lunes, 20 de abril de 2015

El triunfo (muleta y corazón) del perulero Roca Rey

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José Ramón Márquez

Mientras hacemos tiempo para bajar a Sevilla a ver la de Victorino, que es una de las dos corridas de toros de las que se compone la Feria de Abril, empezamos nuestro particular via-crucis frailuno (frailuno de Fraile, ganaderos salmantinos) en la cuarta de la temporada madrileña. Llevamos dos corridas de toros y dos de novillos y en la segunda ya asoman la patita por la puerta que con tanto tino abre el contemporáneo Buñolero, D. Manuel Pérez Moreno, los impares lisarnasios, atanasios y lisardos, Capuletos y Montescos de la cabaña brava o mejor aún Gabrieles y Galanes de la aptitud cárnica y de la bobería elevada a categoría. De entre las combinaciones y permutaciones del Puerto de San Lorenzo, que de ahí han salido ya más hierros que de la ganadería de Ibarra (1885), aunque sin salir de la familia, hoy pintaron en los carteles -la primera en la frente- a la genuina Puerto de San Lorenzo, a la que el programa de mano atribuye la increíble antigüedad de 25 de abril de 19821, y junto a ella, a la marca blanca La Ventana del Puerto (ventana o gatera, qué más da), Rabosos, dicen. Lo de la antigüedad debe ser cosa de ese paladín de la cultura llamado Abella, delicioso personaje al que todos sus devotos conocemos como Abeya, que a buen seguro quiere jugar con un público que, como se dice por ahí, es el más culto del mundo, proponiendo una fecha que no es del calendario hebreo en el que andaremos por el 5775, ni la de la fundación de Roma, que ahí estamos en el 2768 ab urbe condita, pero que de buen seguro es fecha representativa y emblema que se nos propone como reto añadido a la inteligencia. No cejaremos hasta desentrañar el impecable juego propuesto.

Acaso porque se desee preservar en cierto modo la exclusividad de la cosa cultural, cultura elitista, es que en Las Ventas han decidido editar poquísimos programas de mano. Al inicio de la corrida se alzó una voz como un cañón desde el tendido 7 implorando que se editen algunos pocos programas más que los 50 que se vienen editando, acaso como medida cautelar para evitar la deforestación de los bosques o conocedores los empresarios de lo extremadamente contaminante que es la industria que fabrica papel. El caso es que da penita ver a los aficionados, como esos grupos de mendigos que retrata Buñuel en Viridiana, dando tumbos a la caza de un programa. Conforta también saber que Abeya disfruta del suyo en su cómodo burladero 27 y que persona tan principal no se queda sin él.
 
Sobre los toros diremos, aparte de la animadversión que sentimos en general por todo lo de los Fraile que no sea lo de Carolina Fraile, que en el máximo menosprecio que se puede hacer a una Plaza de primera categoría, los soltaron con sus orejas -sus orejisanas- ornadas con crotales anaranjados, como pendientes de la Feria de Abril. Unos con uno y otros con dos, cuan charoleses, estirpe a la que tienden tras los denodados desvelos de sus ganaderos. En cuanto al fenotipo y tal ahí han soltado tres colorados, que vaya usted a saber. A ver si alguno de esos buenos aficionados que visitan fincas nos explica la mutación en las capas que se va produciendo, que no digo yo que de pascuas a ramos en lo de Atanasio no saliese algún colorao e incluso algún castaño, pero esto de hoy iba al 50%, y en lo de Lisardo, aún salían menos. Las características de comportamiento, las usuales: bobería, falta de intenciones, descaste, mucho dejarse, algún cabezazo por aquí y por allá, y lengua fuera. El colmo fue el de capa más canónica, un salpicado que atendía por Huracán, número 96, que parecía entrenado para el concurso nacional de tirarse en plancha. El pobre se dejó las fuerzas en derribar el penco y a la salida se derrengó, con lo que teníamos al penco y al burel tumbados en la arena como si aquello fuese la Playa de Cala D’Hort en Ibiza. No todos se cayeron, pero las fuerzas no fueron su fuerte. En cualquier caso y en honor a la verdad digamos que este ganado, de novillo, da una impresión menos deplorable que la que usualmente suelen dar de toro.
Para la muerte a estoque de los pupilos de D. Lorenzo Fraile Martín se pusieron en los carteles los nombres de Tomás Angulo, David de Miranda y Andrés Roca Rey, de Llerena, Trigueros y Lima, los dos últimos nuevos en esta Plaza.

Tomás Angulo no trajo a Las Ventas nada nuevo sobre lo que traía el año pasado. Nulo concepto del toreo, incapacidad para descubrir las bondades de sus “oponentes”, incapacidad para ponerse en el sitio en el que se torea de verdad, pases acompañando el viaje sin solución de continuidad y alguno de pecho que fue jaleado por sus seguidores es la magra siembra que deja en La Monumental. Añadamos que el segundo de su lote fue el toro con el que el muchacho habría soñado en el hotel, una máquina de embestir y de no crear problemas. A su primero le  atizó una estocada baja soltando el engaño y su segundo se puso a perseguirle al sentir dentro el acero, que también le había entrado por lo bajinis, y también acabó soltando el trapo en su carrera. Luego el tío se dio una vuelta al ruedo que debe ser la que intentó darse el año pasado, que aquello lo tenía clavado, y nadie se le puso por delante en su descarada y triste voluntad de darse un paseo por el anillo.

David de Miranda quiso entrar en quites y se puso por gaoneras y por tafalleras para demostrar su predisposición, pero en este caso la cosa no fue suficiente. En su primero dictó una faena a menos y con tendencia a torear por las afueras y a quedarse mal colocado, sin pensar demasiado en las condiciones del toro en cuanto a distancias y tratando de meter al de negro en el molde que él traía hecho. En su segundo, el tal Huracán, se puso extremadamente pesado tratando de sacar leche de una alcuza que no tenía otro objetivo que el de desplomarse. Imagino que lo haría para contar con fotos toreando en Las Ventas. Lo de las manoletinas o bernardinas o como peste se llame esa abominación nos puso ya de forma militante a darle palmas de tango a ver si se enteraba de que tenía que poner el letrero de The End.

Y el de Lima. Andrés Roca Rey. Debutó con picadores hace algo menos de un año y a su lado está un gran torero llamado José Antonio Campuzano, segurísimo estoqueador. Roca se plantó en Las Ventas con una disposición que hace muchísimo que no veíamos en un novillero, pues traía en la mente esa tremenda alternativa entre salir por la Puerta Grande o por la de la Enfermería. Andrés Roca demostró en su presentación en Madrid un valor sereno, unas enormes ansias de triunfo, un buen concepto torero y una irreductible ansia de aferrarse al triunfo. Su primero, con algo más de casta que el resto del encierro, le alcanzó a la salida de un pase, remate de serie, en que el torero se desentendió del toro; el torero vuelve a la cara del colorado y consigue muletazos de buen trazo con la mano derecha. Tumba al bicho de una estocada bastante desprendida que provoca derrame,  muy efectiva, y el respetable le reconoce el conjunto de su labor pidiéndole la oreja.

Su segundo es devuelto a los corrales por síndrome de descoordinación generalizada, mareos, malestar general, pérdidas momentáneas de visión y baile de San Vito, siendo sustituido por un toro alcarreño de don José María López; y como hoy no tenía al lado a mi amigo Javi López, me quedo sin saber interioridades de esa esmerada marca ganadera. El toro no andaba sobradísimo de fuerzas, pasando el trámite de las varas con un puyazo y un simulacro, pero tenía una embestida bastante viva y un asomo de casta como para tener en cuenta. Roca Rey le toreó con la izquierda, con la mano baja y con las zapatillas asentadas en la arena a despecho de lo que podía pasar... y pasó que por dos veces el torero estuvo a merced de los pitones de Mayoral, número 18. De ambos arreones el segundo dio una impresión bastante fea, pero el muchacho ni se arredró ni renunció a continuar en el registro en que había comenzado, haciendo valer ante la cátedra la honradez y hombría de su propuesta. Ante tanto torerito de invernadero, novilleros que sin ser nadie ya les han convencido de que son Belmonte, impresiona el desgarro de este peruano empeñado en construir su presente armado sólo con la muleta y el corazón. Media estocada algo desprendida es suficiente para tumbar  al bicho y para que se le otorgue la dicha de abrir la Puerta Grande de Madrid, y de ahí seguir a donde el doctor Padrós a que le mire las tres cornadas que lleva encima.

En la disposición de este chico en esta tarde crucial para él deberían mirarse tantos como vienen a Las Ventas a aburrir a las ovejas.


 Campaña

 Campaña

 Angulo, De Miranda, Roca

 Los monos

 La hora

 Retirada

 La merienda

 Los crotales

 Falta pintura

 El inicio de Angulo

 El inicio de De Miranda

El inicio de De Roca

 La sombra

 La jirafa

 Caídos caínes, mentirosos abeles en jirones...

 José Antonio Campuzno

 Moncholi en Acho

 Abeya sí tiene programa

Triunfo