sábado, 25 de abril de 2015

Crónica de los victorinos, primera de las dos corridas de toros que ofrece la Feria de Sevilla

Victorinos de Sevilla 2015

José Ramón Márquez

Lo primero que hay que decir, una vez más, es que no hay Plaza de Toros como la de Sevilla. Es imposible concebir un espacio más bello para celebrar la vieja ceremonia que este coso del Baratillo, tan clásico, tan «arrematao» y tan apegado a sus tradiciones: los señores Maestrantes con sus blazier, las señoras con sus mantillas y sus desdén, los ganaderos en su chiquero, los alguaciles haciendo el paseo a cámara lenta y abandonando el coso por el callejón tras hacer entrega de la llave del toril… Cada cosa en su sitio, en un marco impecablemente limpio, aseado como el viejo cortijo de una gran familia.

Las tradiciones se cumplen a rajatabla en Sevilla, y una de ellas, cuando lidia en esta Plaza Victorino Martín Andrés, de Galapagar,  es la de rechazar un toro en el reconocimiento previo por «falta de conformación zootécnica». No falla. Este año le tocó la china al toro número 67, sentenciado al oprobio en documento oficial con membrete, sello, firma y rúbrica de D. Miguel Ángel Ocaña Castillo, Ocaña retrato intermitente, éste apruebo, éste no apruebo, éste sí, éste no, éste porque ssí, éste me lo como yo.

Después de lo que llevan visto en Sevilla es como de chiste, pero ya se sabe… si el Paleto fuese marqués y tuviese su ganadería en Lora del Río en vez de en Cáceres, lo mismo se lo pensaban, pero ahí tienen a Victorino, el forastero, para sacar pecho y aplicarle los artículos 37.6 y 41.1. Como debe ser. Luego el Paleto se venga de ellos echando al albero al toro, animal harto desconocido en la Sevilla taurina, aún a sabiendas de que harán lo posible por no darle premio alguno, otra tradición sevillana.

Victorino puso en la Plaza de Toros de Sevilla, propiedad de la Real Maestranza de Caballería, una corrida de toros, que daba gusto verlos andar por el ruedo, rematar en los burladeros, enterarse de lo que pasaba a su alrededor, mansear, acudir al caballo y hasta embestir con mimo y entrega. Una corrida en la que se vieron muchos registros de ese animal llamado «toro de lidia», que van desde el zambombo primero, Minervo, número 18, gordinflón, claudicante, fuera de todo tipo, hasta el exigente quinto, Estanquero, número 52, un toro para un torero. Excepción hecha del antedicho primero, un mal inicio de los que gustan a los calés, la corrida fue en seguida cobrando el vuelo que trae siempre la presencia en la Plaza del toro -no gato, no babosa, no cabra, no mastodonte- con sus dificultades, sus incertidumbres y la sensación de peligro real que llega al tendido. He ahí la verdad de la Fiesta: la sensación del riesgo y si, a despecho del miedo, además se crea belleza, miel sobre hojuelas.

Hay un estrambote un poco chusco que es el de la vuelta al ruedo que se le pidió, y se concedió, al cuarto, Mecanizado, número 73, un toro que salió de naja, huido y trotón, de sus dos entradas al caballo, al que acometió con la cara a media altura y con el rabioso arreón del manso. Ellos sabrán lo que verían en él.

Ante la seria corrida de Victorino se anunciaron Ferrera, Cid y Escribano. De Ferrera señalaremos la impecable improvisación de una soberbia chicuelina al sexto: el toro sale de naja del penco de José Manuel Quinta y el torero, que está en su viaje, resuelve la situación con torería antigua en el trazo firme y decidido de una maravillosa chicuelina que, por una vez, está justificada. La faena que casi estuvo para valerle un triunfo, la del cuarto, es de un tono muy menor, por debajo de las condiciones del toro, abusando del toreo facilón por las afueras, suerte descargada, echando al toro hacia afuera. Muy decepcionante, aunque fuese cantado como oro en polvo por la selecta cátedra sevillana, que se fijó más en la ligazón de los pases que en su enjundia. Pasa en todos los sitios, pero uno espera de esta afición, o lo que quede de ella, algo más de exigencia.

Escribano tiene un momento impresionante en su primero, Paquecreas, número 33, cuando el toro se le queda frenado en seco en el centro de la suerte y el torero, entre sus dos únicas opciones (aguantar, el respingo) opta por la segunda. Entre el hule o la vida, elige vida, donde no hay grandeza, ni nadie le puede exigir ése sacrificio de súperhombre. Si Escribano llega a aguantar impávido ese parón, revienta La Maestranza, pero se quitó, lo cual es comprensible. Luego, se va confiando con el toro y acaba la faena  toreando con bastante verdad, faena a más,  y arrancando sinceros «oles», en contraste con los «bieeeen» de Ferrera. La tarde de Valdemorillo fue decepcionante, pero en esta segunda vez que le vemos en este año ha estado con cuajo y ganas. Lo de las banderillas debería ir pensando en dejarlo, al menos en cosos de primera categoría.

La gran incógnita de la tarde era El Cid. Dentro de menos de un mes tiene seis de Victorino esperándole en Madrid y la impresión que ha dado en Sevilla no ha sido ni mucho menos como para echar las campanas al vuelo. Él tiene la moneda, como tantas veces se ha demostrado, pero visto lo de Sevilla, el esfuerzo que tendrá que hacer ha de ser sobrehumano, especialmente contra él mismo.
El Cid, como le pasaba a Rincón, no puede torear en el registro moderno, en la facilidad muelle del toreo  a la juliana manera. Está obligado a triunfar con la verdad del toreo, porque su otra opción es la de  irse al perdedero. En eso debe meditar hasta la tarde de Madrid, porque lo de Sevilla le debe haber encendido todas las alarmas.

Gran tarde de toros esta del 23 de abril en Sevilla.


El número de El Cid en Madrid