En las actividades lúdicas de los reyes se está librando
la batalla invisible de fuerzas que desconocemos.
Hughes
Hay quien dice que el de Favila y Mitrofán eran el mismo oso, un oso que los monarcas llevan toda la vida cazando y que Froilán tuvo su accidente cazando un Mitrofán de peluche.
Froilán, niño goyesco del legitimismo castizo, pues tiene esa rama borbónica un derrote esperpéntico y algo de linaje pictórico. Ella, la Infanta, con su redondez gazmoña de Menina, de velazquismo compasivo; él, greco descolgado y art-decó, con la congelación justa y la molicie linfática, cetácea y tardorromántica de paseante de bulevar. Froilán, sintético y nuestro, ha salido goyesco y tuvo que seguir el rito iniciático y caballeresco (la justa moderna, la montería, justa quijotesca sin enemigo) de armarse y pegar tiros.
Y un tiro al aire en carne noble deja siempre un pasmo de magnicidio, de pistoletazo a la historia, siempre un susto de Sarajevo. El accidente de caza tiene además la categoría ontológica del no-desmentido de la Casa Real, del puro misterio, porque en todo accidente hay siempre algo inexplicado y una determinación no deliberada del destino y en estos accidentes reales parece que habla un azar objetivo y propio, un azar monárquico.
Cuando pensamos que los Reyes están de vacaciones no lo están, están arriesgando sus vidas en el blanco de Baqueira, en las traicioneras aguas mediterráneas o en el verde jara de las fincas. En las actividades lúdicas de los reyes se está librando la batalla invisible de fuerzas que desconocemos. La sangre contra el azar de la historia en la manifestación del accidente, que es el cianuro Borgia o la batalla antigua en un mundo reglado y formal. Esto la gente no lo entiende y cuando el Rey se monta en el Bribón o se lía a perseguir venados y jabalíes no ven que lucha su batalla de siglos. ¿Por qué, si no, ese frenesí lúdico tan raro de todos los reyes? Un rifle en mis manos es un peligro, un rifle en manos monárquicas es la Historia. Y el accidente es el temblor de manos de quien lo sabe.
Los reyes se frotan con la historia en el ápice del accidente y eso no lo entiende el republicanismo democrático obsesionado con la seguridad.
Los republicanos quieren colocar gomaespuma en los muebles y que jueguen al paintball en Zarzuela.
¿Qué hace el mandato genético jugando a la ruleta rusa de la necesidad?
Y el republicanismo del rencor social ya protesta: que si la custodia del menor, que si ha de sancionarse a Marichalar (Marichalar, mártir de todos los escarmientos, ¡función antropológica del cuñado! ¡cuñado nacional!), que si la monarquía se está pegando un tiro al pie, que si la ejemplaridad, que es la prima estrecha de la austeridad (la ejemplaridad y la austeridad son como dos tías estrechas y feas sacadas de una españolada, a las que suponemos mucho vicio, mucho vicio oculto), sin llegar a la cuestión verdadera: la suerte que tiene esta gente de poder tener accidentes de caza, que el español súbdito si acaso puede tener accidentes colgando las cortinas o con el cuchillo jamonero, y ya ni eso. Quién fuera a veces noble para poder tener uno.
En La Gaceta