitirá pisar cómodamente el balón, como se le toca el pitón a un Juan Pedro hoy. Para encarar desde allí al defensa zonal, ese que deja pasar, por arriba y por abajo, por el lateral, al que se le puede hacer un túnel o un sombrero, porque sólo resopla. Un resoplido lejano, que es fácil entender como un acoso, por inconveniencia, por antiestético. Un soplido que lleva a todo jugador de fútbol sala al suelo, motivo de falta, de tarjeta, de estadística. Al delirio del piperío. Al gol intrascendente. A la suma de goles. Una vuelta a la niñez, a un juego de niños, cuando siempre metía goles el mismo, que era quien elegía a los compañeros tras echar a pies, para que le pasaran el balón sólo a él, y ponía al que no valía para nada de portero. Al que no entendía de fútbol. Personaje que con el tiempo se ha hecho pipero. Y como comer pipas distrae mucho, qué mejor cosa que acotar zonas y dedicarse a ver (a Messi) jugar a fútbol sala.
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*Pepe Campos es profesor de Cultura Española 
en la Universidad de Wenzao, Kaohsiung, Taiwán